36 || happy birthday

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Helena Silva

El teléfono vibró bajo mi mano y, todavía medio inconsciente por el sueño, abrí levemente los ojos. La habitación estaba completamente a oscuras. No entraba ni un rayo de sol por las rendijas de la persiana a pesar de que ya eran las ocho y media.

Todo estaba en calma.

Las manos de Charles me sujetaban el estómago y sus sonoros resoplidos se perdían en mi cabello suelto. Aquella era la sensación más hermosa y satisfactoria con la que podía despertar el día de mi vigésimo cuarto cumpleaños y habría dado cualquier cosa por prolongar esos segundos a su lado.

De hecho, lo hice.

Esperé los siguientes siete minutos sin hacer nada más que eso. Es decir, me mantuve en la misma posición hasta que la segunda alarma movilizó mi móvil. Estaba silenciado con el objetivo de no perturbar el descanso de Charles, pero conocía a la perfección ese odioso temblor en la palma de mi mano. Sabía que no podía pasar dos horas más en su cama, mientras él me abrazaba y parecía no haber ni una sola responsabilidad de la que debiera ocuparme como buena adulta.

Así pues, aquel fue mi propio regalo de cumpleaños; dormir seis magníficas horas sin interrupciones y dejar que el tiempo transcurriera durante siete bonitos minutos que concluyeron demasiado rápido.

Después de eso, me escapé de sus brazos.

La operación consistía en no despertarlo antes de tiempo. Me vestiría, recogería mis cosas y saldría de su habitación a hurtadillas con tal de que él durmiera una hora más. No era yo la que se subía a ese coche y necesitaba tener todos sus sentidos al cien por cien, sino Charles. Por eso, siempre antepondría su descanso al mío. Era una regla inquebrantable para mí. No la rompería nunca.

Todo iba a las mil maravillas. Ya me había puesto el sujetador, había recogido las medias que tiré al suelo y me había colocado esas horrorosas lentillas en el baño. Estaba poniéndome el vestido en la oscuridad más absoluta cuando su voz arruinó definitivamente mi plan.

—¿A dónde vas?

No podía ver nada, pero me giré hacia la cama y traté de localizar a Charles.

—A mi habitación —contesté.

—No tenemos que estar en el circuito hasta las once menos cuarto ... —dijo, muy adormilado.

El sonido de un bostezo arrancó a mis labios la pequeña sonrisa que me acompañaría hasta salir de su cuarto.

—Los parámetros de tu coche no se establecerán solos, Leclerc —Le expliqué, metiendo los tirantes del vestido por mis brazos.

—El trabajo te matará algún día, chérie —argumentó, acusador.

—Mira quién fue a hablar —Me agaché un poco para ponerme los tacones—. Intenta dormir un rato más. Necesitas estar descansado.

—¿Y dices eso mientras te vas? —exclamó, un tanto molesto con mi decisión de marcharme cuando aún podíamos dormir en total tranquilidad—. Tú eres mi descanso, Helena.

Mi sonrisa amenazó con crecer en un abrir y cerrar de ojos. No refrené ese gesto tan instintivo porque, al fin y al cabo, Charles y yo compartíamos ese sentimiento. Igual que él me consideraba el mejor método para que su calidad de sueño aumentara exponencialmente, en mi caso también ocurría algo parecido. De ahí que agotara esos últimos minutos en la cama aunque los números y los gráficos me esperaran en la mesa de mi habitación.

—Unas palabras preciosas, pero tengo que irme —Comprobé que la parte trasera de los zapatos no me molestaba y me erguí, guardando las medias dentro del bolso—. De verdad —insistí.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora