60. Vamos A Grabar Mi Violación +

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No fue necesario convencerlo, ella no tuvo que hacer nada. Valerio lo hizo todo por ella. Ni siquiera pudo hacer nada para detenerlo, cuando se dio cuenta de lo que pasaba ya era tarde, corrió tanto como pudo, tanto que pensó que en cualquier momento saldría volando, pero al llegar la caja estaba vacía y no había rastros de Aidan por ninguna parte, solo simiente pegajosa y amarillenta de hombre, esparcida por el suelo, ¿Pero de él? Nada, le alivio por lo menos no ver sangre en la escena, lo que menos necesitaba era que le quitaran su razón de vivir, Aidan era valioso, pero si lo mataban nada cambiaria, el mundo solo seguiría girando, sin él, pero girando. Todo seguiría igual, cientos de personas mueren cada día, cada segundo, algunas que ni siquiera su existencia es conocida ni recordada morirán sin tener a nadie que en ellos pueda pensar, ¿pero y él? Él solo era una persona más, un número en la creciente cifra de niños asesinados y violados, un número más, solo eso, ¿entonces por qué le dolía el pecho? Sus mejillas estaban humedecidas, mojadas como las hojas con el roció de la mañana ¿Por qué estaba llorando? No tenía sentido, ni siquiera lo conoció bien, pero ahí estaba, encorvada sobre si misma e incapaz de dejar de llorar, miro al cielo con el corazón apretujado. ¿Era posible sentirse así? ¿Tan...destrozada? Dolía, sentirse así dolía, miro las esferas brillantes, bien podrían ser estrellas, contaminación atmosférica o los aliens llegando para destruir la tierra, nada cambiaría lo que acababa de pasar ni podría modificar una dolorosa verdad: él no valía nada, pero para ella lo era todo.

Se limpió los ojos como pudo, esparciendo las lágrimas a lo largo de sus mejillas, dejo salir el aire, era la primera vez que lloraba, al menos de verdad, una sonrisa asomo entre sus sollozos, era la primera vez que sentía un dolor tan embriagador, un dolor que le recordaba la puerta naranja del hogar en la que fue criada y los pasillos de ladrillos donde los dejaban hasta que aprendieran a mentir lo suficientemente bien como para ganarse una cama. Un dolor que le recordaba a casa, al hogar. Miro nuevamente las luces en el cielo, ¿serían los dichosos ángeles en los que Aidan tanto creía? Lo dudaba, de ser así ya habrían bajado para ayudarlo, ¿verdad? Una vez escucho que Dios todo lo ve, si era así, ¿entonces por qué no hacía nada? ¿Por qué no salvo a Aidan? Bajo la mirada sintiendo algo húmedo en sus zapatos. Allí estaba, los rastros de semen amarillento y sangre. Apretó los puños mirando de nuevo al cielo.

— Por favor — rogó hacia las luces que iluminaban el firmamento, que bien podrían ser fruto de la contaminación atmosférica, estrellas o los aliens llegando a destruir la tierra —, por favor — cerro los ojos, apretando los puños —, no lo dejes morir sin estar yo ahí.

Se giró y regreso por sus pasos, comenzando a correr, sin importarle que su minúscula falda dejara ver a Kuromi saludando entre sus piernas, sus zapatos de charol crujieron amenazando con romperse con cada nuevo golpe contra el suelo, pero ella no escucho sus suplicas. Quería estar ahí. Necesitaba estar ahí. Necesitaba sujetar su mano, tomar la mano de Aidan mientras la vida se le iba, apretar su mano lastimada, mirarlo a los ojos y hacerle entender que pese a todo fue amado, y aunque tras ello probablemente la descubrieran, y ejecutaran no le importaba, tenía que estar ahí para él. Darle un abrazo la última vez y verlo desfallecer, envolver los trozos de su cuerpo y acunarlo para hacerlo sentir seguro segundos antes de morir.

Necesitaba que él supiera que en pocos días se volvió el mundo entero para ella y que su mundo no volvería a girar una vez él ya no estuviera ahí.

Volvió a levantar la cabeza, el viento frío golpeando su rostro, el cielo pintándose lentamente de rojo volvió a mirar la luz cegadora.

— Por favor — dijo entre jadeos, corriendo más de prisa — ¡Déjame estar ahí para él!

Era de día.

HORAS ANTES.

La música ensordecedora hizo sentir a Aidan en un trance, ligero como una pluma, sus extremidades dobladas como papel dejando que el alcohol rompiera sus arterias y quemara sus piernas. Se sentía tan bien. Hacia tanto que no se sentía bien. Era como dormir estando despierto y lo sentía todo, pero a la vez nada, era como estar en una burbuja, Willa tenía razón, dentro de la burbuja todo parecía mejor.

Dime que lo harás, te lo ruego, dime que me matarás.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora