Capítulo 32: ¿Dónde estás?

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Izabella

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Izabella.

Comencé a besarla con mucho menester y añoranza que podría jurar que sus labios tenían siempre un sabor extrañamente nuevo, sabor que siempre amaba descubrir en cada uno de nuestros besos. Me tomé el atrevimiento de subir su vestido un poco para acceder a sus piernas, las cuales eran agradables al tacto de mis manos... besé su cuello y mordí, haciéndola soltar un inevitable suspiro; ella me ayudó a quitarme la polera con mucha destreza, así también me despojó de mi camisa, dejándome expuesta para ella, me miró y lo siguiente que hizo fue rozar el tatuaje en mi abdomen, sus manos cálidas tocándome, otorgando toda la paz que mi cuerpo necesita.

Todo fue perfecto en muchos aspectos... hasta que abrieron la puerta y una muy conocida voz resonó por toda la habitación.

—¡Emma! —escuchamos gritar a la señora Miller, con una cara de repulsión.

Y ahí lo supe, todo se iba a poner muy difícil, llegó el momento que hemos evadido en todos estos meses... pero no tengo ni la menor idea de lo que haremos de aquí en adelante.

Estaba demasiado aterrada como para reaccionar coherentemente ante semejante situación, sus gritos inmersos en la habitación solo hacían que mi cabeza deseara explotar, pero aun estando atemorizada sabía que esto se había convertido en un inevitable acontecimiento desastroso.

—Señora Miller, yo... yo lo siento. —balbuceo, cubriéndome con las sábanas.

—Mamá, no es lo que parece. —salta de la cama Emma, mientras me tira mis cosas—. Bueno, tal vez sí, pero déjame explicarte.

—¿No es lo que parece? Emma Jane Miller... esto es lo más repugnante y desagradable que me ha tocado ver en la vida. —dice, con evidente enojo—. ¿Explicar? ¿Qué me vas a explicar? ¿Qué todo este tiempo nos has querido ver la cara de estúpidos?

—Señora, no tiene por qué ponerse así... su hija y yo nos amamos, ¿Cómo puede un sentimiento tan bueno, ser malo? —intercedo, mientras ella sigue viéndome con mucha desaprobación.

—Tú, Cállate... lo único que hiciste es traer la corrupción a mi casa. —espeta, mientras sus ojos se llenan de lágrimas—. No puedo creer que mi única hija es una partidaria de esta grotesca situación, eras mi orgullo... mi pequeña chica que lograría todo lo que yo no he podido, pero te descuido unos segundo y esta hija del pecado te ha corrompido.

—Me duele que digas eso, mamá. —murmura, intentando acercarse a su madre—. Yo... yo no pedí esto, yo luché mamá ¡Luché para que Dios me hiciera recapacitar sobre esto! —grita, exaltándose por la situación— ¿Crees que no le pedí cada noche desde que descubrí lo que sucedía dentro de mí?

Escuché sin decir nada, sabía que primero tenía que hablar Emma, yo también lo haría siempre y cuando la castaña termine de decir lo que se ha guardado durante años.

—¡Pues no veo que estés arrepentida! Una persona arrepentida de este pecado no se acostaría con una persona de su mismo sexo, para dejar de pensar esas cosas. —dice, alzando una ceja—. Quizás por eso el señor nunca te ha escuchado, pero mi amor yo sé que si te esfuerzas podrás superar esto.

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