54 || elle, juste elle

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Charles Leclerc

Solo me retrasé cinco minutos de la hora acordada. A las seis y treinta y cinco de la tarde del martes, entré en la cabina paralela a la sala donde hacíamos las simulaciones de carrera con el SF-22. El túnel de viento no estaba en activo, pero había varios ingenieros junto a Helena cuando me inmiscuí en su espacio de trabajo.

El chirrido de la pesada puerta fue el aviso que Antoine y Paolo recibieron para mirar en mi dirección y hacer un par de gestos de bienvenida. Helena solo miró de refilón. No interactuó conmigo porque debía saber que el intruso era yo.

Ehi, ragazzi —dije en voz alta.

Mi buen humor era falso, pero solo ella estaba capacitada para percatarse de algo así.

Helena se apartó lentamente de los chicos, buscando un lugar más privado en el pequeño cuarto. Podríamos marcharnos de allí. Sin embargo, no estaba seguro de lo que ella quería, así que opté por acercarme tras cerrar la puerta y volver a aislar la sala del resto del edificio.

Pronto, Charles —me saludó Antoine, sonriente.

Yo le devolví la sonrisa y caminé hacia el extremo contrario, pasando de largo a ambos chicos.

Pronto ... —Palmeé la espalda de Paolo. En cuestión de segundos, me coloqué a la derecha de Helena. Ella se había echado contra la pared más apartada y estaba ojeando unos papeles—. ¿Helena? —la llamé, precavido.

No estaba siendo esquiva conmigo. No la noté molesta. Helena parecía ... Parecía entristecida y reflexiva. Su mente debía ser un verdadero hervidero. A pesar de esa mezcla de emociones, no se apartó de mí. Al contrario, sentí que se inclinaba en mi dirección.

—Hola —se pronunció.

Vi que apoyaba ambas manos en el panel de mando. Si no hubiera estado a su lado, habría tenido que su equilibrio estuviera flanqueando.

Paolo y Antoine rondaban a nuestro alrededor, por lo que guardé las distancias con ella y contuve las ganas de tocarla y de tranquilizarnos mutuamente. Me hice el despistado y comencé a rascar mi mentón al tiempo que controlaba la posición de nuestros compañeros.

Al cabo de un interminable minuto y medio contemplando a Helena pasar hojas sin sentido alguno, los dos intercambiaron apreciaciones sobre los últimos datos registrados en un tono más moderado. No querían interrumpir lo que tuviera que hablar con Helena. No se me ocurría ninguna manera de agradecerles el gesto, puesto que se apartaron y pusieron todas sus atenciones en el trabajo que estaban llevando a cabo.

No tendría una mejor oportunidad que esa y, por lo que había podido percibir, ella no quería irse.

—¿Has visto las fotos? —le pregunté entre susurros casi inaudibles.

Helena separó los labios, pero no me miró. Continuó con la mirada baja y mohína.

—Sí.

Ante su afirmación, me apoyé también en el panel de control y mordisqueé mi lengua, desquiciado por aplacar el malestar que estaba consumiendo a Helena.

—Tienen una explicación —proseguí yo.

—Lo sé —respondió ella al instante.

Lo sabe. Claro que lo sabe. No es estúpida. Ha debido imaginar algo, como que cené con mi familia y ella se nos unió, por ejemplo.

—¿Y no estás enfadada? —me interesé por sus sentimientos.

—¿Enfadada? —repitió, entrecerrando los ojos. Dio carpetazo a los papeles que habían ocupado su tiempo hasta entonces y levantó la vista. Perdida en la imagen de mi SF-22, que nos juzgaba desde la plataforma móvil del túnel de viento, continuó hablando—. Frustrada encaja mejor con cómo me siento.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora