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Charles Leclerc

Después de compartir cortas charlas con algunos de los patrocinadores que habían acudido a aquella velada en el yate que la Federación reservó para nosotros, tanto Carlos como yo empezamos a mezclarnos entre los múltiples asistentes. Mattia nos presentó a varios magnates que estaban interesados en invertir en nuestro equipo, así que charlamos largo y tendido hasta que nuevos rostros aparecieron. Él desapareció al cabo de un rato, dejándome en manos de un hombre de barba blanca y anteojos pequeños que venía acompañado de su joven esposa.

Cuando conseguí librarme de aquel tipo tan pesado, examiné la sala de recepción de esquina a esquina. Todos los pilotos de Fórmula 1 estaban allí a pesar de que al día siguiente teníamos programada la clasificación del Gran Prix de Miami. Era una de esas citas a las que uno no puede faltar aunque quiera. Ferrari necesitaba nuestra presencia esa noche.

El yate, inmenso, acogía a la perfección a decenas de ricos empresarios que estaban fijándose en un deporte de élite que movía millones al año. Podríamos apalabrar bastantes tratos con gente que estaba deseando gastar su dinero en algo diferente y renovador. Por lo tanto, sacar el lado más amable que guardábamos y sonreír a todos los invitados era nuestro principal cometido.

Los camareros iban dando tumbos alrededor de los pequeños grupos, pero ningún piloto tocaba las copas que se ofrecían. La clasificación estaba por delante de un poco de alcohol y todos lo teníamos en mente.

Fui a saludar a Pierre y a Yuki, que charlaban con un par de vestejorios podridos de dinero. Mi amigo me dijo que Albon todavía no había llegado porque, al parecer, Lily llegó por sorpresa a la ciudad esa misma mañana. Ciertamente, algunos de mis compañeros de profesión paseaban por el lugar de la mano de sus parejas. Pierre ya no se incluía en ese grupo, pues rompió su relación con Katerina la semana anterior, pero imaginaba que su radiante sonrisa venía de alguien más. Alguna mujer de la que no me había hablado todavía.

Me despedí de ellos y marché en busca de algún camarero que no repartiera bebidas alcohólicas. Desistí a los quince segundos y dediqué ese corto descanso a observar a las parejas que inundaban la recepción. George, Magnussen y Seb, entre otros, habían asistido acompañados. Ellas parecían desenvolverse bastante bien en esos ambientes. Las reuniones sociales no eran lugares hechos para todo el mundo, pero, incluso si no las disfrutaban, hacían el esfuerzo de agradecer arrogantes cumplidos y mostrar una faceta ejemplar.

Inevitablemente, pensé en Helena. Ella no asistiría. Su rango de ingeniera en prácticas no invitaba a que estuviera en la lista de personajes importantes. Si bien había ciertos nombres de ingenieros jefes que destacaban, no era nada habitual que un trabajador normal y corriente se presentara en encuentros como ese. Sin embargo, me habría gustado agarrar su mano o que entrelazara su brazo con el mío durante la velada. Esa posibilidad parecía lejana todavía y yo no urgué más en ella. Llegaría el día en que podría presentarla como mi novia formal.

Sí, Helena es ingeniera de pista en Ferrari y también la mujer de la que estoy enamorado.

Esa declaración hacía mi boca agua, pero, hasta que pudiera decir en público que el trabajo no era lo único que nos unía, tendría que conformarme con ir a los actos oficiales solo, fingiendo estar soltero.

Rápidamente, visualicé a Carlos y a Lando cerca de una mesa con aperitivos. No perdí el tiempo y me reuní con ambos antes de que otro adinerado señor me pillara desprevenido. Sabía que Mattia me empujaría a socializar con rostros desconocidos en poco más de cinco minutos, así que me escabullí.

Palmeé la espalda de Lando y crucé mi mirada con la de Carlos. No interrumpí su intercambio de opiniones. En lugar de inmiscuirme, retoqué mi traje negro de gala con el escudo de Ferrari bordado en la solapa.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora