43. Trato

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Por ley los funerales deberían ocurrir en días lluviosos, quizás nublados, pero eran preferibles los días lluviosos, aún mejor si eran tormentosos, aún mejor si era en medio de un huracán o un tornado, así se le agregaba dramatismo a la perdida. Pero lamentablemente la mayoría de las perdidas de Aidan ocurrieron en días soleados, jodidos y preciosos días soleados.

Recordaba despertar en la camilla, con los ojos hinchados y conectado a una maquina que le permitía respirar, pesadas vendas se aferraban a la piel de su cadera y el cálido cielo entraba por la ventana, de alguna extraña manera todo estaba azul cuando despertó: el cielo azul, las paredes azules, moratones azules y hasta sus venas eran azules, ¿Su sangre también sería azul? No pudo saberlo porque casi al instante su madre y sus tíos se abalanzaron sobre él. Y el sol, ¡El maldito sol! ¡Tan esplendido en el cielo! Iluminando al mundo con su presencia y repartiendo cáncer a diestra, y siniestra. No pudo asistir al funeral de Katherina — aún estaba confinado a la camilla, Aidan jamás pensó que el ano pudiera ser tan frágil, menos que se desgarrara con tanta facilidad condenándolo a un intenso dolor y a usar pañales por un tiempo al no ser capaz de ir al baño naturalmente — pero pudo ver que el día era hermoso, un día tan hermoso como cualquier otro. La clase de días perfectos para una propuesta de matrimonio, un nacimiento, un asenso laboral, una graduación pero no un funeral. La clase de días que son tan lindos que la mayoría de personas ni siquiera se detiene a apreciar lo lindo que es.

Su melliza siempre tuvo una predilección por los días lluviosos o nublados. Nunca la entendió, sí, era divertido jugar bajo la lluvia, usar impermeables amarillos para jugar a ser Coraline o danzar con el paraguas fingiendo ser Mary Poppins pero Evangeline siempre le reñía por ensuciarse y terminaba bañándolo presurosamente con agua caliente que le quemaba las pestañas, ni siquiera lo dejaba jugar un rato en la ducha, solo lo esperaba a las afueras del baño, despotricando sobre lo caros que eran los medicamentos y que si se atrevía a enfermarse no se quejará o ella le daría una paliza, su padre era más tranquilo y los dejaba jugar bajo la lluvia, pero no les dejaba entrar a la casa si no estaban descalzos y envueltos en una tolla, pese a ser un amo de casa no siempre estaba de humor para limpiar el desorden de niños pequeños. Para él los días lluviosos eran deprimentes, tristes y aburridos, pero ese día, al despertar, con la cabeza de Roxelana en su pecho se alegro de ver que era un día lluvioso, uno más del montón, una señal de que no había perdido nada.

Lo primero que vio al despertar fueron las gotas de lluvia deslizándose temerariamente por el cristal, frondosas lagrimas de cielo, ¿Por qué el cielo lloraba tanto? De pequeño creía que cada vez que llovía era porque los ángeles lloraban y él se ponía triste de pensarlo. Se movió intentando hundirse aún más en la frazada, pero se detuvo al sentir un peso en su pecho, bajo la vista lentamente y se encontró con la negrura de una cabellera que le hacia cosquillas en la barbilla. Coloco sus manos sobre los hombros de la criatura en su pecho y respiro aliviado al darse cuenta de que sí era una persona, y no alguna alimaña no identificada como pensó en un inicio.

La sacudió levemente, tratando de despertarla, pero entre más la movía más se aferraba a él. Cansado se enderezo, haciendo que el movimiento brusco la despertara. La muchacha levanto la cabeza y su cabello cubría como telarañas negras su rostro hinchado, le resulto de cierta manera perturbador que incluso con la saliva goteando de un lado y el cabello desordenado siguiera siendo una aparición echa mujer. Mínimo debería verse mal alguna vez.

—  ¿Eh? — Roxelana se acurruco aún más contra su cuerpo — ¿Qué hora es?

— Quitate — ordeno.

— ¿Ah? — seguía adormecida cuando Aidan se levanto, haciéndola caer sobre el duro colchón — ¡Oye! ¿Qué haces? — ella se enderezo, cubriendo su cuerpo con una sabana — ¿Enloqueciste?

— Eso debería preguntarte tu, ¿Cómo pudiste emborracharme? 

— Fuiste tu el que se bebió la limonada — se excuso mientras peinaba su cabello con los dedos, apartando los rebeldes mechones de su rostro.

— De haber sabido que contenía alcohol ni un sorbo habría tomado — Aidan se rasco la nuca, mirando avergonzado a Roxelana, ¿Ella no sería capaz de viola...? No, no parecía ser esa clase de persona, una chica tan linda como ella no tendría problema alguno en llevarse a la cama a cualquier persona que deseara. Desecho ese pensamiento con rapidez, Günther tampoco parecía esa clase de persona y era físicamente perfecto, y aún así lo hizo —. Anoche...¿Qué paso en la tarde? — recordaba la sensación de los suaves senos de Roxelana contra su pecho, sus besos cálidos llenos de deseo, la forma en la que sus habilidosas manos lo despojaron de su ropa.

— Nada — admitió con pesadez.

— ¿Nada? 

— Nada — repitió con mayor firmeza —, te quedaste dormido y no hubo forma en que tu pene despertara, tuve que masturbarme a tu lado — en realidad no era necesario que un hombre estuviera consiente para poder montarlo. La muchacha mantuvo la frazada cubriendo su cuerpo, aún sentía el delicioso hormigueo entre sus piernas —. Pero si quieres — dejo caer la manta a un lado, extendió los brazos como una sirena invitando con su canto a la perdición de un marinero — podríamos terminar lo que comenzamos.

El chico de inmediato aparto la mirada.

— No, gracias.

Acomodo su ropa, estaba a medio poner, suponía que al ver que no colaboraba Roxelana misma lo volvió a vestir, antes de caer inconsciente, aunque era igual de linda que siempre apestaba a un alcohólico de 80 años.

— ¿Quieres desayunar? — acomodo las mangas de su suéter, sus calzoncillos estaban al revés y sus pantalones a medio poner, pero no le apetecía desnudarse nuevamente frente a la chica.

El terror lo invadió al darse cuenta de que su suéter estaba a medio poner, ¿Ella había visto su cicatriz? Inspecciono el luminoso rostro de la joven buscando algún gesto delator. No encontró nada.

— Ya desayune — Roxelana le dirigió una mirada desconsolada al insípido batido verde a medio tomar al lado de la cama.

— Para mi eso no es desayuno, ¿Quieres que te haga algo? No soy muy bueno cocinando, pero hago unos vasos de agua, ¡Ni te digo! ¡Siempre me piden otro! — nuevamente se sorprendió, le resultaba extraño escuchar una broma en su propia voz después de tanto tiempo. Le preocupo haber dicho algo incorrecto al notar la mirada triste persistente en el rostro de la chica —. Era un chiste, en realidad sí sé cocinar, al menos lo básico, nadie se ha muerto por comer lo que cocino.

— No es eso, es que...— la muchacha le dio una mirada disimulada a una cámara que descansaba en una encimera. Aidan se sorprendió y con un par de vistazos encontró dos cámaras más: una en la esquina de la habitación y otra debajo de una estatuilla al lado del televisor, le desconcertó no haberlas notado antes, en especial por el parpadeo de una lucecita verde — ya estoy llena — bajo la mirada, jugueteando con sus largas uñas acrílicas.

— Entonces debemos prepararnos, ensayar la siguiente escena — se apresuro a decir, terminando de acomodar su ropa.

— Claro, ¿Cuál ensayamos?

— Será mejor que salgamos, quiero que hablemos primero de la escena y luego la ensayamos.

Pensó que ella objetaría, pero sorpresivamente solo fue al baño y al salir — tan solo cinco minutos después — estaba esplendida, como salida de una revista. Hablaron de cosas sin sentido hasta que llegaron frente a un restaurante de comida vegetariana, Roxelana se puso pálida al ver tanta comida frente a ella.

— Espera, ¿Qué hacemos aquí?

— Desayunar — Aidan tomó la mano de la chica, obligándola a seguirlo — Mi tío es en parte dueño, así que puedes pedir lo que quieras.

Entraron y uno de los meseros los llevo de inmediato a una mesa. Era temprano de mañana y sin embargo estaba lleno, cientos de personas reunidas en un solo lugar parloteando sobre los beneficios de la granola. Los sentaron en una mesa aparte, una siempre reservada para el tío de Aidan, supuso Roxelana por lo elegante que era.

— Creí que tu tío era psiquiatra.

—  Mi tío puede ser lo que quiera ser — respondió mientras ojeaba el menú —. Incluso tiene certificado de instructor de buceo. Muy bien, ¿qué quieres comer?

— Nada — en ese momento su traicionero estomago gruño con la violencia de un volcán en erupción. 

Aidan dejo a un lado el menú, imitando la pose que su tío — manos entrelazadas, cabeza levemente inclinada y mirada compasiva — tomaba cuando iniciaba las sesiones de terapia.

— ¿Por qué no comes?  

— No creo que seas tu el indicado para preguntarme eso, mirate, estás en los huesos.

— Y aún así quisiste fornicar con estos huesos — el arrepentimiento fue instantáneo, aquél comentario no fue muy profesional — . Lo siento.

— Simplemente Tony no quiere verme gorda — dijo con desazón, jugueteando con uno de los tenedores plateados.

— Él no tendría que saberlo.

— Tony siempre sabe lo que hago.

A su mente vino el recuerdo de las múltiples cámaras y supo que estaba jodido. Su frágil cuerpecito iba a perecer bajo los musculosos brazos de Tony una vez se enterara de lo que estuvo a punto de pasar entre él y su novia. 

— ¿Tony te vigila por la cámara? — la bilis se acumulo en su boca, no supo si por la resaca o por el miedo — ¿Él...nos vio?

— No, apague las cámaras, pero si lo hago muy seguido él se daría cuenta, solo lo hago una vez al mes, aleatoriamente, claro — Aidan asintió, más calmado, deslizando suavemente el menú hacia Roxelana.

— Hay tantas opciones deliciosas aquí, ¿Has pensado en qué te gustaría comer?— ella jugaba con la servilleta, evitando el contacto visual.

 — No estoy segura, Aidan — paso una mano por su larga melena, mirando a su alrededor despreocupada —. No tengo mucha hambre — pero nuevamente su traicionero estomago no estuvo de acuerdo.

La chica se sonrojo, ¿Por qué sus tripas estaban tan parlanchinas ese día?

— Rox, ambos sabemos que eso no es cierto — señalo el estomago de la chica con el dedo —.Eso ahí, eso es hambre. Y está bien tener hambre — Roxelana bajó la mirada, jugando con el borde de su servilleta.

— ¿Y tú, Aidan?— preguntó, su tono coqueto ocultando su inseguridad —. Tú tampoco comes mucho — Aidan se echó a reír y nuevamente ese cosquilleo delicioso apareció entre las piernas de la muchacha.
— Tienes razón, y estoy trabajando en ello — Aidan suspiro algo cansado, le dolía el pecho, suponía que Roxelana lo había usado de almohada toda la noche —. Es un proceso, pero estoy aprendiendo a cuidar de mí mismo. 

Roxelana observó a Aidan, notando cómo su expresión se suavizaba. Desvió la mirada hacia su plato, luego nuevamente hacia Aidan, y finalmente de regreso a su plato. En su mirada se percibía una vacilación, una sombra de vulnerabilidad que no requería palabras. Hubo un momento de silencio antes de que la joven asintiera lentamente. Tenía hambre, muchísima.

— Está bien — dijo finalmente —. Hagamos un trato. Si yo como, tú comes.

Aidan sonrió, apretando suavemente la mano de Roxelana.

— Trato hecho.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora