Helena Silva
Desperté envuelta en una manta que no supe identificar. Al abrir los ojos, me di cuenta de que tampoco recordaba de quién era ese cuarto. Mío no, eso seguro, pero necesité de un examen exhaustivo a mi atrofiada memoria antes de conectar los diferentes puntos que me llevaron a aquella habitación extraña.
No obstante, la aparición de Charles, que se colocaba una camisa de franela sobre una camiseta básica blanca mientras salía del baño, me resultó incluso más desconcertante que haber recuperado la consciencia en un lugar desconocido para mí.
—¿Charles? —ante mi reclamo, él reconfiguró su ruta y caminó hacia la cama. Yo me incorporé un poco, entallando mi ojo derecho—. ¿Qué haces ...? —pero comprendí que su presencia estaba más que justificada—. ¿Estoy en tu habitación? —le pregunté, dudosa.
Se sentó al borde del colchón, agachándose para besar mi frente. Su forma de dar los buenos días era preciosa y me estrujo el corazón al instante.
—En la suite de lujo, sí —mis sospechas no eran una locura, al fin y al cabo—. ¿Cómo te sientes? —metió la mano en uno de los bolsillos de sus pantalones para hacer deporte—. ¿Una aspirina? —propuso una solución a mi dolor de cabeza.
¿Cómo demonios había pasado de aquel reservado a dormir en su cama?
—Por favor —le regalé una mueca. Sacó un botecito que debía llevar siempre, en caso de emergencia, y lo abrió con la intención de tomar una de las pastillas que contenía. Tragué saliva, algo nerviosa por esa falta de recuerdos a la que me estaba enfrentando—. ¿Debo hacer la pregunta o ...? —comencé a decir, temerosa.
Mis palabras quedaron en el aire mientras me ofrecía la aspirina.
Seguía con mi ropa encima, por lo que la idea de haberme acostado con él no parecía muy realista. Algunos fogonazos de la fiesta se entremezclaban en mi mente, emborronándolo todo. Esa confusión no me hacía ningún bien, pero aguardé a que me sacara del error con su hermosa sonrisa. Una vez lo hizo, cogí la pastilla y relajé los hombros.
—Dormí en el sofá. No hicimos nada, tranquila —me metí la píldora en la boca, agradeciendo que no hubiésemos cruzado esa línea justo en el peor momento—. Aunque estabas tan borracha que gritabas algo sobre quitarme la ropa. No lo recuerdo muy bien —se burló un poco.
Sabía que mis habilidades sociales se disparaban cuando bebía. Además, iba recordando algunos instantes de la noche, pero me avergonzaba mucho que esa Helena a la que no le importaba en absoluto ser una bocazas hubiese dicho cosas tan descaradas y, al mismo tiempo, sinceras.
Me tragué la pastilla sin nada de agua que hiciera el trabajo más sencillo. Pronto noté el calor subiendo por mi rostro.
—Dios santo ... —las risas de Charles no bastaron para quitarle hierro al asunto—. No voy a beber nunca más —declaré mi posición de rechazar cualquier bebida que pudiera llevarme de nuevo a decir algo como aquello.
—Lucías adorable con las mejillas coloradas, chérie —trató de suavizarlo con su habitual galantería.
—No digas ni una palabra —reí también, palpando mis pómulos, tímida. Pese a mi vergonzosa actitud, Charles no estaba molesto en absoluto y eso me lo hacía más fácil. Alcé la vista, chocando con sus hermosos ojos—. ¿Por qué no dormiste en la cama? —me interesé en su decisión—. Yo soy la intrusa aquí —recalqué.
Me habría gustado compartir la cama con él, aunque también me habría odiado si no pudiera recordar cómo se sentía descansar en sus brazos.
—Porque no era lo correcto —se defendió—. Tengo la manía de moverme mucho mientras duermo y tú necesitabas descansar —que se hubiera preocupado tanto por mí me conmovía más de lo recomendado—. Manejo bastante bien la falta de sueño. Además, puedo dormir en el avión después —simplificó.
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fortuna » charles leclerc
Fiksi Penggemar¿Una fan de Red Bull trabajando como ingeniera de comunicaciones para Ferrari? ¿En qué estaba pensando cuando acepté esas prácticas en la escudería italiana? Ah, cierto. Pensaba en él. Por esta breve descripción, la historia podría parecer un enemie...