13. ¡Salta de una moto en movimiento!

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Aidan tuvo la fantasía alguna vez de que sería alguien importante, alguien que cambiaría el mundo, todos de niños sienten esa clase de ilusión alguna vez, pero para Aidan más que una fantasía era una realidad, eso se esperaba de él. Al ser el único varón nacido en su generación familiar muchos de los sueños e ilusiones de sus padres caían pesadamente sobre sus huesudos hombros, no poseía más parientes a parte de sus hermanas y primas, por parte de su padre no conocía familia alguna y los parientes de su difunto tío habían repudiado a Imogen cuando el testamento revelo que todas las riquezas de su esposo habían quedado a su nombre, no había otro niño en la familia con quien compartir la pesada carga que conlleva el haber nacido con genitales masculinos. Si bien a las niñas se les exige desde la tierna infancia que se sometan a un rol de genero que poco a poco se va a modificando con los niños no es muy distinto: para las niñas hay princesas, cocinar, limpiar, la errónea idea de que jamás estarán completas hasta casarse y procrear; para los niños (al menos para Aidan) se le exigía algo un poco similar pero diferente; a los siete años, cegada por la nítida luz que emitía el aura de Günther la madre de la familia Fierro Morales se puso los "pantalones" y decidió unilateralmente que su unigénito varón ya se había divertido demasiado; las tardes de Aidan se convirtieron en clases de ingles, lecciones de piano, talleres de lectura y escritura, ya no había tiempo para jugar o cantar. De vez en cuando se podía salvar del cariño sofocante de su madre y pasar la tarde descalzo saltando de un lado a otro como la linda cabrita que era.
Aunque nunca lo admitiera Aidan resentía un poco a su progenitora, tantas tardes perdidas en clases de cálculo y en aburridas lecciones para tratar de obtener una beca en la misma exclusiva escuela en la que estudiaba su prima Harper, todas esas tardes se podrían invertir en crear recuerdos en los que podría refugiarse en su momento de tristeza, pero entre más recorría la biblioteca de las memorias más se daba cuenta que no tenía tantos recuerdos alegres como creía.

Sí, había hecho muchas cosas agradables, pero la mayoría de sus recuerdos eran difusos e incompletos, tal vez llamaría a su hermana melliza, solo para preguntar algunas cosas, aunque tenía la certeza de ser incapaz de hablar con ella. Aún no estaba listo, escuchar la voz de su hermanita era una bendición que aún no quería recibir.

Las frías calles nocturnas eran tenuemente iluminadas por las farolas naranjas y blancas, las sombras abundaban en cada rincón, devorando todo rastro de luz, las farolas valientemente luchaban contra las sombras para iluminar el camino del asustadizo muchacho que comenzaba a comprender el error tan grande que había cometido: oficialmente estaba perdido. Solo a él se le ocurría salir a medianoche sin conocer la ciudad, más aún sin conocer cómo llegar a su destino. Aidan se encogió en su abrigo, jalando las mangas para cubrir sus dedos y enredarlos dentro de los bolsillos, aunque llevara un suéter debajo y unas medias de lana medianamente gruesas el frío seguía calando sus huesos, su respiración se convertía en una humeante nube a penas salía de su boca, reafirmando el frío de la noche. Cuando el doctor Stilinski le propuso mudarse con él — después de encontrarlo en medio del campo del hotel, cuyo pavimento aún contenía manchas carmesí de la noche en que su vida se arruino — le había dicho que era un lugar cálido, lleno de luz y con el mar más azul del mundo, en vez de encontrarse con un lugar digno de estar en la portada de una revista de islas paradisíacas llegó a una ciudad costera en la que siempre llovía y cuyas aguas eran más similares a un tumulto gris que al mar con el que tanto había soñado de niño, debía admitir que se sentía algo estafado.

Tan inmerso en sus pensamientos iba el muchacho caminando que no se percató del rugiente motor caliente de una motocicleta, los ojos del dueño de aquél vehículo estaban fijos en Aidan, una sonrisa surgió lenta pero constante entre su frondosa barba, notando la soledad de aquella pequeña figura delgada que conformaba el singular pero atractivo cuerpo del muchacho, con las manos temblando de emoción por lo que iba a suceder y determinación de interceptar a la persona dueña de aquella frágil silueta sintió la adrenalina calar sus huesos, hizo gritar el motor y fue directo hacía esa persona que temblaba producto del frío nocturno.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora