Charles Leclerc
Una semana después de la victoria de Carlos, estábamos en Austria, ultimándolo todo de cara a la carrera. Habíamos funcionado de maravilla durante el fin de semana, así que había muchas expectativas en el equipo. Esa semana yo era el afortunado al tener a Helena en mi radio y me hacía infinitamente feliz estar cerca de ella porque, si bien habíamos dormido juntos las dos noches anteriores, apenas estuvimos juntos en Maranello desde que regresamos al continente. Yo había estado en Mónaco más de lo calculado y ella permaneció en Bolonia, asediada por el trabajo que había en la fábrica.
Nuestra cita seguía en pie para el domingo diecisiete de julio, pero echaba en falta estar a solas con Helena más de lo que me gustaría reconocer. Hablábamos lo justo y necesario durante las reuniones y, por las noches, apenas charlábamos por el cansancio.
Mientras evitaba a cualquier persona que pudiera detenerme en una conversación insustancial, cambiaba hacia el muro y me preguntaba cuántos días faltaban para el parón de verano. Necesitaba que llegase ese descanso tanto como respirar a esas alturas de la temporada.
A los segundos, alcancé su espalda y di un salto para subirme al escalón de metal y quedar más próximo a ella.
Como era de esperar, Helena no se sobresaltó ante mi roce.
—¿Cómo te ha ido en la entrevista? —cuestioné.
Sus ojos perseguían algo en la pantalla. Estaba tan bonita, tan resplandeciente, que me la habría comido a besos si no hubiera tanta gente alrededor. Aunque no había nada más en el muro, no podía asegurar que los camarógrafos anduvieran en otras partes del paddock, así que solo podía contenerme.
—Bastante bien —me respondió—. Han sido muy correctos.
Esa entrevista había sido con un medio de comunicación español y se la concedió casi sin dudar. Me hacía pensar que confiaba en los periodistas que se la pidieran. Era un alivio que se sintiera medianamente cómoda con otras cámaras que no fueran las de Lissie.
—Genial —Me apoyé en la mesa reclinable y busqué exhaustivamente sus ojos—. ¿Te fuiste temprano esta mañana?
Ella asintió con suavidad.
Sus pupilas no se desviaron ni un milímetro del monitor.
—A las ocho o así.
Por el aleteo de sus párpados, deduje que no era del todo cierto y que, en realidad, se marchó antes de mi habitación.
—¿Puedo preguntar el porqué? —Me incliné más, dispuesto a indagar en el asunto—. ¿Culpa del trabajo o solo huías de mí? —Lancé la pregunta con aire bromista.
Sonrió a medias.
—Una mezcla de ambas —Me siguió la corriente.
Me gustaba que su sentido del humor estuviese vivo. Siempre que se encontraba mal o algo le preocupaba, sus ganas de bromear se esfumaban. Aquel era un indicio de que la situación, fuera la que fuera, no era tan grave.
Sonriendo, me acerqué y aparté un mechón solitario que se había escapado de su coleta.
—Qué graciosa ... —Observé sus facciones y me percaté del rubor en sus mejillas—. ¿De verdad estás bien?
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fortuna » charles leclerc
Fiksi Penggemar¿Una fan de Red Bull trabajando como ingeniera de comunicaciones para Ferrari? ¿En qué estaba pensando cuando acepté esas prácticas en la escudería italiana? Ah, cierto. Pensaba en él. Por esta breve descripción, la historia podría parecer un enemie...