80 || silverstone

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Helena Rivas Silva

—¿A dónde vas?

No me paré, ni siquiera cuando el espacio se fue reduciendo y las telas que hacían el papel de paredes estrujaron el pasillo por el que nos deslizábamos.

—A buscar a Ricky para comer, supongo —dije.

Charles no comentó nada sobre mis planes.

Sabía que se moría de ganas por preguntarme acerca de la grabación, de cómo me había sentido después de todo, de si había metido la pata al seguirle la corriente a Lissie con esa última pregunta.

—¿Qué te ha parecido? —Acabó rindiéndose.

Aquel sendero era interminable. Su brazo rozaba con el mío y el calor de julio no se portaba bien con nosotros. Pronto sentí un par de gotas de sudor en mi cuello.

—Bueno ... —balbuceé primero—. Principalmente, arriesgado y decepcionante.

Charles no pilló el mensaje oculto en mis palabras y trató de defenderse.

—Solo quería destacar en algo —alegó.

—No habrías tenido que destacar si hubieras acertado las preguntas anteriores —repliqué, mirando al frente.

Mi piel y su piel entraban en contacto una y otra vez. El diámetro era tan estrecho que nos empujaba, como si nuestros cuerpos no se atrajeran ya lo suficiente por naturaleza.

—¿Estás molesta? —titubeó él, percatándose del recelo que había en mi voz—. ¿Crees que no las sabía?

Yo me encogí de hombros.

—Los resultados son los que son, Leclerc.

Entonces, Charles paró y me retuvo al sujetarme del brazo. De pie, cerca de una de las lindes del paddock de Silverstone, vi un reflejo en sus ojos que oscilaba entre la confusión y la diversión.

—Espera un momento ... —Se chupó los labios, indeciso—. ¿Te estás quedando conmigo? —Se tensó.

—Eso debería preguntarlo yo, ¿no? —inquirí—. Se supone que somos pareja y no has hecho más que equivocarte en cosas que ...

—No, no, no —me calló, negándose a escuchar mis reproches. Agarró mejor mi antebrazo y tiró de mí hacia un recoveco que se había formado por la caída de una tela demasiado pesada y abombada—. Ven aquí —Me echó contra el material caliente. Las altas temperaturas me indujeron a pensar que el sol había golpeado el lugar hasta hacía pocos minutos. Me apoyé en la tela con precaución y dejé que Charles bloqueara la salida, atenta al intenso brillo de sus ojos y al sudor prelado que resbalaba por sus sienes—. Pregúntame lo que quieras.

No estaba molesta. No quería estarlo.

Habíamos cumplido los roles que establecimos: solo éramos compañeros de equipo frente a la cámaras. No estaba mal con ello porque era la solución temporal que acordamos, pero había un pequeño resquicio, un rescoldo diminuto, que hurgaba en mi pecho hasta hacerme sangrar débilmente.

Sus pupilas verdes acompañaban la tensión en su rostro. Era tensión. Estaba preocupado por haberme herido de algún modo. Y no, no me sentía herida, para nada, así que elegí un tono más bromista y permití que mis labios bailaran en muecas varias.

—¿Y si fallas? —le provoqué, frunciendo sutilmente el ceño—. No tengo muchas esperanzas puestas en ti —Expuse mis falsos temores.

Por supuesto, él extendió el jueguecito sin que yo se lo pidiera.

Una nube cubrió el pálido sol que nos había contemplado desde el cielo toda la mañana y el semblante de Charles se llenó de sombras. Sombras que acentuaban su físico y lo hacían ver más atractivo.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora