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Helena Silva

Con la llegada del sábado y de la clasificación, el ambiente en Ferrari era de nerviosismo y de ambición. Liderábamos el campeonato de pilotos y el de constructores. La situación no podía ser mejor para el equipo. Carlos y Charles parecían saberlo y se encargaron de infundir buenas sensaciones en nuestros compañeros.

Yo tenía una mezcla de ilusión y miedo agarrada al vientre. Esa buena racha no duraría eternamente y, aunque todos lo sabíamos, evitábamos visualizar un escenario que bajara a Charles del primer puesto.

—Han sido unas semanas ajetreadas, ¿no?

Joris me sonrió.

Llegó esa misma mañana para documentar el fin de semana de Leclerc. Solo habíamos cruzado un par de palabras, así que usé ese pequeño descanso de mi trabajo y socialicé un poco con el amigo de Charles. Los chicos andaban por el paddock dando alguna que otra entrevista para distintos medios de prensa y parecía haber algo de tranquilidad. Además, la hora de la comida se acercaba.

—Y que lo digas —Resopló—. De Australia a Mónaco, de Mónaco a París y de París a Italia. Un no parar —Otros trabajos y encargos hacían que no pudiera seguirnos en todas las carreras del año, pero me alegraba que Imola estuviera en su calendario porque Charles apreciaba mucho su apoyo y su compañía—. ¿Cómo van las cosas por aquí? Escuché que te quieren ascender —dijo, acudiendo a la broma fácil.

—Qué va —Sonreí tímidamente—. Todavía no sé suficiente italiano como para que me pongan en primera línea.

Sonaba a chiste y a él le hizo especial gracia, pero para mí no era una posibilidad realista que algo así sucediera en un futuro cercano.

—Eso ya lo veremos —Vi cómo sostenía su cámara—. ¿Puedo echarte una foto? Ahora que eres una de las estrellas emergentes de Ferrari, sería un privilegio para mí —Me comentó.

—Eres peor que Carlos, ¿lo sabías? —Sus risas y lo bien que me había tratado desde el primer minuto me empujaron a acceder y así lo hice—. No soy muy fotogénica —aclaré, moviendo los cascos que descansaban en mi cuello.

Como un gran profesional, me dio las pautas exactas para que la fotografía saliera como tenía en mente. Fue bastante fácil porque solo debía estar en mi lugar de trabajo, sin mirar al objetivo de su Canon, pero temí estropear la imagen por no dar la talla. Por suerte, Joris supo sacar lo mejor de mí y comprendí que era increíble en su trabajo cuando me enseñó la pantalla de la cámara y encontré a una chica favorecida, incluso atractiva.

—Todo un detalle —Reprimí mi sonrisa y lo miré a los ojos—. Gracias, Joris.

—No es nada —Se alejó un poco, revisando el carrete—. Se me olvidaba —dijo de repente—. Quería mandárosla, pero no he tenido tiempo de hacerlo estos días ... —balbuceó.

Volvió a acercarse, comprobando algunos datos que aparecían en pantalla.

—¿Mandaros? —Incidí en ese verbo y en su número plural.

Tras un par de comprobaciones, cogió su teléfono móvil.

—Sí. Ni siquiera recordaba haberla hecho, pero en el avión, mientras revisaba el carrete y pasaba a mi portátil las fotos de Australia, me di cuenta de que presioné el botón en el momento adecuado —toqueteó algunas cosas que escapaban a mi comprensión—. Ahí la tienes —Apuntó, justo en el instante en que mi móvil temblaba en el bolsillo de mis vaqueros—. ¿Te ha llegado?

—Creo que sí —Lo saqué y me apresuré a entrar en la app de mensajería—. Estoy abriendo la aplicación de ... —Me quedé en blanco. Contemplar aquella imagen rebasó mis sentidos y temblé de pura impaciencia—. Esta foto ... —Chupé mi labio inferior, los ojos se me cristalizaron—. ¿Por qué la hiciste?

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora