91 || corona de laurel

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Helena Rivas Silva

La fuerte luz que entraba a través del ventanal hizo mella en mí. Cuando quise volver a la penumbra de la noche, entendí que ya no era posible. Algo perturbada por aquella luminosidad, apreté los ojos y me enredé aún más en las finas sábanas hasta dar media vuelta y esconderme de los molestos rayos de sol.

No obstante, tras unos segundos de silencio, el crujir de los muelles de la cama rompió la serenidad que existía en la habitación. El calor de su mano vino después, subiendo por mi cadera desnuda y acabando bajo mi pecho mientras enterraba el rostro en mi cabello revuelto.

Buongiorno ... —Me dio los buenos días.

Su voz, rasposa y grave, limó mi malhumor como quien lima asperezas y solo encuentra una superficie suave y tersa. Drenó mi mala uva en tan solo un instante. Un hito que nadie había conseguido jamás y que para él era algo habitual cada mañana que despertábamos juntos.

Buongiorno —musité, ladeando la cabeza para que él pudiera besar mi moflete.

—Había echado de menos despertarme y que siguieras en la cama ... —reconoció, ronco.

Sin prisas. Sin alarmas. Sin reuniones de emergencia. Sin horarios separados ni huidas a deshoras.

—Si madrugases un poquito más ... No lo echarías tanto de menos ... —alegué, entallándome los ojos.

Charles bufó, encantado con mi borde contestación.

—Ahí está tu crueldad matinal ...

Alejó su barba de mi mejilla y yo levanté parcialmente los párpados. También me giré hacia él, que ya había dejado espacio para mí mientras se apoyaba en la almohada con el brazo izquierdo flexionado.

—¿También la echabas de menos? —cuestioné, cargada de sarcasmo.

Mi cabeza se hundió en el almohadón y mi mirada dio con la suya. Parecía bastante despierto, por lo que deduje que llevaba más tiempo consciente, a la espera de que yo me revolviera en sueños.

Se agachó y me besó los labios con dulzura.

—Más que ninguna otra cosa ... —Aseguró, repartiendo delicados besos por mi boca.

—Embustero ... —Lo taché de mentiroso y me enganché a su nuca para que esos besos no fueran tan superficiales.

Después de un buen rato entre endebles chasquidos, Charles consiguió reprimirse y hacer algo que no fuera besarme descontroladamente. Analizó mi semblante. Lo inspeccionó con detenimiento y echó unos pocos mechones lejos de mi frente.

—¿Has dormido bien? —inquirió.

—Muy bien —Le confirmé, sintiéndome verdaderamente descansada—. ¿Y tú?

—Yo también ... —Asintió y concluyó su examen de mis facciones—. No tienes los ojos muy hinchados ... Menos mal —dijo, aliviado.

—Solo fueron un par de lágrimas ... —Enfatizó en ello porque, por su gesto, debió levantarse con esa preocupación revoloteando. En un intento por transmitirle mi paz, acaricié su mejilla—. Charles, la charla de anoche ...

—¿Te ayudó? —Arqueó las cejas.

—No te imaginas cuánto ... —Suspiré.

Se relajó, como si ya no hubiera ni un solo pensamiento que pudiera perturbar su sosiego.

—Otra victoria para Charles Leclerc ... —Bromeó con una bonita sonrisa que me atrajo como una polilla  a la luz. Mis labios recorrieron gran parte de su rostro—. Oh, seigneur ... Je suis au paradis ... —Gimió, exagerado.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora