46. Go, Aidan, Go!

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Roxelana se desmayó. Nadie supo por qué. Simplemente se desvaneció, como un recuerdo a la deriva en el mar de la memoria, una hoja seca en pleno otoño destinada a ser destrozada por todo aquél que se la topara. Comenzó a temblar, a llorar y de la boca le salió espuma, cayó al suelo justo cuando Tyline les contaba sobre cómo consiguió las entradas de la pista de patinaje gratis al apostarle al trabajador del juego que una pareja iba a intentar intimar en la pista, y cuando los encontraron demasiado cerca, haciendo acrobacias para ponerse un condón de manera disimulada le dio las entradas. Solo se desplomó y luego le salió espuma mientras temblaba. Dan y Tyline se la llevaron, él no pudo hacer nada, ni siquiera sostenerle las pestañas al llevarla hacia el hospital más cercano.

Se quedó paralizado mientras Tyline trataba de auxiliarla, Dan solo le grito que volviera a casa. Dan era fuerte, no tan alto como Rox, pero más fuerte, él cargo la mayor parte de su cuerpo espumoso, Tyline le sostuvo la cabeza, evitando que su cuello se rompiera. Curiosamente no convulsiono, a Aidan le hubiera gustado que convulsionara, jamás había visto a una persona hacerlo y eso le causaba curiosidad, solo tuvo un ligero temblor, esperaba que se estampara contra el suelo hasta que su cráneo se fragmentara en cientos de pedazos, pero no lo hizo, le hubiera gustado vivir la experiencia completa de un desvanecido, pero no se podía tener todo en la vida.

Regreso a casa en silencio. Aún tenía un pequeño trozo de pastel, pero sentía nauseas de solo estar consciente de su existencia. Entro en silencio y guardo sus cosas en su habitación, bajo a la cocina y guardo el trozo en el refrigerador, no sin antes quitarle la nata, su tío adoraba tomar chocolate con nata flotando orgullosamente en su vaso, al menos si no se iba a comer el pastel podría comerse la nata. Hizo el chocolate, pero no se dio cuenta cuando lo hizo, solo fue consiente de sí mismo cuando el líquido caliente le chorreo las manos. Era como si acabará de despertar de un sueño, uno donde Roxelana se retorcía en agonía en el suelo, sollozante y temblorosa. Hasta ese momento jamás se percató de lo similares que era la cremosa nata con la espuma que sale de la boca, tan parecidos, se preguntó si también era dulce, parecía serlo por la manera en la que Roxelana apretaba los dientes como si no quisiera dejarla salir. Una golosa sin duda.

Deslizo lentamente un cuchillo, suavemente, permitiendo que el metal recogiera la dulce nata, luego, la vertió delicadamente en el chocolate caliente, el humo se vio opacado por las nubes azucaradas que entraban en su interior, luego, retomo su danza como si nada hubiera pasado. Aidan hizo una mueca al ver que la nata se estaba diluyendo, ¿Por qué no flotaba? Suspiro y tomo otro poco de nata de la nevera, esa artesanal que compraba su tío cada domingo en el mercado campesino, esa si flotaba, no se diluía, permanecía imperturbable sobre el dulce líquido hirviendo como un náufrago en medio del océano, mismo que terminaría muriendo a manos de una bestia marina nunca antes vista, pero en su caso la bestia era su tío amante de la nata y crema.

— ¡Aidan! — dejo caer el cuchillo al sentir la voz de su tío detrás suyo. El hombre lucia demacrado, sudoroso, sus gafas colgaban del puente de su nariz y para su sorpresa despeinado. La camisa negra se le pegaba pesadamente al cuerpo, como una segunda piel gruesa como el terciopelo. El rostro del psiquiatra estaba contorsionado en una mueca de cansancio y sus manos llenas de un líquido blanquizo, un sudor frío perlaba su frente, descendiendo por su rostro como lágrimas silenciosas. Sus labios, temblorosos, se abrían y cerraban en un intento mudo de formar palabras, pero solo lograban emitir un gemido sordo. Tosió varias veces, liberando su garganta del nudo que las tensaba, notó que tenía una mordida en su muñeca, misma que oculto detrás de su cuerpo con una sonrisa torcida — ¿Qué haces aquí? Te dije que no volvieras hasta que te llamará...

— Yo...— no supo qué decir más allá de ofrecer la taza de chocolate con nata como una ofrenda de paz. Creyó que, de alguna manera estaba enojado por él, a lo mejor cansado de tratarlo, pero ahora se daba cuenta que estaba muy equivocado.

El doctor Stilinski torció su cuello observando la humeante taza de chocolate, se relamió los labios agrietados sediento de un poco de azúcar tras un día intenso. Observo a su alrededor, detrás de sí y a las otras puertas que daban a la cocina, su grande mano se aferró al hombro de Aidan y lo acerco a sí mismo, enterrando sus dedos en su escasa carne. El rostro del chico golpeo el pecho sudoroso del hombre y de inmediato el aroma a sudor, sangre y orines le envolvió el rostro, entendiendo así que aquellas manchas no eran todas provocadas del doctor. Lentamente retrocedió, todavía con el minúsculo muchacho entre sus brazos, tirando de él con una cautela de alguien que preferiría estar muerto antes de ser descubierto. Él temblaba. El doctor Stilinski temblaba mientras sus ojos seguían en aquella danza vertiginosa mirando a todas partes y a la vez ninguna. Sus ojos fijos en el segundo piso, temblorosos vértices oscuros que miraban hacía la puerta de su despacho, ¿qué habría allí? ¿Un demonio? Sabía que en su juventud su tío se interesó por la magia negra y luego por el paganismo, ¿Habría retomado los viejos hábitos? Sus dedos se deslizaban y volvían a subir por su hombro, como si sus venas jalaran desde adentro de su carne a sus dedos tratando de evitar que lo tocara.

Nunca lo había visto así, tan...asustado, sus ojos no abandonaban el segundo piso por ningún motivo, titiritando en un miedo agonizante de quien sabe que un movimiento el falso y todo se habría acabado.

— Debes irte — susurro en voz baja, sus temblorosos dedos aumentaron su agarre en sus hombros, Aidan ahogo un quejido, no porque quisiera, sino porque la mano de su tío le cubrió la boca, se sorprendió al darse cuenta que aquél liquido blanco en sus manos parecía ser una especie de droga, pero el hombre aparto la mano antes de poder saber cuál —. Vete, Aidan — repitió con voz serena y aunque pareciera imposible, se puso aún más pálido al notar la ausencia de la parlanchina criatura destrozona de cerámica a su lado — ¿Donde...Dan...dónde está Dan? — y antes de que pudiera responder su tío abandono la cocina.

A pasos lentos lo siguió, permaneció en el marco de la puerta que daba a la sala principal, con la humeante taza en sus manos observando a su tío moverse con un silencio abismal por la casa. El hombre subía y bajaba escaleras envuelto en pánico, corriendo de un lado a otro, abriendo y cerrando puertas, pero todo en absoluto silencio, como un fantasma al acecho.

— ¿¡Dónde está!? — el hombre se cubrió la boca observando aterrorizado la puerta de su consulta, su respiración jocosa se filtraba entre sus dedos y lentamente se dirigió hacia Aidan, lo tomo de la mano y lo guio lentamente a la cocina de regreso — ¿Dónde está Dan? — preguntó en voz tan baja que el chico se sorprendió de haber sido capaz de escucharlo.

— Él...hubo un accidente — admitió —, está en el hospital — el doctor Stilinski dejo escapar un suspiro como si unas manos invisibles le hubieran tomado los pulmones desde adentro hasta finalmente liberarlos.

— Gracias, Dios — exclamo aliviado, pero su rostro pronto se vio opacado por las sombras que venían del segundo piso — ¡Debes irte! — dijo tomándolo con fuerza de los hombros — ¡Ahora! — Aidan se estremeció cuando lo tiró de la camisa tratando de sacarlo de la casa. La burbujeante sangre en sus venas se congelo al pensar en qué podría haber puesto a su tío, un hombre famosamente conocido por no perder los estribos en semejante posición. Tan agitado, nervioso y...asustado. La última vez que Aidan lo vio así fue cuando deseo dejar de pensar y con ello respirar por primera vez.

— ¡Doctor! — quieto, el doctor Stilinski se quedó tan quieto que por fue como si el mundo entero se hubiera detenido. Su mandíbula se tensó, deslizo su mano con lentitud del hombro hasta su brazo y cerro con vehemencia sobre su raquítica muñeca — ¡Ahí esta! Me preocupe cuando no volvía, ¿Todo bien? — el escuálido chico miro primero al doctor Stilinski, antes de que sus ojos vagaran lentamente hacia Aidan, en el momento en que su mirada se posó sobre él se estremeció, el pelinegro podía sentir como la piel se le ponía de gallina, tomo la mano de su tío, haciendo que más chocolate hirviendo se derramara sobre sus dedos que para ese punto ya estaban rojos y la piel en algunas zonas comenzaba a derretirse —. Oh, ¿es él? — su voz se quebró hacia el final, pero su sonrisa no titubeo —. Soy Maud — extendió su mano, sus uñas estaban levantadas, con sangre y piel acumuladas entre sus dedos.

Su mirada se suavizo. Tenía ojeras, tan profundas y pronunciadas como el rímel de Tyline, bolsas alrededor de los ojos, hinchadas bolsas, una sobre otra, como capas sueltas de piel, tan hinchadas que por un momento Aidan quiso arrancárselas de la cara o por lo menos pincharlas con un alfiler. Y sin embargo, esa sonrisa de labios pálidos y agrietados era una de las más hermosas que Aidan hubiera visto. No le importaba nada y cuando nada importaba nada podía estar mal. Eso era tan liberador y deseo convertirse en él para arrancarse las ojeras con un alfiler, y sonreír así de bien otra vez.

— Yo soy...

— Aidan, ¿verdad? — lo interrumpió Maud, aún tenía la mano extendida, pero aunque quisiera el chico no podría corresponder el apretón, una mano estaba entrelazada con la del doctor, la otra sostenía una taza de chocolate caliente hirviendo, demasiado caliente —. Si...el doctor me hablo mucho de ti, eres su sobrino, ¿cierto? — por fin bajo la mano, antes de ocultarla entre los bolsillos de su enorme pantalón, si no fuera por el cinturón desparecería entre los pliegues beige —. Debe ser algo agobiante crecer rodeado de mujeres, dime, ¿Alguna vez de cogiste a alguna de tus hermanas? ¿O por lo menos de masturbaste pensando en ellas? — Maud no era un pervertido ni nada por el estilo, solo que se le hacía muy difícil de creer que en una casa rodeado por tantas mujeres cualquier hombre cuerdo pudiera controlarse, podría tener el mayor autocontrol del mundo, pero al menos, aunque fuese una vez fantasear con lo que estaba oculto debajo del brasier. O eso pensaba él.

— Suficiente — el doctor Stilinski tomo a Maud de los hombros, trazando caricias en su ancha espalda, algo que el muchacho sabía que era una forma que su tío usaba para calmar a sus pacientes, incluso él se había vuelto casi adicto a ese extraño masaje, no podía dormir sin que los largos dedos de su tío trazaran líneas en su piel —. Aidan ya se va, solo vino un momento por ropa, pasará la noche con su tía.

— Ah...— Maud parecía casi decepcionado —. Es una lástima, me hubiera gustado conocerte mejor, pero bueno, será en otra ocasión — Maud tenía los ojos rojos, muy rojos, tan rojos que la esclerótica apenas si era perceptible bajo aquella ligera capa de rojo. Pero era un rojo extraño, como si hubiera llorado por semanas, tal vez la misma clase de rojo si estuviera drogado o como si le hubieran o se hubiera golpeado en la cabeza hasta hacerle explotar las venas oculares. Parecía cansado, tanto que por un momento el chico pensó que iba a desplomarse, sin embargo, sus ojos seguían fijos en las manos de Aidan, en la condenada taza que amenazaba con dejarlo sin dedos —. ¡Que considerado! Sabía que al doc le gustaba el chocolate, pero no sabía que le gustaba con crema — de repente hizo un puchero que pretendía ser tierno pero resulto lastimero, siquiera ver a alguien en ese estado ya era una tortura visual —, me siento mal, pensaba que era tu mejor paciente, ahora entiendo porque me cambiaste por él — Maud se recostó contra el mesón, mirando el chocolate —. Ande, doc, bébalo, no querrá poner triste a su paciente favorito, ¿verdad? — su sonrisa era tan perfecta, sus mejillas se hinchaban a medida que sus labios reventados se curvaban, tan perfecta, ojala todo el mundo pudiera sonreír así, sonreír porque nada le importa y ni siquiera la muerte es importante porque tan solo es un sueño tan efímero como el tiempo.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora