39 || vovó

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Helena Silva

Nos dormimos pronto. Yo caí primero porque recuerdo el sonido de su voz, cada vez más remoto y lejano, a pesar de que notaba la vibración de sus palabras en su caja torácica. Como digo, Charles tampoco aguantó mucho tiempo despierto. Él también había tenido un viaje esa mañana y madrugó bastante. Condenados por esa cruz, ambos quedamos sumidos en un sueño de lo más profundo del que, para nuestra buena suerte, pudimos disfrutar más de lo habitual.

Su comida en Mónaco estaba programada para las dos y media de la tarde. Por lo tanto, debía estar en el aeropuerto de Granada a las nueve y media si quería llegar con algo de tiempo a su ciudad. Contando con que, en coche, el trayecto era de unos cuarenta minutos hasta el aeródromo granadino, Charles hizo bien en poner su alarma a las siete de la mañana.

Me despertó con un par de besos y con el lamento de no poder quedarse más tiempo conmigo, pero no me molestaba en absoluto que su vida fuera así y que nuestras pequeñas escapadas no pudieran sobrepasar las veinticuatro horas. Lo aceptaba y se lo comuniqué mientras hablábamos de su comprimida agenda, todavía en la cama. Después de las aclaraciones y de asegurarle que estaba perfectamente bien para mí que se marchara, dejé que se vistiera y yo fui a mi habitación para hacer lo propio. También acomodé mi maleta y la saqué del cuarto.

Estando en el pasillo, Charles salió y me impidió bajar los bultos por mí misma. Intenté convencerle de que podía cargar mis cosas por las escaleras, de que no era tan enclenque como se imaginaba, pero esas quejas no se prolongaron más de quince segundos porque él bajó los escalones en un tiempo récord, cosiendo mis labios y dándose por satisfecho. Al ver mi cara de enfado, se encargó de deshacerla con un suave beso del que nadie fue testigo.

No me gustaba que la gente hiciera por mí aquello que podía hacer sola, sin ayuda. No obstante, Charles era otra historia. Si él se metía en mis asuntos y los alteraba un poco, no hería mi orgullo, ni mucho menos. Ayudándome en tonterías como esa, conseguía que me sintiera arropada y me recordaba que podía recurrir a él si lo necesitaba.

Ana estaba terminando de poner el desayuno en la mesa cuando aparecimos en la cocina. Los dos fuimos a echarle una mano. Como David todavía no se levantaba para ir al colegio, desayunamos los tres juntos. Mi hermano bajó justo antes de que tuviéramos que irnos. Todavía andaba bastante dormido, pero pudimos despedirnos de él. Me prometió que no diría nada a sus amigos de la visita sorpresa de Charles y de que presumiría de sus camisetas y gorras firmadas por los pilotos de Ferrari. Una cosa no quitaba a la otra, así que lo abracé y me monté en el coche de ventanas tintadas.

El resplandeciente color dorado del cielo nos obligó a sacar las gafas de sol antes de arrancar.

A pesar de que Charles insistió en que me quedara en la finca, yo no quería estar más tiempo allí. No me sentía cómoda.

Abrochándome el cinturón, le hice una única pregunta.

—¿Puedes retrasarte media hora?

Charles comenzó a bajar la cuesta que tuvimos que subir el día anterior a una velocidad prudente.

—¿Me estás pidiendo que falte a mis obligaciones, Helena? —Sonrió, incapaz de creer que estuviera siendo mínimamente irresponsable.

No me gustaba pedirle algo así, pero me hacía mucha ilusión que hiciera una parada de camino a Granada. Yo me quedaría allí hasta el día siguiente y ya tomaría mi vuelo hacia Barcelona.

—Sí —Lo miré, expectante.

Se detuvo al borde la carretera. Tras hacer aquel ceda, se apoderó de mi mano izquierda y dijo lo que quería oír.

fortuna » charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora