34. Hondas de ébano

18 7 0
                                    

Nota: por favor, oren por mí, estoy teniendo problemas en la universidad y necesito de un milagro que me salve. Gracias.

La última vez que Aidan sintió que podía respirar fue cuando considero realmente el suicidio por primera vez. Lo pensaba con frecuencia, pero una cosa era pensarlo y otra saber que realmente podría hacerlo. De repente las clases no eran tan agobiantes y los comentarios crueles no le dolían, al menos no como antes. De repente el césped era más verde. El cielo más azul. Por primera vez en mucho tiempo pudo comer sin sentir que iba a vomitar, sin sentir todos los ingredientes pudriéndose entre sus dientes o sin pensar en que su hermana no podía volver a comer. El mundo volvía a tener sus colores. Volvía a girar y Aidan giraba con el.

Por primera vez en mucho tiempo sintió el aire entrar a sus pulmones, el calor de sus manos, los latidos de su corazón, la suavidad de su piel. Por primera vez en mucho tiempo se sintió vivió y esa sensación le fascino tanto que deseo morir sintiéndola.

Fue tan fácil darse cuenta. Los faroles de las oscuras calles iluminaban el auto, las voces amortiguadas de su tío y sus padres resonaban entre las ventiscas, hablando sobre tipos de terapia y demás, el aire frío asfixiándolo y ese momento de claridad.

Como todo chico creyente Aidan llego a pensar qué pasaría si todo aquello que él creía no fuera más que una mentira, si Dios no era real y solo era algo creado por el humano para no sentirse tan insignificante, y darle un sentido más profundo a su insignificante vida, llego a la conclusión de que si Dios no fuera real nada tendría sentido, al menos no para él, ¿Para qué comer? ¿Para qué beber? ¿Para qué dormir? ¿Para qué respirar? ¿Para qué pensar? ¿Para qué vivir si al final no había nada? Le resultaba agónico pensar en ello, pero aún más doloroso le resulto darse cuenta que si Dios no era real no habría nada que lo detuviera de rajarse las venas hasta ver el hueso, de beber pastillas hasta inmiscuirse en un profundo sueño del cual jamás despertar o saltar desde un edificio, a lo mejor portando una linda corbata echa de soga que al caer le rompería el cuello en cientos de pedazos. Prefería no pensar en ello, porque cuando lo hacía un dolor aplastante llenaba su cuerpo, como si todo el agua del océano estuviera sobre él, tan fuerte que no podía pensar en nada más que en la sensación de sus ojos a punto de salir de sus cuencas por el aplastante mar sobre su frágil cuerpo.

La puerta se abrió y Dan entro a tropezones sosteniendo paquetes en cada uno de sus musculosos brazos. El chico miró su rostro en el reflejo, ladeando la cabeza de un lado a otro, apretó los puños mientras se forzaba a sonreír, primero subió su mejilla izquierda, luego la derecha, bajo un poco la cabeza y ahí estaba, la sonrisa de "todo está bien" que podía hacerle creer a todos — incluidos sus padres — que aunque tuviera el cuerpo destrozado al igual que el alma no era tan malo como parecía. Esa sonrisa que lo salvaría de las miradas inquisitivas y los rostros sombríos. Dios, como deseaba que su madre no estuviera cerca. No lo sostuviera con su asfixiante presencia, forzándolo a sonreír y reír aunque le doliera en alma tener que hacerlo, pero debía sonreír, debía hacerlo, sino lo hacía ella podría terminar sintiéndose culpable, ¿Y cómo podría mirar a los ojos a su madre y preguntarle por qué no lo ayudo cuando era evidente que algo estaba mal? Solo no quería ver a su madre otra vez, ni a su padre, se le hacía más sencillo amarlos a la distancia, pero en especial a ella. Recordó cuando ambos lo hicieron desnudarse en medio de la sala porque estaba actuando "raro" solo para descubrir que debajo de la ropa estaban las heridas abiertas de besos no consensuados y caricias no deseadas. No quería verla sosteniendo su cuerpo, con sus ojos mirándolo de manera detallada mientras lo asfixiaba, lo asfixiaba, lo asfixiaba.

— ¿Y mamá? — pregunto limpiando velozmente cualquier rastro de lágrimas, el doctor Stilinski le dio unos minutos para recomponerse, pero si su madre estaba en la misma casa que él no pensaba hablar, no hablaría teniendo a su madre en un radio de 10 kilómetros, ni siquiera de sus pensamientos más banales.

— Se quedó comprando algunas cosas — Dan coloco algunos paquetes sobre la encimera de la cocina, pese a sus esfuerzos por no dejar caer nada varios terminaron estrellándose estrepitosamente contra el suelo —, dijo que volvía en una hora o dos — se agacho recogiendo rápidamente los paquetes, orando para que ninguno fuera algo rompible.

— Típico — murmuro una voz al ver al moreno chico recogiendo las cosas.

El ojiazul miro a su tío bajar de su oficina, sosteniendo con cuidado una taza con alguna bebida caliente en ella, a juzgar por el cuidado con el que la trataba pudo discernir con facilidad que era una de las pocas piezas de cerámica supervivientes a la presencia de Dan.

— Aún no has puesto los adornos — comento observando la media y dos velas de plástico en una mesa adornada con flores de purpurina — ¿Cuándo pondrás el resto? — ya era diciembre pero la casa parecía tan simplona como en cualquier otro día del año.

— Eso es todo lo que pondré este año — dijo el hombre con pesar.

— ¿Por qué? Siempre tienes una hermosa colección — una pequeña sonrisa adorno los labios de Aidan —. Haza y yo pasábamos horas mirando cada decoración, pensábamos que entrabamos en el mundo de la navidad cada vez que llegábamos a tu casa.

— Lo sé, pero teniendo a un asesino de porcelana no me siento seguro sacando mi colección — el doctor Stilinski negó con la cabeza mirando a Dan como si fuese un criminal sin remedio.

La casa del psiquiatra no se distinguía de las demás por fuera. Era una casa sencilla, sin ningún adorno ni detalle que la hiciera especial. Pero por dentro, era otra historia. Al entrar, se respiraba el espíritu navideño en cada rincón. El salón estaba lleno de luces. Los adornos navideños de la casa eran de todo tipo y color. Había luces que parpadeaban al ritmo de la música, creando un ambiente festivo y alegre. Había velas que iluminaban con su luz cálida y difundían un aroma dulce y acogedor. Esferas de cristal, de plástico, de tela y de papel, que reflejaban el brillo de las luces y hacían sonar sus cascabeles. Había cintas que se enrollaban alrededor del árbol, de las cortinas, de las sillas y de las escaleras, dando un toque de elegancia y color. Fotos, cartas, regalos y dulces que colgaban del árbol, recordando los momentos felices y los deseos de la familia. Figuras y animales que formaban el belén, recreando la escena del nacimiento de Jesús. Había calcetines que esperaban ser llenados de sorpresas por Papá Noel. Había un pastel con forma de casita de jengibre que invitaba a ser comido. Había coronas, cojines y mantas que adornaban las puertas, las camas y los sofás, haciendo que la casa fuera más cómoda y acogedora. Pero ese año no, solo una pequeña mesita blanca adornada con flores de purpurina y velas eléctricas parpadeando al son de una canción desconocida. Saber que ese año no habría decoraciones lo entristeció más de lo que pudo anticipar.

Había algo particular en las decoraciones de su tío, en especial la pequeña caja de música que mostraba una escena de papa Noel sobrevolando un pequeño pueblo llevando regalos, la caja de música tenía lucecitas que brillaban con los colores de la aurora boreal al ritmo de una canción que Aidan no pudo recordar. Lo que si recordaba era su infancia sosteniendo aquella pequeña pero pesada caja, imaginando que era uno de los niños durmiendo dentro de las casas de cerámica, esperando a que amaneciera para poder ver los regalos. Siempre tuvo la impresión de que adentro de la caja de música era navidad todo el año, como si estuvieran atrapados en un bucle temporal perpetuo, le gustaba eso, pensar en un mundo perfecto donde todo estaba bien y nada malo podría pasar. Le preguntaría a su tío más tarde si podía dejarle ver la caja de música.

— Todo yo — dijo el moreno cruzándose de brazos —, se rompe una tetera, culpa mía, se caen dos estantes, culpa mía, Aidan llega drogado, culpa mía, la tía Alma cultiva hierbas venenosas, ¡También es culpa mía!

— ¡Dan! — lo reprendió Aidan, pero ya era demasiado tarde.

El hombre detuvo su marcha hacia la cocina, congelado en el tiempo, analizando lo que acababa de escuchar, regreso sobre sus pasos, respiro profundamente mientras le daba un sorbo a su bebida caliente y la dejaba con delicadeza sobre una de las mesas, luego se enderezo y miro a Aidan como un abogado acusador.

— ¿Hay algo que quieras decirme? — el pelinegro se mordió los labios. No, no otra vez.

— ¡Uy! Lo siento, Ady, se me escapo — el doctor Stilinski negó con la cabeza, suspirando y caminando hacia las escaleras.

— A mi oficina. Ahora — el muchacho le lanzó una mirada enojada a su amigo y siguió a su tío hacia el segundo piso, Dan los observo comenzar a irse, entonces regreso su atención a los paquetes sin percatarse de la mesita en su camino. El estruendo de algo rompiéndose hizo que las cabezas de tío y sobrino giraran al unísono para observar la taza rota en cientos de pedazos con la humeante bebida esparcida en el suelo y al culpable de dicho accidente congelado en la posición con la que cometió el crimen.

— ¿Lo siento? — sonrió tímidamente para aligerar el ambiente.

— Los dos — con un gesto de cabeza ambos muchachos siguieron al hombre en completo silencio. Entraron en su oficina y se sentaron en el mueble mientras el hombre observaba frustradamente por la ventana, pero ninguno de los dos pudo discernir si era por la noticia o por la taza partida —. Muy bien pinocho uno y pinocho dos, tienen dos segundos para decirme de qué se trata — Aidan y Dan intercambiaron miradas antes de comenzar a relatar lo sucedido, el hombre siguió mirando por la ventana sin ninguna emoción en su rostro, pero giro lentamente su cabeza y los miro con horror mientras escuchaba la parte en la que casi habían copulado — Lo suponía — musito mientras se frotaba la cara con las manos.

— ¿Eh?

— Algunas personas que han sufrido algún asalto a nivel sexual o similar sienten la necesidad de sexualizarse — el doctor Stilinski miró con compasión a Aidan, que estaba sentado frente a él en el sofá. Luego miro a Dan quien tenía el aspecto de estar a punto de ser ejecutado. El hombre chupo sus labios con nerviosismo, podría apostar su vida a que algo más estaba pasando, algo en él se lo decía, su sobrino amado le ocultaba algo, pero no estaba seguro de que su joven y amado paciente estuviera listo para afrontarlo —. Aidan, el abuso sexual que sufriste fue una experiencia traumática que te causó muchas consecuencias psicológicas, sociales, conductuales y físicas, ¿Recuerdas que te lo dije cuando íbamos a iniciar la terapia? — el chico asintió —. Una de esas consecuencias es la sexualización traumática, que significa que tu identidad, tus valores y tu conducta sexual se alteraron por el abuso. No todos lo hacen y sinceramente pensé que tú eras uno de esos casos en donde se siente casi una repulsión al sexo, ahora veo que me equivoque — admitió con pesadez.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora