47 || l'amour est un sacrifice

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Charles Leclerc

22:41 p.m. Port Palace Monte Carlo Hôtel - Mónaco

Aunque lo pasé bien, algo no me dejaba estar en paz, así que, pasadas las once de la noche, me disculpé con mis amigos y declaré que se me hacía tarde. El gran día comenzaba en apenas doce horas y no podía entretenerme ni trasnochar demasiado esa noche. Ellos lo entendieron y me animaron de cara a la carrera. Sabía que los tendría cerca, en el balcón de Ricardo, apoyándome desde las alturas, como siempre.

Charlotte y yo apenas cruzamos palabras durante la cena. Marcar las distancias entre ambos era mi labor porque, observando su comportamiento, suponía que ella esperaba algún tipo de roce que no ocurriría.

Tomé un taxi y me dirigí hacia el hotel donde el equipo al completo se hospedaba en aquella ocasión. Al bajar del vehículo, tropecé con varios fans. No tuve más remedio que firmar algunos autógrafos y echarme unas cuantas fotografías que, en otras circunstancias, no me habrían importado en absoluto. No me quedaba ninguna duda de que alguien había grabado un día y mi entrada al hotel quedaría registrada para el resto del mundo. Justo lo que quería evitar.

Después de despedirme de aquellos desconocidos, fui hacia la imponente entrada de cristal y, extrañamente, me pareció escuchar el nombre de Helena a mis espaldas. No logré escuchar más que un remoto rumor y pensé que, de tanto tenerla en mi mente, estaba imaginando cosas.

¿Por qué la nombrarían tras hablar y fotografiarse conmigo? ¿Acaso la habían visto por allí? ¿Sabían algo de lo que yo no estaba informado?

Más nervioso de lo que reconocería nunca, me apresuré a cruzar la recepción del hotel, saludando desde una distancia precavida a las personas que me reconocían. Por suerte, nadie quiso detenerme. Debieron sentir que mi acelerado ritmo no invitaba a pausas y sintieron bien porque solo quería llegar a la quinta planta y golpear la puerta de su habitación hasta confirmar que todo estaba en orden. Que Helena estaba a salvo y que retrasar aquella comprobación no había sido un error incorregible.

Cuando el ascensor abrió sus puertas, yo salí a escape al iluminado pasillo. Primero, comprobé que no había ni un alma cerca y, después, me fijé en el orden que seguían los números de las habitaciones. Seguí el curso correcto hasta doblar hacia la izquierda, en busca del número 98.

Giré la esquina que tanto me prometía y allí estaba ella, pasando la tarjeta por el lector de su cuarto y engalanada con un vestido largo de satén que solo dejaba a la vista sus brazos. El color verde oliva de la tela doraba su piel de una manera extraordinariamente hermosa. Su cabello negro seguía igual de corto, pero, en aquel instante, me di cuenta de que era más largo que la primera vez que la vi. Había pasado el tiempo y habían ocurrido muchas cosas entre nosotros desde entonces.

Ni siquiera éramos las mismas personas.

Nos separaban unos diez metros. No lograba ver su rostro. Fue el click de la puerta lo que me ayudó a despertar, a dejar de observarla, embelesado, y me empujó a llamarla por su nombre.

—¡Helena!

No terminó de abrir la puerta, pues mi reclamo surtió efecto y me mostró sus profundos ojos negros. No traía gafas. Estaba ... Estaba preciosa. Estaba preparada para nuestra cena. Esa fue la impresión que tuve y lo primero que me vino a la cabeza.

Si está arreglada, lista para salir, ¿por qué no ha venido al restaurante? ¿Qué ha pasado?

Al verme, en lugar de detenerse y esperar a que llegara hasta ella, volvió a girarse y reanudó la tarea de abrirse paso a su habitación.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora