49 || stay out!

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Helena Silva

Después de una noche en vela, sobre las seis y media de la mañana, mientras Julia dormía plácidamente a mi lado, conseguí contagiarme un poco de ese sueño que la tenía inconsciente desde la una de la madrugada. Dormí casi dos horas, aunque cada veinte minutos mis ojos se abrían de par en par. No pasaba más de treinta segundos estando lúcida, así que aquella extraña siesta fue suficiente para ponerme en pie cuando mi alarma resonó en el cuarto y ambas comenzamos a vestirnos como zombis dispuestas a vagar por las calles de una ciudad fantasma.

También me sentí sin rumbo fijo durante el desayuno. No obstante, tan pronto como llegó Carlos al comedor, tuve que reinventarme a mí misma y charlar con él sobre los detalles de los test del sábado como si todo estuviera magníficamente bien y en mi cabeza solo hubiera lugar para la carrera.

Para mi suerte, Carlos estaba muy concentrado en la carrera y su espíritu e ilusión eclipsaron la gran mayoría de los pensamientos negativos que me embargaban. No fue necesario que fingiera una tranquilidad inventada porque me mantuve bastante ocupada durante las comprobaciones del coche.

La breve reunión de ingenieros y pilotos intentó tumbar la determinación de hacer mi trabajo lo mejor posible. Cuando vi a Charles entrar en la sala, ni siquiera localicé a Xavi a su lado. Él tampoco lo pudo evitar y se fijó en mí. Parecíamos dos imanes que luchaban a contracorriente, empeñados en alejarnos a pesar de la evidente atracción que nos unía. Si bien yo no lo rehuía, Charles lo hacía con mucho descaro y me dolía, igual que le dolía a él apartar la mirada cada vez nos tropezábamos por el box.

Estar instalada en el garaje de Carlos junto a Ricciardo me ayudó a no tenerlo tan cerca como de costumbre, pero no sabía si eso era un alivio o o todo lo contrario porque la herida del pecho se me desgarraba si no lo veía cada pocos minutos o si no escuchaba su voz, su risa.

Por lo que oí, Charlotte y la familia de Charles estaban arriba, en la zona vip de Ferrari, donde las celebridades tenían todos las comodidades del mundo para apenas ver un par de minutos de la carrera y grabar algún vídeo que subir a Instagram. Sabía que su familia y que Charlotte no entraban en ese grupo de gente, pero seguía molesta con la situación que se dio el jueves. Su madre se había portado mal conmigo y lo lamentaba de corazón porque tenía el presentimiento de que no habría futuras oportunidades para volver a presentarme como alguien más que la ingeniera novata de Ferrari.

Carlos no me notó ausente, pero Riccardo sí lo hizo. Media hora antes de que se apagaran los semáforos, el ingeniero de pista de Carlos que supervisaría mi trabajo aquel domingo me preguntó. Dijo que parecía nerviosa y, efectivamente, lo estaba. Los motivos que él acuñó a mi ansiedad no eran los correctos. No lo saqué de su equivocación y agradecí los consejos que me brindó. Debía darlo todo por el equipo y por Carlos.

En un último esfuerzo, ojeé el garaje de Charles. Estaba bastante vacío y pude distinguir su figura, sentada en un banco de madera, mientras se hidrataba y escuchaba a Andrea. Su rictus, duro y tenso, fue captado en cámara. Muchos habrían achacado su seriedad a la tensión previa a subirse al bólido y nadie más que nosotros dos conocía la verdadera razón detrás de la sombra que se cernía sobre su rostro. Un rostro que siempre era amable y que, esa mañana, no se correspondía con el Charles Leclerc que todos esperaban encontrar en su casa, Mónaco.

Me habría gustado desearle suerte, pero creí que no sería conveniente. No sabía cuándo tendríamos tiempo para hablar, a solas, y explicarle el significado de mis palabras, que seguían atormentándole después de una larga noche en la que dormir no había sido su prioridad. Quería decirle que no debía temer por mis sentimientos, que únicamente crecían y atestaban cada hueco de mi ser. Sin embargo, no podía enfrentarme a su cara de decepción otra vez.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora