55. Por un par de millones +

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Coco brilla de una manera lenta y amigable, conmigo como su fiel ayudante, ven conmigo y déjame abrazarte, antes de que por fin el eterno sueño por fin te atrape...

Coco brilla de una manera lenta y amable, con sus ojos grandes cual fiel alce. Blanca nieve, blanco pelaje que sin espanto abrazo hasta que me calme. Lengua mojada, larga y constante que con un ladrido me convierte en su fiel ayudante. Patas peludas, cuatro son, que corriendo mi vida mejoro. Junto a la ventana espero encontrarte y tal vez una cosa o dos yo pueda enseñarte. Croquetas como y con los ratones gozo, mientras bailo con mi amigo el oso revolcándolos en el lodo. A veces puedo bailar, otras ladrar y alegremente en las noches maullar. Cierro los ojos atentamente, esperando a que en tus brazos me encuentre y de las frías calles me alejen, para que tú cálido corazón mi cuerpo caliente y de comida me llene. Esperare pacientemente a que llegues y tal vez una o dos cosas yo te enseñe. Junto al camino como tu buen juguete. No te tardes, por favor, porque el hambre por fin me abrumo y el sueño me consumió, lucharé contra el sueño valientemente, esperando que un día por mí regreses y del camino lejos me lleves, para volver a casa y asi nunca me dejes. Te espero atenta, pequeña farsante, a que de mi te acuerdes y vengas a rescatarme. Para poder cuidarte del monstruo que ronda por ahí. No busques más debajo de la cama, porque yo estoy aquí y lejos del monstruo te haré feliz. A tu lado espero que tú me encuentres y dancemos juntos alegremente. Mientras tanto junto al camino te espero con mis ojos brillantes cual fiel alce, tratando de no dormir pues sé que tú promesa vas a cumplir y volver por mí. No te tardes por favor.


Pero no volvió. Coco era una invención, una mascota que su mente creo para ayudarlo a escapar del dolor. Una idea, una historia, un juego en el cual su mente viajaba cada vez que Günther su cuerpo violaba. Ese era el cuento que escribió cuando era pequeño, un cuento infantil sobre una mascota mágica llamada Coco que podía convertirse desde un gato narcotraficante hasta un hámster pacifista. Ahora lo recordaba todo: el premio, el cuento, el millar de adolescentes saludándolo por ser tan "chiquito y lindo", su tía diciéndole que le daría un helado, el bosque oscuro y la sensación de ser desgarrado. Tan solo tenía 4 años, se sentía orgulloso por haber escrito una historia a base de un sueño con sus crayones favoritos y de ganar teniendo como contrincantes niños con dos dígitos como edad. Sostuvo su premio — un pedazo de papel sin valor con letras doradas que él durante años creyó que era oro pero un día descubrió para su decepción que era solo era marcador con tonos metálicos — e inflo su pecho con orgullo posando para todas las fotos que le pudieran tomar como recuerdo y regalo para sus padres, su tía y él iban cantando una canción, su boca estaba fría, empapada del cremoso helado de vainilla tamaño familiar que ya llevaba comido más de la mitad y entonces el auto se desvió, en vez de seguir la carretera transitada por donde llegaron a la premiación ella se desvió. <<Un atajo>> le había dicho, pero él no vio nada malo en ello, estaba demasiado concentrado en engullir los trozos de helado que se derretían entre sus deditos que no pensó en nada malo cuando el auto comenzó a moverse a través de una desolada carretera, mucho menos cuando llegaron a una casa en medio de la nada ni tampoco cuando ella le dio de beber un batido de chocolate que no sabía como el chocolate debía saber.

¿Cómo podría haberlo hecho? Mientras la infusión para hacerlo dormir hacia efecto Aidan estaba sentado observando con emoción el bosque imaginando que hadas de todos los colores salían de entre las hojas de los árboles, danzando junto a juguetón fauno que tocaba la flauta el ritmo del viento y cuando un hombre llego, un desconocido de ojos verdes y mirada fría llego a la casa no pensó en nada malo, siguió imaginando que las ninfas del bosque le colocaban una corona en la cabeza y lo declaraban su príncipe, y protector de los bosques.

¿Es él? — pregunto Wallace, mirando al niño sentado frente a una ventana, Alma asintió.

Lo es y es virgen, puedes comprobarlo, por eso su valor es tan alto — el inmenso hombre dejo su abrigo a un lado y se acercó a pasos lentos al niño, poso una de sus grandes manos en el diminuto hombro del pequeño, haciéndolo girar sobre sus talones para verlo, los ojos de Wallace brillaron al observar esa carita tan inocente y pequeña, con ojos celestes que comenzaban a entrecerrarse por el sueño, acaricio con sus dedos su boquita rosada y el deseo de poseerlo se instauro en cada hueso de su piel.

— No creo poder entrar por completo, es muy pequeño — lo tomo entre sus brazos y él se estiro para enrollarse como un gato alrededor de su cuello, Wallace se sorprendió por tal atrevimiento, pero Alma ya le había comentado que él era un "niño especial" y vaya que lo era, no esperaba menos de alguien que valía 10 veces su peso en oro —, podría romperlo.

Solo usa el lubricante que compre, le dolerá cuando despierte, pero vivirá.

— ¿Segura?
— a penas y si le llegaba a las rodillas, temía que en el momento en que yaciese en él terminaría por romperlo, paso sus manos por las redondas mejillas del niño, rojas, rojas como un par de rosas florecidas. Su virilidad lo mataría, era capaz de partirlo en dos, si a sus muchas mujeres las dejaba adoloridas por días, ¿qué podía esperar de un niño tan pequeño? Podía envolverlo casi por completo con una sola mano. Tan pequeño. Según Alma el niño debía tener un par de años menos que su hijo, pero Günther nunca fue tan pequeño — ¿Qué edad tiene?

— Cuatro — dijo la mujer sin pestañear, no pudo evitar sonreír, Wallace lo sostenía con tanto cuidado, con una delicadeza abismal, como si fuera un muñeco de porcelana que cuidar.

— Lo romperé — intento colocarlo sobre la cama, pero él se mantuvo aferrado a él, sus minúsculas manos cerradas como un par de candados sobre sus ropajes, le recordó a su hijo cuando era un recién nacido, Günther tenía la manía de aferrarse a los pechos de las nodrizas como si su vida dependiera de ello y se lanzaba como un dardo en busca de cualquier indicio de leche, sin importarle si era hombre, mujer o una pared —. Es demasiado pequeño — Alma rodó los ojos.

— Si no lo quieres solo dilo — la mujer extendió las manos para arrebatárselo de los brazos —, tengo muchos interesados en un virgencito como él — Wallace lo mantuvo bajo el abrazo asfixiante de sus manos.

No. Lo quiero — declaro con seriedad.

Le dio la espalda a Alma y con la criatura en brazos lo llevo a una de las habitaciones de la casa, lo recostó en la cama y de inmediato el niño se hizo un ovillo mientras dormitaba, cerró la puerta y comenzó a despojarse de las prendas, también a él, se sorprendió al notar un pañal pero recordó que Alma le comento que aún no sabía ir solo al baño por lo que podría tener una que otra sorpresa, pero eso poco importaba, no cuando se tenía una criatura tan grácil y tierna a disposición completa. A pasos apresurados se metió con él a la cama, sus manos comenzaron a recorrer su cuerpo, su piel pálida y perlada, sus frágiles curvas.

Papá...— dijo entre sueños, Wallace se inclinó para besarlo, tendría que usar más su lengua, consciente de que un niño tan pequeño no podría mojarse por si mismo. Jadeo una vez sobrepaso los límites de la dignidad, moralidad y virginidad, el pequeño se retorció todavía entre sueños y la sangre se deslizo.

Todo está bien, pequeño — le susurro contra el oído sintiendo como si estuviera dentro del cielo.

Su mente vagaba en una nube, en libertad lejos de su ultrajado cuerpo. Alma lo miraba, tratando de adivinar los pensamientos del chico a quien amaba con tanta intensidad que su corazón dolía a mares viéndolo tan quieto y silencioso, como un muñeco. Una vez, entre los muchos pensamientos de media noche llegando a la madrugada, embriagándose entre pensamientos tan confusos como sus sentimientos Aidan se dio cuenta que muy probable existieran personas que solo conocerían el sufrimiento durante toda su vida, un sufrimiento perpetuo que solo con la muerte podría haber menguado, el dolor en su cadera y las vendas cubriendo la mordedura de su cuello fueron un recuerdo de que al menos él pudo haber conocido la felicidad antes de la agonía, ahora que su mente por fin lo liberaba de los confinamientos de los recuerdos podía estar seguro que aunque le esperaba una vida de dolor y abuso al menos fue feliz una vez, una lejana vez. Dudaba que muchos de los niños que en esos días había conocido hubieran tenido tal oportunidad. Una vida en donde el dolor fuera todo lo que podían sentir.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora