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Brock。

Leo en mi reloj $30.000 por unos masajes de hombro y miro a James, para que me confirme que no está tomándome el pelo. Su respuesta es un guiño que me deja bien tranquila. Vaciamos nuestras copas y nos ponemos de pie. No quiero ver más a Mats. Si no es capaz de disipar mis dudas, entonces no estoy tan alejada de la realidad. Ese hombre, importante hombre millonario no quiere ser visto conmigo. Váyanse a la mierda los hombres con sus aires de superioridad. Sull dijo que aquí entraban las mujeres más hermosas, me lo creeré entonces.

—¿Puedo? —me pregunta James estirando un brazo hacia mí.

—Claro —contesto.

Inmediatamente después su mano recorre mi cintura hasta que encuentra una curva que le acomoda.

—No quiero mirar atrás —se ríe James—, Mats debe estar en llamas.

—Yo no entiendo a qué está jugando.

—No está jugando, está celoso ¿no lo ves?

¿Eh?

—Se puso histérico cuando te invité a venir —me cuenta James. Con la otra mano abre una obertura en unas cortinas color vino y la cruzamos, llegando a un cuartito con un sillón, un diván, una mesita con una botella de wiski y copas limpias y tenue iluminación proveniente de farolas en las paredes—. Solo se tranquilizó cuando le dije que estaba seguro que no vendrías, pero le estaba gritando al cielo que sí lo hicieras.

James me suelta para irse al diván mientras se va quitando el saco del terno. Lo deja en el respaldo del sofá. Ahí también deja bien estirada su camisa luego de sacársela. Veo que ese hombre está bien ejercitado. James no es feo, es uno de los hombres más atractivos que he conocido, pero no me fío ni me ilusiono con un millonario. No quiero sonar a que tengo baja autoestima, solo es un hecho, es ley de vida que los hombres como James, como Mats o como cualquier millonario en este salón, no se fijan en las mujeres sencillas, que trabajan como operario de bodega y que tengan hijos.

James estira su mano hacia mí. Voy hacia él y se la tomo. Me lleva al diván. Estoy confiando que el contrato que pactamos cuando presioné el botón verde es un masaje aun cuando veo que se sienta y me pone entre sus piernas. Yo debería estar detrás de él, pero no digo nada, voy a esperar a que actúe antes de protestar. Toma mis dos manos y las pone sobre sus hombros.

Oh, ya entiendo. Es un masaje, sí, pero mientras me mira y mis pechos se quedan a la altura de su barbilla.

Cuando estaba embarazada tomé un curso de masaje para bebés. Hasta el día de hoy le hago masajes a Isis después del baño, le encantan. Nunca he masajeado a un hombre con la piel dura por su musculatura, en teoría debe ser lo mismo, creo, solo que con más fuerza.

Empiezo.

James pone sus manos en mis caderas. Levanta los ojos a los míos y me sonríe. Lo agarro de las muñecas y se las aparto antes de ponerle otra vez las manos en los hombros.

—No pagaste por tocarme —le recuerdo.

James ríe.

—No debí enseñarte a jugar.

—Sí debiste. Es bueno hacer lo correcto. No te encorves. Relájate...

James me obedece. Inhala por la nariz, profundo, hasta que se llenan sus pulmones. Luego exhala...

—17 millones —dice cuando sus pulmones se vacían—. 17 millones de pesos porque pases la noche conmigo. —Mis manos no pueden moverse más. Me quedo sin aliento. He llegado a tener sexo con hombres a cambio de nada, ni siquiera un triste orgasmo he recibido a veces, y ahora, por hacer lo mismo que he hecho por año, quieren pagarme... —Tendremos sexo toda la noche, Brock. Tú me dirás qué te gusta y yo te complaceré —se levanta, estas propuestas no se hacen mirando desde abajo, sino desde arriba, donde pueda sentir que es él el que impone—. Pagaré para que me digas qué debo hacer para que te vengas. Quiero darte placer hasta que mi nombre escape de tus labios...

Sol en invierno - Pronto se irá a BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora