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Helena Rivas Silva

Masajeó mi trasero antes de contestar.

—Sí. Tu comida.

Me ayudó a levantarme y así pudo salir de la cama. Empezó a sacarse el preservativo justo cuando yo me sentaba en el colchón.

—¿Mi comida? —inquirí—. ¿Has pedido comida?

Charles tiró el condón usado junto a los demás y se levantó. Tuve una bonita vista de su cuerpo desnudo el tiempo que tardó en agarrar sus pantalones de deporte del suelo.

—Bingo. Comida china —Especificó, haciéndome la boca agua al instante—. No sé cuántas horas debes de llevar sin comer nada y voy a solucionarlo ahora mismo.

Se subió los pantalones, ocultando por fin esas partes de su trabajada complexión que me volvían una demente de campeonato. Él no comentó nada de mi descarado repaso a su culo. A decir verdad, la sonrisa que iluminó su semblante era una clara señal de que le encantaba que posara los ojos en su figura. Le subía el ego que mi hambre se proyectara en más direcciones, además de hacia la comida que esperaba tras la puerta de su apartamento.

Me fijé también en lo fina que era su cintura y en el elástico blanco de aquellos pantalones cortos.

—Espera, Charles —Lo detuve, subiendo la mirada a su rostro—. Sigo desnuda.

Sus carcajadas me dijeron que aquella apreciación era una tontería.

—La comida te la traigo yo a la cama, cariño. El repartidor se queda en la puerta —me informó, como si no lo supiera. Sonrojada por mi torpeza, me encogí un poco y cubrí parte de mi pecho—. Aunque seguro que le alegraría el día ver a una chica tan guapa sin nada encima. Una pena que sea mi chica y no la suya —explicó, derrochando confianza—. Ahora vengo.

Y me dejó en su cuarto.

Lo escuché dar un grito para que el trabajador supiera que había alguien en casa y, seguidamente, identifiqué la fuerte presión del grifo abierto.

Claro. Tenía que lavarse las manos antes de coger aquella bolsa.

Sintiéndome tonta y acalorada, me reí de mí misma y me eché en la cama.

Mi espalda se ajustó al colchón y, solo en ese momento, mis tripas rugieron. No había probado nada en ... ¿Cuánto? ¿Unas veinte horas? Y eso que yo amaba la comida, pero habían surgido cosas más importantes que retrasaron el desayuno, por ejemplo. Por el hambre que me entró al saber que Charles había pedido mi comida favorita, deduje que la hora del desayuno había quedado muy atrás y lo comprobé tras coger su teléfono móvil de la mesilla de noche y descubrir que eran más de las tres y media de la tarde.

¿Nos habíamos pasado casi tres horas teniendo relaciones sin más que un par de pausas para charlar?

Nunca creí que, con mi resistencia, más bien poco entrenada, aguantaría una ronda de sexo detrás de otra durante tanto tiempo.

Haciendo algunos cálculos relacionados con esas horas que invertimos en la cama, me sorprendió el regreso de Charles, que, además de traer la bolsa con mi comida, cargaba una bandeja que serviría de mesa temporal, un par de platos llanos donde ponerlo todo y algunos cubiertos.

Tan pronto como lo vi aparecer, me incorporé y, de rodillas, le ayudé a sujetar la bandeja.

—¿Vamos a comer aquí? —titubeé.

—¿No te apetece? —dijo, colocando los platos en el colchón.

—Sí, pero tú no puedes comer nada de esto —argumenté.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora