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Charles Leclerc

La noche no concluyó así.

Cómodos con el paso que habíamos dado, al cabo de un rato, Helena me dijo que seguiríamos con ese asunto en el hotel. No estaba muy seguro de si estaba siendo coqueta conmigo o si hablaba de dilucidar el punto en el que se encontraba nuestra relación, pero no profundicé y cedí, arrollado por la chica que me había robado el aliento y que temblaba de pura exaltación entre mis brazos.

Estuvimos con nuestros amigos durante un par de horas. Por suerte para nosotros, ninguno incidió en los besos de los que habían sido testigos. La única muestra vino de Carlos, que, al verme llegar con Lena, me dio un cálido abrazo. No necesitó palabra alguna porque ya sabía que se alegraba por mí y por nuestra brillante ingeniera, a la que apreciaba más que a nadie en Ferrari.

Helena se había hecho un hueco en nuestros corazones en sentidos diferentes. Eso era más que evidente.

Debían rondar las dos y media de la madrugada cuando Lena se colgó de mi brazo y me pidió que bajara la cabeza para escuchar lo que tenía que decir.

—¿Vas a quedarte mucho más tiempo? —me preguntó el oído.

—¡No creo! —me agaché, abarcando su cintura con mi brazo izquierdo—. ¿Estás cansada? —me preocupé por un segundo.

Ella esbozó una sonrisa de cansancio, algo alicaída.

—¡Algo así! —se reclinó contra mi costado—. ¡Es un bajón! Suele golpearme después de estar tantos meses sin beber —me comentó sin forzar especialmente el tono.

—Es normal, chérie —besé su cabello—. He venido en coche —le expliqué, consciente de que preferiría eso a regresar en un taxi cualquiera.

A decir verdad, comenzaba a sentir los primeros síntomas de una suave jaqueca. Después de una carrera tan importante y de relajarme durante unas horas, ese descenso de energías del que Helena hablaba también me sacudió. Necesitaba dormir, alejarme de todo el ruido y de la intensidad que reinaba en aquel lugar.

Necesitaba abrazarla y descansar. Olvidarme del resto del mundo por una vez.

—¡Vamos a despedirnos primero! —apuntó, sonriéndome con la mirada.

—Claro —asentí.

Sin embargo, me retuvo a su lado. No me dejó ir hacia Pierre y Carlos, que charlaban con Albon, y me regaló un semblante de calma y seguridad que no podría sacarme de la memoria. Se acogió más a mi brazo. No había rastro de duda en sus límpidos ojos oscuros.

Las luces aleatorios de la sala iluminaban por momentos su rostro, brindándole un aire más alborotado y salvaje de lo habitual.

—Charles —reclamó mi atención para sí—, quiero ir a tu suite hoy —y guardó un silencio neutral.

Parecía más sobria que al principio de la noche, pero no me arriesgué a soltarla en ningún momento. Aunque sus pupilas estaban menos dilatadas, no quería ir demasiado rápido. Todavía debíamos aclarar muchas cosas y en ese estado sería mil veces más complicado que hacerlo a la mañana siguiente, con la cabeza despejada y suficiente tiempo de sueño sobre sus hombros.

Agradecía su decisión y se lo hice saber con una mueca de orgullo.

—Hablémoslo en el camino de vuelta, ¿vale?

No se negó a mi proposición, sino todo lo contrario.

—Vale —acompañó su respuesta con un movimiento de barbilla.

Por tanto, nos despedimos de los chicos y de Julia, que susurró algo al oído de Helena antes de que nos fuéramos del amplio reservado juntos. Me resultó curioso que confiara tan ciegamente en mí porque, al parecer, no era nada común que la española bebiera tanto. Me la confió y yo prometí que la llevaría al hotel sana y salva. Que ese gesto de preocupación que vislumbré durante un corto instante en Julia no volvería a repetirse, que cuidaría bien de la chica que ambos amábamos.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora