67 || últimas revelaciones

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Helena Rivas Silva

No vimos la película, aunque eso no fue ninguna sorpresa. Podría decir que estuvimos toda la tarde recuperando el tiempo perdido y colmando nuestra libido, pero estaría mintiendo, puesto que, después de media hora de religiosa sumisión por mi parte, no aguanté el cansancio acumulado y me acurruqué junto a él para caer en un sueño tan profundo que ni siquiera un tractor en marcha me habría despertado. Dormir desnuda, sintiendo el calor de su piel contra la mía, era lo más maravilloso del mundo y me juré que repetiríamos siempre que pudiera.

Charles también se durmió. Tenía que recuperar las energías y el mejor método era tomar una siesta larga y pesada. Dicha siesta fue más corta que la mía. Al levantarse de la cama y dejar su lado frío, consiguió sacarme del nebuloso mundo onírico y hacerme volver a la realidad de su habitación, consumida por el silencio de la noche.

—¿Charles? —lo llamé al sentir su marcha.

Unos segundos más tarde, volvió a la habitación. No se había vestido todavía y su pelo hacía formas muy extrañas. Junto a un bostezo, tomó asiento en su lado de la cama. Yo me deslicé hacia allí y, pronto, mi frente entró en contacto con su costado. Mis labios también pasearon por sus costillas.

Dimmi, bella —murmuró con voz ronca.

Su mano derecha se zambulló en mi cabello suelto, acariciándolo.

—¿Qué hora es? —le pregunté mientras trataba de abrir los ojos.

Vislumbré la luz de su móvil.

—Son las nueve y media de la noche —me respondió.

—Pensaba que era de día ... —Bostecé—. Pon una alarma a las cuatro de la mañana, por favor. Tengo que ir a mi piso a recoger la maleta y ... No sé si me despertaré sola ...

Hice un mohín con los labios de solo pensar en marcharme y hacer un viaje de doce horas en avión.

—Hecho —dijo al cabo de un poco—. Vuelve a dormirte, mi vida —pidió, masajeando justo detrás de mi oreja.

—Mmm ... No ... —Me quejé. Dejé mis dedos en su muslo—. Es muy tarde ... —reconocí—. ¿Tienes hambre?

—¿Quieres algo de cena? Yo la hago ...

Intentó levantarse, pero se lo impedí.

—No, no ... Voy yo —Aseguré.

Se puso de pie y cogió sus bóxers, aguardando a que yo me desperezara y recobrara los sentidos después de dormir más de cuatro horas seguidas en un horario que no era el mío.

Viendo que seguía algo desorientada, me acercó mi camiseta negra y las bragas.

—La hacemos entre los dos, ¿vale? —sugirió y besó mi cabello.

Yo agarré la ropa que él me tendía y lo vi flexionarse para subir los bóxers por sus pantorrillas.

—Vale ... —Acepté y me lo puse todo casi a ciegas. Saliendo de su cama, dije lo primero que me pasó por la cabeza—. ¿Debería traer ropa a tu casa?

—¿Quieres venirte a vivir conmigo? —bromeó.

Llegamos al pasillo y yo lo empujé con suavidad, hacia el frente.

—No es eso ... Necesitaré cambios de ropa cuando me quede a dormir. Y tú igual cuando duermas en mi piso —argumenté.

—Sí ... Puedo llevar algo de ropa mañana, cuando vayamos a por tu maleta —Accedió.

Él no había pasado por mi apartamento desde que me instalé, pero sabía que, igual que habíamos estado en su casa aquel día, las tornas cambiarían y Charles también se dejaría caer por mi hogar más de una noche.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora