Sol en invierno - Pronto se irá a BORRADOR

18)

Mats｡

Finalmente el alma me vuelve al cuerpo y los nervios se relajan. No quise encontrarle una razón al por qué me exaspera que los hombres quieran algo de Brock, cuando entendí que si la alejaba de todos estaría tranquilo, decidí actuar. 50 millones porque me obedezca. No se lo diré a Brock, pero si me hubiera rechazado la propuesta, le habría ofrecido el triple. Estamos caminando hacia las escaleras. Voy a estirar una mano hacia ella como todo un caballero, pero ella se agarra de la baranda con una mano y con la otra levanta su vestido.

Siempre independiente.

No decimos palabras hasta que llegamos arriba. Brock comenta que las montañas se ven preciosas desde la piscina.

—También se ven desde mi habitación —rabeo, sigo enfadado con ella, pero por otras razones.

—Fascinante —suspira.

Pasamos frente a las mencionadas montañas. Los ventanales siguen abiertos, del otro lado está la piscina con cascada. Debido a que es de noche, las montañas son una sombra oscura debajo del cielo.

—Brock —la llamo deteniéndome.

—No me meteré a la piscina —me advierte devolviéndose. No quiero que calientes a más hombres, así que no, la piscina ni siquiera es una opción.

—No es eso. Quiero tomarte una foto, ponte donde se vean las montañas. —Brock me mira perpleja—. Sé que puedes hacer esto, no seas pesada. Agrégalo a los 50 millones que ya te pagué.

—¡No iba a decir que no, dramático! Solo me preguntaba por qué carajos Mats Larson, un insufrible millonario, quiere una foto mía. ¿Aquí estoy bien? No pienso sonreír.

No, es que esta mujer me va a enloquecer. Termino riéndome solo porque sus repentinos cambios de humor son algo que nunca me había tocado vivir.

—Más te vale sonreír o subiré tu cara rabiosa a Instagram para que más de 17 millones de personas vean lo que tengo que soportar.

—Sí, a Instagram, por supuesto. Tú harías eso.

—Posa para la maldita foto, por favor.

—No sé posar.

—Mentirosa. He visto tus fotos en Instagram.

—¿Ah, sí?

—¡Brock, haz una maldita pose!

Brock posa, por fin. Pone las manos en las caderas, cuadra los hombros, levanta la cadera, sonríe y guiña un ojo. Listo. Que no me venga con que no sabe posar.

—Esta foto es la mejor versión de ti, porque no insulta, no rabea ni es sarcástica.

Brock hace el intento de sonreír como si no le importara lo que acaba de oír, pero no puede, parece que herí sus sentimientos.

—No es cierto —digo—. Fue una mala broma.

—No, no lo fue —contesta Brock aparentando tranquilidad—. No fue ninguna broma. —Ahora sí sonríe, pero es una expresión sarcástica.

Llegamos a un cuarto donde únicamente una gran escalera circunda un árbol plantado en un espacio de tierra en medio de un piso de baldosas oscuras. La fuente de luz para esta planta proviene de los ventanales que componen la pared del lado izquierdo con vista a un jardín cerrado al que se tiene acceso por este mismo cuarto.

Subimos juntos las escaleras, cada uno sostenido de una baranda, quedando así una buena distancia entre ambos. Al llegar arriba, Brock ahoga una exclamación pues ve con sus propios ojos que los ventanales de mi dormitorio tienen vista a las montañas. El piso de madera fluye por todo el espacio, excepto en el baño que ahora no se ve porque la puerta está cerrada. En el centro una alfombra negra y sobre ella, mi cama. Brock exclama <<¡Woou, es redonda!>> Sí, mi cama es redonda. Toda la ropa de cama, incluso las almohadas, son negras, igual que el respaldo acolchado que está mirando directamente a las montañas.