10 || champion

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Helena Silva

Charles ganó en Australia.

Yo desbordaba alegría mientras miraba hacia arriba, al podio. Estaba un poco más apartada de las barreras de seguridad, al contrario que el grueso de nuestro equipo. Mis compañeros gritaban y aplaudían sin parar, eufóricos por esa nueva victoria de Leclerc.

Algo retirada de la primera fila, repleta de fanáticos, mis ojos se cruzaron con los de un Verstappen que, enfurecido, aguardaba junto con Christian Horner al borde de las vallas. No pudo terminar la carrera por un problema técnico y decidieron retirar su coche, al igual que sucedió con Carlos. Ninguno pudo acabar y ambos se sentían mal al respecto, pero el semblante de Carlos no tenía nada que ver con el de Max. Mi compatriota se alegraba de que Charles hubiera liderado la carrera hasta el final de la misma.

Max era un caso completamente opuesto.

¿No podía celebrar el P2 de su compañero? Checo había hecho un buen tiempo y se merecía el apoyo de todo su equipo. Contemplar el ceño fruncido de Max no debía ser plato de buen gusto para el mexicano. Especialmente cuando estaba levantando su primer trofeo de la temporada.

Por precaución, aparté la vista del piloto de Red Bull y fingí que no le había observado ni cuestionado durante más de diez segundos.

Como si lo hubiera planeado, Charles apareció desde la zona trasera del escenario con su gorra roja y una brillante sonrisa surcando sus labios. Sonreí al instante, conteniendo difícilmente las ganas de gritar su nombre y vitorear a nuestro campeón.

El himno de Mónaco sonó por los altavoces y juraría que luchaba contra las lágrimas, pero había tanta distancia que no pude corroborarlo. Me quedé allí, admirando al chico y al piloto que estaba cumpliendo su sueño. Defender la primera posición en el ranking no era sencillo y él lo estaba logrando a base de esfuerzo y dedicación.

No podía sentirme más orgullosa.

Al concluir con aquel largo minuto en silencio, un pez gordo del gobierno australiano comenzó a entregar los trofeos. Primero a Russell, que había quedado tercero, y después a Sergio Pérez.

Charles esperaba su momento y, tras acomodarse la gorra por quinta vez, echó la mirada hacia la zona en la que nuestro equipo seguía celebrando. Por un segundo, creí que estaba fijándose en mí, aunque, realmente, era casi imposible que me hubiera localizado entre toda la multitud. Decidí acuñar aquella tonta idea a mi deseo de ser la única persona para él y esbocé una sonrisa sincera.

Estás perdiendo facultades, Helena.

Después de repetirme lo ingenua que estaba siendo, Charles mantuvo esa posición, mirando en mi dirección, y agrandó su hermosa sonrisa para acabar con un guiño que, sin lugar a dudas, tenía mi nombre escrito.

Todavía asimilando su descaro, presencié cómo apretaba la mano de aquel hombre y levantaba su merecida copa. Todos a mi alrededor saltaron y gritaron, llenos de energía, mientras que yo, sonrojada, apenas tenía la limitada capacidad de atender a la tradición de descorchar las botellas de champán y rociar con ellas al ganador de la carrera.

Charles, empapado en alcohol, volvió a girar la cabeza, buscándome. Dio conmigo rápidamente y, sin pudor alguno, alzó su trofeo.

Mi corazón se contrajo de un modo extraño y placentero porque me lo estaba dedicando a mí. Solo a mí.

Quise pensar que nadie se percató de su atrevimiento, que pasó desapercibido ante los cientos de ojos que se centraban en su persona y a otros tantos millones que veían el podio desde todas las partes del mundo. Lo pensé y me lo repetí durante el corto tiempo que duró el podio.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora