45 || Mónaco

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Helena Silva

El jueves de la semana en Mónaco fue más relajado de lo que esperaba. Al menos, hasta la hora de la comida, que trajo consigo una visita repentina. Una visita que no entraba en mis esquemas, pero que, a la vez, era más que comprensible para cualquier miembro del equipo.

Sobre las dos de la tarde, mientras revisaba una de las estrategias con Riccardo, ciertas voces llegaron a mis oídos y ambos nos desconcentramos de la tarea. Cuando distinguí la familiar sonrisa de Arthur, me erguí en el asiento del muro y escudriñé la vista hasta identificar al chico de cabello oscuro y a la mujer que acompañaban al hermano menor de Charles.

En el momento en que la piezas encajaron en mi saturada mente, no pude hacer otra cosa que bajar d mi taburete y disculparme con Riccardo, que no comprendía muy bien a qué venían esas prisas.

Claro, él no sabía que acababa de ver a la madre de Charles y a su hermano mayor en el garaje del monegasco, saludando a algunos de mis compañeros.

No quería parecer desesperada ni nerviosa, a pesar de lo estaba, así que descendí del montículo con cuidado y aguardé a que Arthur reclamara mi presencia.

—¡Lena! —chilló, sonriente—. ¿Cómo estás?

Salió al pit lane, a mi encuentro.

—¡Hola, Arthur! —exclamé, sacándome la gorra para abrazarlo correctamente—. Ocupada, pero bastante bien —Fue un abrazo cálido y familiar bastante breve—. ¿Y tú? —Palmeé su espalda con cariño.

—Más o menos como tú. Hoy me toca ser el guía de mamá por el paddock —Nos separamos y yo observé la camisa blanca de manga corta que llevaba el menor de los Leclerc. El Cavallino Rampante estaba cosido en su pecho, más o menos donde debía latir su corazón—. Lleva años viniendo y sigue pidiéndome que se lo enseñe todo como si fuera la primera vez —Su sonrisa lo iluminó todo.

La forma en que sus comisuras se alzaban me recordaba a Charles. Los hoyuelos también estaban ahí, adornando su afable semblante.

A veces parecían dos gotas de agua, sí, pero mis latidos no reclamaban la atención de nadie más que su hermano mayor. Las similitudes físicas no me invitaban a confundir mis sentimientos, sino lo opuesto. Mirar a Arthur solo me hacía reafirmar que aquello no era simple atracción. Había mucho más detrás de mi relación con él.

—Es una buena forma de vivir la experiencia —Asentí, sonriendo también. De pronto, me di cuenta de que Charles llevaba más de dos horas sin dar señales de vida—. Charles no está. Se marchó hace un rato con Joris y Mia porque ...

—Ya sé que Charles anda por ahí dando entrevistas, tranquila —Me calmó—. Venía porque quería saludarte —confesó, bien orgulloso de su objetivo inicial.

A pesar de todo, no estaba hecha de piedra. Por tanto, aquel comentario tan inocente me ruborizó en un santiamén.

—Pues muchas gracias por el detalle —le agradecí, sonrojada.

—De nada —Me guiñó un ojo, tan galán como su hermano—. Además, quería echarte un cable. Es mejor que yo te presente a mamá —dijo al tiempo que me agarraba del brazo.

—¿Qué? —Empezó a tirar de mí—. No, Arthur. Espera un momento —Ante mis suplicantes palabras, detuvo su caminata hacia el garaje de Charles y me observó—. Yo ... Yo no sé si Charles ...

¿Conocer a su madre?

No, no, no.

—Esto iba a pasar tarde o temprano, ¿no crees? —me preguntó, divertido.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora