64 || i am his end game

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Helena Rivas Silva

Debían haber pasado unas horas desde que nos metimos en su habitación. No tenía mi móvil a mano, así que no podía saberlo con seguridad.

Me estiré y hundí la cabeza en su almohada. Si Charles hubiera tardado dos minutos más en volver del baño, me habría quedado dormida. Por suerte, regresó antes de que el sueño pudiera conmigo. Entró en el cuarto revisando su teléfono y tecleando algo de lo que no tuve más conocimiento. Viéndolo aparecer, me giré en su dirección con medio cuerpo cubierto por las sábanas blancas y esperé a que dejara el teléfono en la mesilla de noche y se subiera de nuevo a la cama.

Contemplé su dulce sonrisa hasta que se tumbó a mi lado y besó mi mejilla. El rastro de aquel beso no se esfumó hasta unos minutos más tarde, cuando sentí que algunos de sus dedos perfilaban las curvas de ese tatuaje del que no le había hablado nunca.

Las sábanas se escurrían por mi feminidad y subían lo justo para que yo me tapara el pecho con ellas. Sin embargo, mi costado izquierdo estaba desprotegido y, por ende, mi tatuaje se veía claramente.

Charles no dejaba de mirarlo, de tocarlo.

—¿Sabías que odio las serpientes? —comentó de pronto—. Les tengo miedo.

Peiné algunos de sus rizos más rebeldes.

—No me sorprende.

—¿No?

—No, porque es más fácil odiarlas —le contesté, haciendo que sus pupilas subieran a mi rostro—. Todo el mundo lo hace.

Charles inhaló y suspiró. Se acomodó en la almohada a un palmo de distancia de mí.

—Tenemos muchas charlas pendientes —dijo.

—Demasiadas —lo secundé.

—¿Empezamos con esta? —Pasó su pulgar sobre el reptil—. No me habías dicho que tenías una serpiente tatuada —Añadió, curioso.

—No la llevo en un sitio muy visible, así que no es algo que vaya diciendo ... —defendí mi hermetismo al respecto.

—Pero yo puedo verla —Puntualizó Charles.

La miel que pintaba sus ojos me embelesó tanto que hicieron falta unos segundos y un par de besos para que recuperara el habla.

—Sí. Tú sí —Asentí en su boca entreabierta.

Él alargó su brazo izquierdo, colocándolo en una posición más cómoda. El apósito me recordó que no le había cambiado las gasas todavía. Podían aguantar un poco más, así que lo apunté mentalmente y me apoyé en su antebrazo, teniendo su quemadura a la vista.

—¿Por qué te la hiciste? ¿Porque es sexy tener una culebra en la pelvis? —Sonrió y sus hoyuelos salieron a la luz.

Sus ganas de bromear me removieron por dentro en el mejor sentido de la palabra.

—¿Me ves capaz de algo así? —Levanté las cejas.

—No, pero eso no le quita el atractivo que tiene —Y me quitó otro sonoro beso de los labios.

Me los relamí y le conté acerca del origen de esos trazos de tinta.

—Es por mi madre.

—También tienes ese anillo, ¿no? El que parece una serpiente —recordó él.

—Sí. Era suyo.

Debería sentir nervios o incomodidad por haber llegado a ese nivel de intimidad y verme en la tesitura de explicarle todo lo que había detrás de ese animal y, sorprendentemente, no había nada de ansiedad dentro de mí. Estaba relajada. Aliviada, incluso.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora