Epílogo

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Su boca sabia a algo, no podía discernir el sabor, pero estaba ahí, omnipresente, dentro de su cuerpo, debajo de su piel. Era un sabor rugoso, agrío, como tierra seca con piedrecillas filtrándose por la garganta. Se lavo los dientes una vez, luego dos, tres y finalmente embutió toda la pasta de dientes en el interior de su boca, el exceso de menta lo hizo lagrimear, pero ni la sensación de que su boca estaba a punto de deshacerse, rugosa y ardiente, logro quitarle el sabor de la boca.

Supuso que siempre sería así. No podría sentirlo, no podría saborearlo, no podría verlo u olerlo, pero estaría ahí, era parte de él, lo fue, lo es y lo sería, pero no para siempre, no, eso era lo bueno, tan solo tenía que esperar, un poco más, un poquito más y entonces los cielos se abrirían en toda su gloria con hordas de ángeles invocando cantos celestiales, él estaría allí, esperaba que del lado de los redimidos y su cuerpo sería destruido, ese cuerpo maltratado, lleno de cicatrices y de caricias no consensuadas seria destrozado, ni siquiera las cenizas quedarían como recuerdo y Dios le daría un nuevo cuerpo, uno puro, sin enfermedades, sin esa cantidad de pecas en la espalda que tanto detestaba, sin cicatrices y sin abusos. Sin pecado. Un cuerpo puro, nuevo, perfecto, hermoso. Y sería suyo, SU cuerpo, por lo que nadie mas podría tocarlo o dañarlo, nadie mas podría destrozarlo.

Tomo aire, sus mejillas se llenaron de aire mentolado y su cuerpo ardió desde adentro, y otra vez sintió eso. La necesidad de romper. De meter sus dedos en su boca y tirar de la irritación de sus mejillas hasta atravesar la carne, y piel por igual, hasta la punta de sus dedos poder divisar. Aparto la mirada del espejo, no, no podía, ya no más. El recuerdo de Tyline, de los niños muertos, de Willa, de Alma y hasta de Günther llego a él, aparto sus manos de su rostro y fue a cambiarse.

No tenía otra opción, más allá de esperar. No valía la pena, ¿tanto sufrimiento para qué? ¿Para morir y que sus abusadores siguieran felices cual lombrices? No, maldita sea, no. No merecía morir, ellos sí, pero Dios les daría al final de todo el castigo justo, aunque eso no le impedía sentarse a fantasear, en el desayuno, mientras bebía a sorbitos el chocolate con leche y escuchaba al doctor Stilinski tratar con sus pacientes —retomo pacientes una vez Aidan demostró suficiente mejoría — pensaba en una camioneta, atropellando su cuerpo, el de Günther, el de Alma, el de Willa, las ruedas aplastando su torso, sus huesos astillados clavándose en sus órganos, imaginaba sus ojos abiertos sin entender todo el dolor qué sentían mientras sus cuerpos eran destrozados, la cuerina de las llantas quemando y rasgando su piel mientras rodaban sobre sus cuerpos. Se imaginaba en cuclillas frente a ellos o acostado en el suelo, viendo cara a cara su sufrimiento, fantaseaba mucho con ello, pero en especial con su ultimo pensamiento o si siquiera pudieron pensar en algo, ¿las personas así pueden pensar las cosas? Lo dudaba, tanto dolor debía apagar el cerebro. Aún así era divertido pensarlo, suspiraba con aburrimiento y ladeaba la cabeza observando los ojos azules tan oscuros como la profundidad del océano siendo aplastados o el marrón mierda de los ojos de Alma saliendo y volando por los aires cuando las llantas le aplastaron la cabeza. Solo miraba y miraba, pensando en qué estaba pasando por esos cerebros triturados mientras morían, ¿arrepentimiento? ¿Miedo? ¿Preocupación?

No pensaba mucho en ello. Solo al desayunar, al ir al comenzar sus clases virtuales en la universidad, cuando iba al apartamento de Tyline y jugaba con Raf, y Sulfus — cada vez que llegaba los perritos danzaban como si le dieran la bienvenida a casa, agitando sus colitas y sus orejas en una graciosa danza —, al ir a sus terapias con Tricia y con el doctor Stilinski, al bañarse y sentir sus cicatrices en su piel, a la hora de la cena y conciliaba el sueño pensando en una Alma triturada. Pero no pensaba mucho en ello. Al menos no de forma voluntaria, simplemente pasaba, el pensamiento llegaba de la nada, pero oraba, para que un día ya no volviera a pensar eso, jamás.

— ¡Ady! — lo llamo el doctor Stilinski desde la puerta — Vamos, antes de que se llene la playa, no querrás bañarte en algo que no sea agua salada, ¿O sí? — Aidan negó, no tenía problema alguno en nadar en desechos de ballena o tiburón o del Leviatán, pero ¿de humano? Había un límite para todo —Espera — el hombre lo sujeto de las mejillas, esparciendo el protector solar por su rostro —. Eres muy pálido, lo que se traduce a que si te quedas mucho tiempo en el sol, serás un rábano— acuno el rostro del chico entre sus manos, mirándolo como si fuera la criatura más maravillosa de la tierra y para el hombre así era, su paciente, su sobrino, su niño. Lo abrazo con cariño, sin preocupación alguna por partirlo en dos o de sentir los huesos a través de la ropa, aunque seguía delgado no a un nivel preocupante, sus mejillas estaban coloradas y llenas de vida, y su piel sanando de las heridas —. Tengo que admitir que me sorprende lo mucho que mejoraste los meses que estuve internado en el hospital — caminaron alegremente hacia el auto, no sin antes darle otra capa de protector solar —. No tendrás cáncer de piel, no en mi guardia — dijo su tío llenando sus inmensas manos con la crema blanca, si de por si era pálido con todo ese protector solar parecía casi traslucido —, supongo que juzgue mal a Alma, ojala no se hubiera ido sin despedirse, le debo una disculpa, te ayudo más de lo que yo en años pude hacerlo— Aidan sonrío, esa sonrisa forzada que tanto practico frente al espejo, tomo la mano de su tío, negando.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora