Capítulo 30

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Me impresionó la frustración que suponía que se dijera algo innecesario.

Yulio giró la cabeza lentamente, miró un momento el cielo del atardecer y sonrió.

-El atardecer está muy rojo hoy.

-¿Qué?

-Es un alivio que el mundo se ponga rojo.

Sólo entonces me di cuenta de lo que este hombre estaba hablando. Estaba claro que haría la vista gorda.

Sus ojos, redondos como una luna creciente, miraban ligeramente hacia abajo.

-No habrá una sala de oración tan tranquila y reflexiva como esta. Te la prestaré cuando quieras, así que puedes venir cuando quieras.

Le miré un momento y asentí lentamente. Yulio sonrió alegremente e inclinó la cabeza.

-He venido a comprobarlo porque hacía tiempo que no salía de la sala de oración. Espero no haber interrumpido tu oración.

-No pasa nada porque la oración ha terminado.

-Creyente Ilyana.

Estaba a punto de pasar a su lado después de saludar en silencio de manera ordenada, pero escuché la voz de Yulio. Dejé de caminar con una mirada ligeramente preocupada.

-Sí.

De vuelta, tensé la espalda como siempre y puse tensión en mi barbilla.

No era mi intención, pero volví a llorar, así que no pude asistir a la fiesta.

-¿Dios escuchó tus oraciones?

Era una pregunta realmente difícil. Dudé un momento en responder.

No podía decir lo contrario delante de él, el mensajero de Dios. Los ojos de Yulio estaban tranquilos.

-No, no es así.

Era un poco impulsivo.

A pesar de mi impulsiva respuesta, los ojos azules de Yulio no expresaban ninguna emoción, pero el ligero levantamiento de las comisuras de los labios cambió el ambiente.

El rostro de Yulio, que tenía la cabeza firmemente fijada, no mostraba ninguna dificultad.

-Que tengas un buen viaje a casa, creyente Ilyana.

-Sí, espero que tengas una tarde cómoda.

Tras un breve saludo, me dirigí al castillo Luna. Pude sentir su mirada desde atrás, pero no volví la cabeza.

Aunque era un hombre con una impresión suave, era un poco incómodo tratarlo.

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No he ido a todas las fiestas desde ese día.

No confiaba en volver a ver a Magnus.

Sin tambalearme por el bajo el peso de esa emoción, el país, no Ilyana Glaine, no confiaba en mantener su existencia.

Como para calmar la ira, mis pasos se dirigían siempre al templo.

Todos los días, iba al templo y tomaba prestada la sala de oración privada de Yulio y maldecía bajo la apariencia de la oración, pero gracias a eso, sentía que mi resentimiento se había aliviado en cierta medida.

Esto no significa que tenga el valor de volver a ver la cara de Magnus.

-Tu cara se ha vuelto mucho más brillante. Este es el último día de la fiesta, ¿verdad?

"No que no tronabas pistolita".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora