Mala actitud

41 6 1
                                    

Cuando Katherina entró a su auto lo hizo despacio, sujetando la puerta milímetro a milímetro para asegurarte de que no dé un golpe al cerrarse. Ella sonríe, le da vergüenza ser una chica agradable o al menos intenta ser una de ellas, con una mano oculta una de sus ondas castañas detrás de su oreja, no es una onda tan definida como las de Haza y Aidan cuyos ancestros negros se manifiestan a través de su cabello — y en caso de Haza en su contextura que en unos años la harían ver llena de curvas que todo hombre desearía zurcar —, tampoco es crespo como el de la diminuta pero ya fastidiosa Ada, es más bien liso, pero contiene esa clase de ondas naturales y llenas de frizz que el 90% de la humanidad que no tiene cuidado en su apariencia posee. Aquella sonrisa titubeante no desaparece, por un lado Günther pensaba que era por subirse a un auto de tal categoría, auto en el cual — a no ser que fuera prostituta — jamás podría entrar por méritos propios o tal vez era su vergüenza natural, tal vez por ser más blanca que una pared cuando claramente la superioridad racial se lo llevaban sus hermanos. Günther escucho una vez que la raza más pura que existe es la negra: son más veloces, sus cuerpos más propensos a tolerar enfermedades, más resistentes al frío o calor, su envejecimiento es más lento y en todo caso superior; él también estaría muerto de vergüenza si la genética hubiera sido tan maldita como para darle los genes más débiles en vez de la gloriosa superioridad racial que pudo tener, pero algo en la forma en la que Katherina apretaba sus brazos contra sus redondos pechos arruinaba la idea de que esa fuera la causa de su vergüenza o mal disimulada molestia. 

La blusa blanca resultaba más ajustada en la zona de los hombros, al rubio le era imposible saber si llevaba o no sujetador, cortesía del horrible suéter azul oscuro que llevaba encima de la blusa blanca, aunque apostaba que no lo llevaba, había conocido muchos senos en sus quince años de vida, siempre parecían exageradamente apretados al interior del brasier, como bombas forzadas a entrar por la hebilla de una aguja, en cambio de los Katherina no lucían apretados o asfixiantes, solo libres rebotando con exageración cada vez que el auto pasaba sobre un bache, saludando desde el interior de suéter. La chica llevaba las uñas sin pintar, solo rosadas y blancas, su tono usual, Günther pronto tuvo la teoría de que realmente Katherina quería tenerlas pintadas, pero que su estricta madre lo prohibía, por eso la ingenua y rebelde Kat se veía forzada a ocultar los barnices para uñas en la cartuchera del colegio, misma la cual en unos minutos estaría goteando el barniz rojo pasión y azul rey, y bajo la excusa de saber qué mancho su auto Günther regresaría junto a la chica a su casa, para contemplar una vez más al pequeño niño de mejillas rojas cuál manzanas, de la misma forma en la que lo había hecho el día anterior para ir a buscar su horario. La muchacha se aferró a su asiento en el quinto bache que cruzaban, Günther frunció el ceño molesto, ese pueblo era una pocilga con todas las letras, P-O-C-I-L-G-A, las calles llenas de agujeros, algunas sin pavimentar, las casas y muros llenos de grafitis, basura en todas partes y adictos en cada calle, tendría que hablar con su padre, no podía permitir que su pequeño creciera en un lugar así.

Durante la quinta avenida una fuerte ventisca golpea a Katherina, su cabello oculto tras sus orejas sin perforar sale disparado por los aires, azotando su nariz respingona y rosada, se enreda en sus labios pintados con motas rojas, sus ojos se achinan mientras sus dedos con uñas sin pintar se apuran a volver a ocultarlo tras las orejas sin perforar, pero el cabello de Kat — aunque reseco y con frizz — lucha contra la opresión que ejercen sus dedos y acunan de manera asfixiante sus mejillas rosadas, haciendo más notorias sus pecas de color habano en medio de la blancura de su piel, uno de sus cabellos aprisiona su nariz y en menos de lo que canta un gallo un fuerte estornudo colisiona en el auto.

— ¡Jesús! — exclamó Günther tratando de ser divertido, fingiendo que aquél estornudo no le provoco algo de asco, tal vez decir ese nombre lo ayudaría a ganar puntos con una chica cristiana como ella, nunca creería que en un dios como ese, pero podía fingir que sí, todo con tal de agradar a su pequeño amor.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora