82 || obsessed

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Charles Leclerc

Nos movimos al unísono; nuestros labios encajaron con una sutileza ajena a la hambruna que se encerraba en nosotros. Sus dedos treparon hasta mi cuello, donde buscó a ciegas el inicio de la cremallera de mi mono, y yo me obligué a no desnudarla. En lugar de arrancarle la ropa, colé mi mano derecha bajo su camiseta de Ferrari y absorbí algo de su calor.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que vengan a buscarte? —me preguntó entre besos desenfrenados.

Encontró la pieza metálica y trató de bajarla, pero lo hacía con tal ansiedad que se enganchaba una y otra vez en el descenso.

—Ocho ... —Helena jadeó cuando rompí un beso histérico—. Nueve minutos como máximo —corregí, deseando que Mia se perdiera en su regreso al box—. ¿Hace cuánto no follamos? —Caí en la cuenta.

No recordaba la última vez, pero no era de extrañar, ya que en mi cabeza no había nada más que ella, con las mejillas rojas, los labios húmedos y una mirada irreflexiva.

—¿Dos semanas? —Lanzó una cantidad de tiempo inaudita, pero que, con los segundos, pareció ser real.

—Tenemos que corregir eso porque ... Si no ... —Me mordió el labio inferior y gemí—. Pasan estas cosas y ...

—Y podemos meternos en un lío ...

El sonido de la cremallera bajando era una bendición incalculable.

—Sí ...  Uno bien grande ... —comenté, y ella esbozó una sonrisa pícara que yo le borré a bocados.

No podía ir más abajo, así que la cremallera quedó en el olvido y empleó todo su empeño en retirar el material acolchado. Tuve entonces que soltar su cintura para que me sacara el mono por los brazos.

El corazón me gritaba que era una locura hacer eso allí. Por muy cerrada que estuviera la puerta, podía ser un desastre. Sin embargo, la forma en que me tocaba dejaba tan claros sus anhelos que deseé recrear aquel sueño incluso si acabábamos en portada de miles de revistas.

Y, a quién quería engañar; me moría por rendirme a ella y disfrutar de una compensación de ese calibre. Mis músculos seguían encogidos por la tensión de pasar casi dos horas en el coche y necesitaba desfogarme cuanto antes y, casualmente, aquel no era un mal método.

La parte superior del mono cayó, colgando de mi cintura. Helena no perdió su objetivo de vista y levantó mi camiseta interior hasta que la tela sobrepasó mi abdomen. El paseo de sus uñas por mi vientre desnudo me erizó el vello.

—Es la primera vez que hago una —me comunicó.

La miré. Por el brillo de sus ojos, casi podía decirse que estaba emocionada. Yo, preso de la ansiedad, hablé antes de perder la capacidad de expresarme con coherencia.

—No me calientes más, ¿quieres?—le supliqué.

Antes de hacer ninguna imprudencia, me besó. La fogosidad alimentó el fuego que crecía en mi estómago. Así nubló mis sentidos y no llegué a procesar correctamente que estaba agachándose hasta que noté su mano encima de mi entrepierna y fue demasiado tarde para arrepentirme.

Escuché el golpe seco de sus rodillas al entrar en contacto con el suelo. A pesar de llevar una cinta en la muñeca, solo se recogió el flequillo detrás de las orejas. Lo siguiente fue meter las manos en la zona del mono que más estorbaba. La bajó por completo y se arrugó en mis pantorrillas mientras me dejaba caer contra la puerta de metal.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora