Extra IV.

72 6 1
                                    

Extra.-Mi versión de felicidad.


Adara.

Terminé de acomodar la blusa violeta y suspiré al mirarme al espejo. El mensaje en letras blanca, perfectamente legible: «Yo sí te creo.» Contuve las lágrimas y apreté los labios.

―Que hermosa se ve mi esposa ―dijo Wad con una sonrisa desde la puerta, apreté los labios y él se acercó con expresión preocupada―. ¿Qué ocurre?

Era increíble como los años seguían pasando y este hombre no perdía pista de mis expresiones. Era bastante útil en algunos momentos, sí, pero en instantes como este, donde me sentía tan vulnerable, era complicado de gestionar.

―No estoy segura de querer hacer esto. ―Alcé la vista en su dirección apretando los dedos nerviosamente.

―¿Quieres hablar de ello? ―Asentí tomando lugar en nuestra cama, poco después él me siguió y tomó mi mano antes de ofrecerme una sonrisa tranquila―. Hasta ayer estabas muy convencida de que acompañáramos a Kate y a Alexander a la marcha, ¿qué cambió?

―He visto cuantos gritos y peleas ocurren, Wad, tenemos dos hijos no podemos meternos en problemas. ―Mi cabeza en seguida se ubicó en los peores escenarios―. ¿Y si nos pasa algo?, ¿y si nos vemos en medio de una situación violenta?

―Vaya, esos son muchos escenarios negativos, cerecita. ―Hizo una mueca antes de asentir―. Bien, no soy experto en esto de las marchas feministas, pero... creo que sería mejor centrarnos en todas esas personas que participan pacíficamente mientras marchan por sus derechos y por justicia. Lo hacen por un bien mayor y con la mejor de las intenciones.

―Lo sé, pero... la camiseta, las pancartas, es... es demasiado y creo que...

―Hey, hey... vamos a respirar despacio ―pidió dejando un beso en mi mano―. Y quiero que me escuches, por favor. ―Asentí de nuevo respirando con suavidad―. Si la camiseta es demasiado, puedes quitártela y ponerte otra cosa, si no quieres que llevemos la pancarta que nos dio Kate, está bien, cerecita. ―Me dio una sonrisa dulce―. Aportaremos un granito de arena solo asistiendo.

Fruncí el ceño y volví a leer el mensaje.

―Pero hay algo más, ¿cierto? ―Asentí en silencio.

―¿A veces tienes miedo?

―¿Miedo? ―Ladeó la cabeza con el ceño fruncido.

―Por Johan y por Julieth ―murmuré con los ojos cristalizados, el pelinegro frente a mí se tensó y apretó la mandíbula―. Yo viví con una mujer que me culpó de lo ocurrido y nunca me creyó, aun cuando las señales estaban ahí, ¿qué pasa si mis niños...?

―No pienses en eso, Adara ―dijo alarmado―. Ni Johan, ni Julieth van a tener que pasar por ese infierno nunca, porque nos tienen a nosotros que vamos a protegerlos y a creerles siempre. ―Alzó mi rostro y centró sus ojos oscuros en los míos―. No somos como tu abuela, cerecita. Nuestros hijos nunca dirán que les faltó amor.

―Pero a veces...

―El mundo es un lugar horrible, pero tú eres capaz de mejorarlo todo con un simple beso o un abrazo, no lo digo yo, lo dicen los niños. ―Me sonrió―. Y yo lo secundo, así que nunca dudes de lo bien que lo estamos haciendo y de lo seguros que están los chicos, ¿de acuerdo?

Asentí, enternecida por sus palabras. Siempre lograba derretir un poco más mi corazón.

―Entonces amor, ¿qué hacemos?

Apreté los labios y volví a pensar en la Adara del pasado, en cuanto esa muchacha hubiera anhelado credibilidad y soporte de parte de su familia. Pensé en mis hijos que crecerían en este mundo tan podrido rodeados de personas horribles. Pensé en Kate y todos sus años de experiencias en estas cosas, en lo satisfecha que se sentía al regresar. Pensé en todas aquellas a las que no creyeron, en todas aquellas que no regresaron a casa, en todas aquellas a las que no dejaron de buscar y en todas aquellas a las que no encontraron.

Con un suspiro observé a mi esposo, a mi compañero, que hoy, decidido a apoyarme se había vestido con una camiseta igual a la mía y había atado una banda del mismo color a su muñeca. De repente, tenía diecinueve años de nuevo y él estaba casi muerto en el suelo por haber ido por mí, porque él siempre me creyó. Espanté el miedo y el dolor del recuerdo de mi cuerpo antes de pensar en Kate que se había pasado dos meses convenciéndome de acompañarla, que había puesto el cielo patas arriba para ayudarme hace años y que nunca dudó de mí.

Pocos minutos después estábamos en el coche camino a la marcha del ocho de marzo. Estaba asustada y muerta de miedo, mis manos sudaban y podía sentir los escalofríos en mis piernas. Pero iba a hacerlo, por ellas, por mis hijos, por la chica que fui y que lloró durante mucho tiempo mientras se culpaba por algo que no había sido su responsabilidad. Lo iba a hacer por mí.

[...]

―No sabes cuánto me alegro de que estés aquí ―dijo Kate sosteniéndome las manos con entusiasmo, en la suya relucía un anillo de compromiso―. ¿Qué tal estás?

―Nerviosa.

Observé los alrededores donde el morado, el negro y el verde abundaban, las pancartas y banderas se alzaban. Podía escuchar gritos y algunos llantos un poco más allá. Nosotros cuatro aún nos manteníamos al margen. Había tantas personas.

―Es normal, pero no te preocupes porque no pienso dejarte sola ni un solo segundo, ¿qué clase de mejor amiga sería?, ¿eh? ―Me guiñó uno de sus ojos delineado maravillosamente con líneas intrincadas, moradas y verdes que llegaban hasta sus cejas―. ¿Lista?

Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo y asentí un momento después.

―¡Estamos listas! ―anunció a los chicos que se habían mantenido a unos pasos charlando de forma jovial.

Caminé hasta que mis piernas no dieron más, charlamos con miles de mujeres cuyas historias comprimieron mi corazón, escuché música, gritos y reclamos, pero no hubo confrontaciones y más que sentirme amenazada, me sentí abrazada y acompañada. Sentí que formaba parte de algo inmenso y cuando me animé a contar una parte de mi historia a un trío de mujeres que conocían a Kate de marchas anteriores, no hubo una sola mirada de desprecio o de duda, no hubo comentarios juzgadores donde me culpabilizaron, solo apoyo y entendimiento. Solo seguridad. No pude sentirme mejor por haber asistido.

[...]

Esa noche cuando llegué a casa y nos despedimos de la niñera, mis hijos se acercaron. Bueno, Johan se acercó curioso queriendo saber cómo había ido y qué habíamos hecho, Julieth solo caminó y sonrió cuando su padre la alzó antes de dar vueltas con ella y dejarla carcajeándose en mi regazo. A penas tenía un año y medio.

Los abracé con todo el amor de mi corazón y suspiré con paz y tranquilidad deseando, en mi interior, que el mundo de mañana les ofreciera algo mejor de lo que había tenido para mí.

Wad me sonrió y tiró los brazos sobre nosotros tres mientras murmuraba chistes y palabras cursis que hicieron a Johan voltear los ojos.

Los miré y recordé lo complicada que había sido mi vida y el camino tan tumultuoso que había recorrido hasta aquí, recordé esos seis años lejos donde me destruí para repararme, recordé las noches de insomnio, las pesadillas que aún me asechaban, las lágrimas derramadas y las duras sesiones de terapia que tenía de vez en cuando. Todo eso había atravesado y seguía atravesando para poder tener mi propia versión de felicidad con un esposo casi perfecto y unos hijos adorables y cariñosos.

Suspiré y los miré de nuevo con el corazón expuesto en la mirada, había dado un paso más hacia mi superación personal, hacia una mejor versión de mí. Solo esperaba que el día de mañana hubiera muchas más que alcanzaran su propia versión de felicidad.











Mi razón para escapar {R. #2} ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora