Capítulo 44.

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A D A R A.

Dicen que cuando estamos a punto de perder algo que poseemos es el justo momento donde nos damos cuenta qué tan importante es ese algo para nosotros. En mi caso, e n cuanto lo vi de pie en la puerta me aterré, tenía sedante en mi sistema, no había comido más que sopa por días, pero el miedo de perderlo me ubicó en Tierra y espacio lo suficiente para llegar con uno de los hombres vestidos de negro e indicarle dónde estaba.

Nunca había pasado tanto miedo como cuando vi que entre dos hombres tuvieron que sacarlo inconsciente de aquella cárcel. Mis manos temblaban, mi respiración era errática y mis ojos estaban desesperados por cerrarse del cansancio, pero no podía, él estaba en peligro, él había puesto en riesgo su vida por mí. No podía dejarlo así.

Recuerdo bien que una de las mujeres del equipo me llevó hasta un camión y me dio una manta y ropa limpia mientras nos dirigíamos a una especie de hospital clandestino. No había vuelto a ver a Wad, pero me aseguraba una y otra vez que él estaba en tan buenas manos como yo.

No le creería hasta que no lo viera, necesitaba que él despertara para poder devolverle el te amo que nos había quedado pendiente. No iba a despedirme de él para siempre nunca. No renunciaría a nuestra historia nunca, nos hacía falta mucho más tiempo y lo tendríamos.

No recuerdo mucho más luego de que tomé un baño en el mismo camión, así que asumí que el cansancio finalmente me venció sin quererlo.

[...]

Cuando abrí de nuevo los ojos estaba en una cama de hospital conectada a un montón de aparatos que pitaban, había demasiado blanco en el entorno y el olor a analgésicos removió los malos recuerdos. Me incorporé y vi la intravenosa, las vendas y a mi abuelo.

―Mi pequeña ―se aproximó y me sostuvo entre sus brazos con un conforte que me devolvió el aire a los pulmones, sin embargo, no podía preocuparme por mí

―Wad ―dije, él retrocedió

―¿Pequeña, cómo estás tú?

―Estaré bien cuando lo vea ―aclaré levantándome, me aferré al borde de la cama cuando un mareo me atropelló

―Mi niña estás débil llevas dos días durmiendo, necesitas reponerte y...-

―¿Dos días? ―asintió ―Quiero verlo ahora, abuelo.

―Cariño...

―¡Doctor!, ¡enfermeros! ―presioné el botón y casi al instante apareció una enfermera menudita de cabello rojo y rostro amable

―Bienvenida, señorita Adara.

―Quiero ver a Wad David González, él... él ingresó conmigo ―ella me miró con una sonrisita triste antes de hacerme una seña para que la siguiera, mi abuelo en seguida se pegó a mi brazo para servirme de apoyo

―No puede alterarse demasiado, ¿de acuerdo? ―me ofreció una dulce sonrisa ―De lo contrario deberemos sedarla de nuevo ―asentí

Los dos pasillos que recorrimos se me hicieron eternos. Mis piernas se arrastraban prácticamente y mis ojos deseaban descansar otro poco, pero eso podría hacerlo una vez que lo viera.

―Solo puede entrar uno ―aclaró ella deslizando su tarjeta por la puerta para darnos acceso a ambas

―Esperaré aquí pequeña ―asentí y entré tras la mujer

Casi se me doblaron las rodillas cuando lo vi recostado en la cama con una bata. Un tubo entraba por su boca y varios cables salían de su cuerpo, me acerqué con urgencia y me asomé por el borde de la camilla. Sollocé y tomé su mano para llevarla a mis labios y dejar un beso.

Mi razón para escapar {R. #2} ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora