Helena Silva
Esa noche, recogimos tarde. Aunque la clasificación marchó como habíamos predicho y Charles se quedó con la pole, Carlos había sufrido más de lo esperado. Su tercera posición era estupenda, pero no cumplía con los objetivos del equipo ni del piloto español. Apuramos hasta bien entrada la noche y cenamos en la sala de reuniones. Así pues, cuando salí del box, Charles ya estaba mandándome su mensaje de buenas noches y pidiéndome perdón por no aguantar despierto ni un minuto más.
Él tenía que descansar. No me molestaba que se marchara a dormir antes de que yo volviera al hotel. Entraba en el abanico de posibilidades desde que me encerré en la sala con Riccardo.
El hotel quedaba cerca del circuito. Regresé dando un paseo. Había permanecido anclado a una silla durante más de cinco horas y necesitaba estirar las piernas un poco. Quince minutos después, llegué al gran edificio que acogía a la mayoría de los equipos y trabajadores que participaban en el Gran Premio de España. Había unas cuantas personas en la recepción porque no era muy tarde. Apenas las once y media de la noche.
No conocía a ninguno de los clientes que charlaban en el hall del hotel, así que pasé cerca de ellos, ignorando por completo de lo que hablaban, y me dirigí hacia los ascensores. Estaba tan cansada que mi cabeza no funcionaba correctamente. Cuando identifiqué la figura masculina que esperaba a las puertas del único ascensor funcional y quise retroceder, fue demasiado tarde. Él se percató de mi presencia antes de que pudiera desaparecer y me vi obligada a tomar el mismo ascensor.
No tenía ni idea de que les hubieran asignado el mismo hotel que a nosotros, pero, si lo pensaba, era bastante lógico.
—¿Cómo estás? —preguntó al cabo de unos segundos sin intercambiar palabra guía.
—Bien. Estoy bien —dije, incómoda—. ¿Y tú? ¿Arreglaste lo que tenías que hacer en Madrid?
—Sí. Eso está solucionado —Aclaró.
—Me alegro.
Mi padre no era paciente conmigo. Normalmente, mi forma de ser, mi ácida actitud, hacía que perdiera los papeles. Por eso mismo, traté de guardar las formas y respetar el esfuerzo que había realizado al venir durante un fin de semana entero hasta Barcelona. Podría haberse escudado en su trabajo, al igual que hizo cuando fui a Jaén, pero no había sido de ese modo y, aunque me costase reconocerlo, le agradecía que hubiera tomado ese pase para acompañar a Ana y a David. Significaba más de lo que me gustaría.
Mientras aguardábamos a que el ascensor bajara del último piso, comentamos alguna que otra cosa sobre el hotel y la comodidad que suponía no tener que tomar un taxi cada vez que quisieran ir al circuito.
Justo en el momento en que el marcador se iluminó con el número cero, mi padre cambió el tema a uno mucho menos ameno.
—Ferrari te está dando una oportunidad de oro. Muchos matarían por tener lo que tú tienes ahora mismo —comentó y las puertas metálicas se abrieron.
No entendía qué le llevaba a hablar sobre mi trabajo en Ferrari.
—¿Crees que no lo sé? —Tuve la sensación de que había sido muy agresiva y atenué mi tono. Entramos al ascensor y replanteé la manera de expresar aquello—. Yo también habría matado por conseguirlo. Por suerte, bastó con tener un excelente expediente y sobrevivir a un año de prácticas no remuneradas en la F2 —Le recordé algunos de los méritos que me habían acercado al trabajo con el que había soñado durante tantos años.
Había sacrificado mucho para obtener aquella beca que la FIA lanzó, a la caza de nuevos talentos. Además, el mundo del automovilismo y del motor ya no cerraban sus puertas a las mujeres y ellos eran quienes más se beneficiaban al acoger en su seno a jóvenes promesas como Julia o como yo. Esa iniciativa reflejaría una imagen renovada de un mundo que ya no era exclusiva del sexo masculino.
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fortuna » charles leclerc
Fiksi Penggemar¿Una fan de Red Bull trabajando como ingeniera de comunicaciones para Ferrari? ¿En qué estaba pensando cuando acepté esas prácticas en la escudería italiana? Ah, cierto. Pensaba en él. Por esta breve descripción, la historia podría parecer un enemie...