92 || CS55

2.3K 187 21
                                    

Helena Rivas Silva

La mañana del tercer día la pasamos de nuevo en alta mar. Para después de comer, todos estábamos ya cansados del vaivén de la embarcación y decidimos visitar unos yacimientos griegos que no se encontraban muy lejos del pueblo. Alquilamos unas bicicletas durante el resto de la tarde y fuimos con ellas hasta donde el terreno nos permitió, pues había una hilera de escaleras de piedra bastante imponente antes de llegar a nuestro destino.

Entre algunas quejas por parte de Julia y Lando, que no querían esa sesión de escalada por nada del mundo, comenzamos a subir. Charles estaba a mi lado, al final del grupo, aunque, a mitad de la ascensión, me di cuenta de que había alguien todavía más rezagado. Me fijé en que Carlos estaba unos metros por detrás. No había dicho ni una palabra desde que llegamos a aquel lugar, y tampoco recordaba que hubiera intervenido en la conversación mientras pedaleábamos.

Sospechando que realmente había algo mal, palpé el antebrazo de Charles y le comenté en voz baja lo que pretendía hacer.

—Charles, voy a hablar con Carlos.

Miró hacia atrás, reparando en la presencia de su compañero de equipo. Él ya sabía que estaba preocupada por el madrileño, así que no le sorprendió en lo más mínimo. En cambio, se adelantó ligeramente y me besó con ternura en las comisuras.

—Te espero arriba con los demás —dijo.

—Subiremos enseguida —le prometí.

Y subió los siguientes escalones en pocos segundos.

Yo me di la vuelta y bajé un par para poder interceptar a un Carlos que estaba completamente concentrado en el ritmo al que sus pies escalaban el tramo.

—Carlos —clamé su nombre.

Levantó la cabeza y descubrió que éramos los últimos. Estábamos solos, a un tercio de la cumbre de aquel pequeño monte, y no había nadie que pudiera importunarnos.

—¿Qué pasa, Lena? —preguntó, deteniéndose tres escalones por debajo.

—¿Estás bien? —inquirí.

Carlos echó la vista a su izquierda, donde se observaba el camino de tierra por el que habíamos venido, y una media sonrisa teñida de dolor, amargura y resignación perturbó su sereno semblante.

—No te andas con rodeos, ¿eh?

—No —Le sonreí, comprensiva—. A veces es mejor ir al grano —Él suspiró—. ¿Quieres que hablemos?

—Claro —Asintió y, al instante se giró y tomó asiento en el mismo escalón de piedra que había estado pisando—. Me vendrá bien hablar del tema ...

Así pues, yo descendí y me senté a su derecha. Estiré ambas piernas y las masajeé, no muy segura de cómo indagar en el asunto que le quitaba la salud.

—¿Tiene algo que ver con Isa? —Me interesé.

—Sí ... —Él jugaba con sus manos, obviamente preocupado—. Fue mi primera pareja formal, ¿sabes?

Era la primera vez que hablábamos de algo tan privado, tan personal, y no quería que se sintiera incómodo porque no tenía la intención de meter el dedo en una llaga que no estaba cerca de curarse. Al menos, por el momento.

—Entonces debéis llevar mucho tiempo juntos —Deduje.

No me avergonzaba de tener conocimientos escasos acerca de la vida privada de los pilotos de mi deporte. Mi trabajo quedaba fuera de cualquier chisme o rumor, desagradable o no. Sin embargo, saber algo de vida amorosa de Carlos Sainz me habría ayudado a no parecer perdida en un terreno que medio mundo debía conocer a través de las redes y portadas de revistas.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora