56 || presagio

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Helena Rivas Silva

Esa semana fue horrible en términos de trabajo. Apenas pisé mi piso, salía muy temprano y regresaba muy tarde, tanto que no tenía fuerzas para hacer nada. Mi tiempo libre era invertido en dormir, luchando por alcanzar, al menos, las siete horas de descanso diarias. No me quejaba porque todos estaban arrimando el hombro, pero esos días fueron agotadores. Y, por lo tanto, Charles y yo ni siquiera sacabamos las noches para estar juntos. Nos veíamos cuando él estaba en Maranello, ajustando parámetros y hablando de las diferentes estrategias que debíamos valorar de cara al Gran Premio de Azerbaiyán. Nada más que eso.

Una tarde, conseguimos escaparnos media hora y pasar ese rato a solas, en la sala donde continuaba el monoplaza de Jules. Aquel fue el único momento, en nueve días, en que pudimos hablar de algo que no fuera trabajo. Tampoco sirvió de mucho, pero bastó para desestresarme y confirmar que todo iba de maravilla entre nosotros. Si bien nuestra charla sobre todos los problemas que habíamos tenido se pospuso hasta el domingo siguiente, después de que se acabara el fin de semana en Bakú, nos sentíamos bien el uno con el otro.

Los secretos estaban sobre la mesa, incluyendo el tema de Charlotte. Hablando de ella, Charles aprovechó el final de una reunión con el resto de ingenieros para pedirme que lo acompañara a comprobar algo, utilizando esos pocos minutos para llamar a la susodicha.

Tal y como acordamos, él no había dado ningún tipo de declaración sobre aquellas fotos que les tomaron en Mónaco. Las aguas se habían calmado bastante, pero era un tema que no podía retrasar durante mucho más tiempo, así que eligió llamarla, conmigo a su lado, aunque yo preferí no escuchar su conversación con detalle. Sin embargo, Charlotte apenas pudo atenderle. Se alegró de que Charles la hubiera llamado, por supuesto. El problema residía en que estaba a punto de subir a un avión y su viaje al extranjero se prolongaría hasta mitad de la semana siguiente. Comentó que el miércoles por la tarde volvería a Mónaco. Por su parte, Charles no encontraba ningún hueco para verla en persona (eso era lo que quería ella, cabe señalar).

Así pues, Charles le pidió que tuvieran una llamada después de la carrera en Bakú porque se negaba a charlar con Charlotte sin que yo estuviera presente. Obviamente, no le habló de mí entonces, pero él me explicó más tarde que no iba a hacer nada sin tenerme cerca. La transparencia parecía ser su prioridad y, a pesar de que le repetí decenas de veces que no me importaba que fuera a Mónaco para encontrarse con ella, se obcecó en que no haría nada similar. De algún modo, me aliviaba y él lo sabía. Ese pequeño descanso terminó tras darle un beso y agradecerle por tomarse tantas molestias.

Volvimos al trabajo e hicimos como si no hubiera sucedido nada.

Esos días de preparaciones y regulaciones de set-up nos llevaron, irremediablemente, hasta Azerbaiyán. El tiempo que pasábamos juntos frente a las pantallas se compensaba con noches de galas a las que solo los pilotos estaban invitados y demás eventos en los que no había lugar para mí. A decir verdad, llegué a Bakú tan cansada que las horas de sueño que recuperé allí no fueron suficientes. Mi lugar favorito era la cama del hotel, así que no me molestaba especialmente eso de tener lejos a Charles. Me había convertido en una marmota y se lo hice saber, pero él solo se echó a reír por mi comparación con el animal y me prometió un par de días, lunes y martes después del Gran Premio, para nosotros y nadie más. Habló también de una escapada sorpresa a otro país, aunque yo no tenía ni un segundo para pensar en esos planes y, simplemente, dejé que los días pasaran.

Conseguimos la pole position el sábado y los medios de comunicación quisieron acaparar tanto a Charles que me conformé con otra noche sin él. Julia y yo cenamos juntas y la puse al corriente de todo lo que había pasado entre nosotros. Mientras hablábamos, señaló que ninguno de los dos había hablado de noviazgo serio. Es decir, sí, estábamos saliendo, pero ni Charles me lo había pedido ni yo a él. Aquella idea estuvo persiguiéndome el resto de la noche. Ni siquiera me dejó en paz en sueños.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora