61 || malade

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Helena Rivas Silva

El incidente del hospital terminó pronto para mí. Sencillamente, no pude soportar el silencio que vino después de las palabras de Charles y me marché de la habitación.

No estaba enfadada con él por decirlo así, pero sentía que sí lo estaba porque lo dijo ... Lo dijo sin preguntarme antes si me parecía correcto. Entendía que no me consultara primero. Es decir, ninguno de los dos sabía que Charlotte aparecería como advenediza de su madre y dejar las cosas claras era lo más inteligente, pero me sentí como un maldito títere. Ninguno pidió mi opinión. Ninguno. Ni siquiera él, y me dolió que hiciera y deshiciera a su antojo, a pesar de que le moviera mi seguridad y mi lugar en esa familia que no quería recibirme.

Charles me llamó varias veces esa noche, pero yo no le cogí el teléfono.

Pedí un taxi en recepción y me marché a mi hotel porque ... No podía volver a entrar a ese cuarto. Me arriesgaba a encontrar el rechazo de Pascale, las miradas de pena de sus hermanos o una reacción incontrolable de Charlotte, así que puse tierra de por medio y me fui de allí.

Charles no albergaba malas intenciones, sino todo lo contrario. Le agradecía que me hubiera defendido, de verdad, pero la situación me superó. Apenas tenía fuerzas para mantenerme despierta. Pensar en una disputa familiar por mi culpa era algo que podía ni imaginar sin sufrir un bajón de tensión impresionante.

A mitad de la madrugada, metida ya en la cama, agarré mi móvil y le escribí que necesitaba descansar y pensar. Necesitaba estar sola. Él no puso ninguna pega a mi decisión y me contó que su madre se quedaría en su apartamento, en Italia. No volarían a Mónaco y, a cambio, Pascale pasaría un par de días cuidándolo. También me comentó que Charlotte se había ido, que ya estaba todo zanjado con ella. Por último, escribió que su madre se marcharía el martes por la tarde y que podríamos hablar esa noche en su piso.

Me pareció bien.

Le di las buenas noches y apagué el teléfono.

Cabe señalar que no dormí mucho esa noche. La siguiente tampoco. No estaba muy segura de cómo podía ponerme en pie e ir a Maranello, pero lo hice tanto el lunes como el martes. No obstante, aquella tarde salí un poco antes. Estuve esperando un buen rato el mensaje de Charles, que llegó cuando salía del edificio central. Al leer que su madre ya se había ido de vuelta a Mónaco, retomé el camino y fui a mi apartamento. Me di una ducha y cené algo rápido.

El taxi llegó bastante pronto y yo le di la dirección de Charles mientras pensaba en todo lo que habría dicho su madre sobre mí, en cuánto se habría quejado de su elección. No me hacía ningún bien pensar en esa clase de cosas, pero tenía la certeza de que Pascale le habría castigado verbalmente con réplicas y reproches durante ese par de días. Charles no me lo había contado por mensaje y, aun así, no me cabía ninguna duda de que su madre había puesto miles de pegas a nuestra relación.

Conocía el código de su apartamento, así que no llamé a la puerta. En su lugar, tecleé los dígitos y entré, tal y como él me había pedido que hiciera siempre que le visitara.

La oscuridad viciaba su casa. Tuve que encender las luces de la entrada, pues todo estaba sumido en una negrura cargante y pesada, de esas que te dejan prácticamente ciego y a las que tardas en acostumbrarte varios minutos. Mi yo más impaciente no iba a aguantar ese período de tiempo, por lo que pulsé las llaves de la luz y solté mi bolso en una de las sillas de la cocina.

—¿Charles? Soy yo, Helena —dije, bien alto. No escuché ninguna respuesta. Me fijé en que las persianas de los ventanales estaban subidas y que la luz de la luna llena inundaba todo el salón—. ¿Dónde estás?

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora