53 || chacha is back?

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Helena Rivas Silva

Martes por la mañana.

Solo quedaban unas horas para que Charles llegará desde Mónaco e irrumpiera en la sede de Ferrari, en Maranello. Yo intentaba concentrarme en mis labores, pero no aguantaba más de media hora revisando los datos que recogimos en Mónaco. Cada poco rato necesitaba abandonar el despacho de los ingenieros principales, donde me habían acondicionado una mesa, y dar un corto paseo por las instalaciones con el objetivo de despejar la cabeza.

Debía avisar de que me marcharía antes esa tarde y debía serenarme porque mis nervios por ver a Charles no hacían más que dispararse, provocándome pequeños cortocircuitos.

A la hora de comer, dejé a Xavi en el despacho. Me instó a ir a la cafetería del edificio primero. Era su forma de pagarme el favor que le hice en Mónaco, cuando Charles quiso cargar contra alguien por la pifia de la carrera y yo tomé su lugar desinteresadamente. Ya le había dicho por activa y por pasiva que no estaba en deuda conmigo ni nada que se pareciera. Si lo defendí fue porque yo podía manejar mejor el enfado de Charles, aunque no le expliqué mucho sobre mi decisión.

Xavi me veía como una amenaza potencial. Yo lo había estado haciendo muy bien y él cometía más errores de los que le gustaría, así que no empezamos nuestra relación laboral de la manera más bonita. No obstante, había demostrado ser un buen profesional y un gran profesor en privado. No quería robarle el puesto de trabajo y me habría encantado que él lo sintiera así, pero era más complicado. Por ello, me propuse ser lo más afable posible con él. Éramos compañeros de equipo, nuestros intereses iban en la misma dirección, y no pretendía sabotear su vida ni su estabilidad laboral. No estaba en Ferrari para eso.

Por tanto, invitarme a comer antes que él hacía de bandera blanca en su opinión. Si alguna vez hubo un hacha de guerra a su alcance, la había enterrado. Al menos, por el momento.

La relación con Xavi se mantenía a flote, así que no me negué al detalle de coger el primer turno, cuando todavía había gran variedad de platos y postres a disposición de los empleados de Maranello, y bajé a la planta baja.

No tenía excesiva hambre. Ni siquiera después de pasearme frente a las vitrinas me rugieron las tripas, pero tenía que alimentarme y recopilar toda la energía que pudiera. Cogí un primer plato y un segundo, dejando el postre para más tarde, y eché una mirada a la cafetería. Buscaba rostros conocidos entre los comensales. Hasta que no los localicé, no emprendí el camino hacia una de las mesas.

Carlos y Riccardo hablaban en voz baja de algo mientras sus platos de pasta al dente, frente a ellos, se enfriaban rápidamente.

—Hola, chicos —Los saludé.

Puse mi bandeja en la mesa y la acomodé a la izquierda de Carlos. Ricky, al otro lado de la mesa, me miró y saludó con total normalidad, algo que no ocurrió con el piloto español. Tan pronto como me escuchó llegar, retiró el móvil que tenía entre las manos y lo puso a su derecha, evitando así que yo viera la pantalla.

—Ah, hola, Lena —Se limitó a decir.

Estaba comportándose de un modo extraño, pero no le di mayor importancia y tomé asiento en el banco.

—¿Qué hacéis? —pregunté.

Carlos se rascó la barba, receloso.

—Estamos comiendo —Indicó un Riccardo risueño y amable.

—Eso ya lo veo —Le sonreí—. ¿Y de qué hablabais?

Giré la cabeza hacia Carlos, que seguía sin darme el rostro.

—De nada en particular —dijo él mientras se masajeaba la mandíbula.

Había algo tan raro en su hablar, en sus movimientos, que no esperé ni un segundo. Con esas palabras de Carlos sobrevolando la comida, Ricky observó, ojiplático, cómo me ponía en pie con un rictus de seriedad que a cualquiera habría asustado.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora