11 || far better

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Charles Leclerc

Entrar a aquel reservado fue incluso más difícil que salir del paddock. Todos me paraban por el camino para lanzarme sus felicitaciones y buenos deseos de cara a las próximas carreras. En realidad, ni siquiera conocía a una ínfima parte de las personas que me detenían, pero siempre tenía una sonrisa que regalarles a cambio.

Cuando alcancé la entrada de la sala que Helena me había indicado por mensaje, descubrí que aquella puerta insonorizada colindaba con el escenario en el que Lando pinchaba una canción que recordaba de mis años de adolescencia.

Me acerqué a él y palmeé su espalda. Me pareció distinguir algo parecido a una ovación, pero quise creer que no gritaban por mi aparición y saludé al piloto.

—¡Lando, ¿cómo estás?! —le pregunté.

Él también apoyó su mano en mi zona lumbar, complacido de que hubiera llegado por fin el ganador de ese fin de semana.

Pensé que me saludaría, como siempre, pero obtuve una respuesta bastante distinta.

—¿¡Qué mierda, Charles!? —exclamó—. ¿¡Desde cuándo tenías escondida en Ferrari a una chica como ella!? —señaló hacia la pista, aunque me costó enfocar la mirada—. ¡Me encanta!

Helena y Julia estaban a pocos metros de distancia. Bailar era una misión imposible, así que habían optado por hablar de algo que no pude discernir debido a la intensidad de la música. Ella tenía una sonrisa enorme y aquella palanca se accionó en mi interior con la esperanza de que una parte de esa euforia que la envolvía viniera de mi victoria.

Tras entender el comentario de Lando, me incliné hacia él y grité a todo pulmón.

—¡Es una mujer increíble, ¿verdad?! —no podía apartar la vista de su cabello castaño.

—¡Pues sí, lo es! —me dio la razón—. ¡Así que alegra esa cara de muerto, amigo! —golpeó mi pecho, enérgico—. ¡Está celebrando tu victoria! —expuso, desgañitándose en el proceso—. ¡Enhorabuena, por cierto!

Sabía que no lo estaba exagerando, que Helena iluminaba todo a su paso porque la emoción no cabía en su pecho después de verme levantar el segundo trofeo del año. Y, saberlo, me insuflaba un gigantesco valor que iba a necesitar cuando bajase los escalones y nos fundiésemos en ese abrazo que habíamos prometido por teléfono.

—¡Gracias —le sonreí—, y felicidades a ti también por la quinta posición! —Lando siguió mi sonrisa con otra—. ¡Es una victoria para todo el equipo!

—¡Gracias, amigo! —movió la cabeza, agradecido, y reorientó su curiosidad hacia Helena nuevamente—. ¿¡Quién es su novio!?

Aquella interrogación me dejó paralizado por un corto segundo.

—¿¡Novio!? —inquirí, desconcertado.

—¡Me dijo que estaba viéndose con alguien en cuanto le lancé un par de piropos! —y mi estómago dio un vuelco que nunca habría acertado a adivinar—. ¡También dijo que yo lo conocía! ¿¡Quién es el desgraciado que me ha quitado la oportunidad!?

Lando parecía más molesto que de costumbre por no haber conseguido a la chica despampanante de la fiesta y yo me reí como un estúpido.

Esa chica acabaría conmigo antes siquiera de iniciar la maldita relación que nos habíamos negado durante semanas de tensión.

—¡Ni idea! —le mentí entre gritos—. ¡Pero ese tío ha gastado toda su suerte!

—¿¡Qué dices!? —dijo, escéptico—. ¡Ese cabronazo es el hombre con más suerte del continente! ¡Debe guardar sacos enteros! —y rio tanto o más que yo.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora