37

8K 594 512
                                    

Colgué la llamada y aplasté el teléfono contra mi pecho, intentando hallar alguna excusa para salir de la casa de Grace sin sospechas a mi destino.

- ¿Laura?

- ¿Uhm...? -pregunté, volteando.

Ambos estaban observándome, expectantes de alguna explicación ante mi repentino cambio de humor. Me mordí el labio inferior y solté lo único que podría ser creíble.

-Vanessa...-tragué grueso -, me necesita. Se ha quedado sola y no sabe donde está.

- ¿Quieres que te lleve? -inquirió Garret, poniéndose de pie.

Miré a Grace, quien me observaba con ciertas dudas, al contrario del castaño que se le veía preocupado.

-No, no -negué, rápidamente -.Tomaré un coche, no se preocupen.

- ¿Segura? -preguntó nuevamente.

-Déjala Garret -pidió Grace, acercándose a mí -. De todas formas nos veremos mañana, y podrás decirnos como se encuentra...

-Vanessa -completé entre dientes.

-Claro -sonrió y se alejó para tomar las llaves.

Las introdujo en la cerradura, mientras yo me colgaba la mochila al hombro y me apresuraba a la salida.

- ¿Adiós?

-Ah sí, lo siento -solté una risita nerviosa y besé, con mucho esfuerzo, la mejilla de Garret y luego la de Grace.

-Ten cuidado.

Asentí y me encaminé a la reja que dividía la calle con la gran casa de Grace. Salí al exterior y me eché a caminar lejos de allí, tomando mi teléfono con mucha precaución, antes de ser vista y que me robaran.

Marqué el teléfono de Ross, mientras respiraba ligeramente y veía como el vaho salía de mis labios.

- ¡Aloha!

-Dios, Ross. ¿Dónde carajos estás? -pregunté, cabreada y preocupada.

- ¡En Hawaii!

Maldita sea, joder, crio de cuarta.

-Ross, por favor. Fíjate en algún cartel, ¿en qué bar estás?

Continué caminando por la acera desierta, teniendo por seguro que en la próxima esquina encontraría una estación de coches.

-Donde venden cervezas -rió.

Apreté la mandíbula y finalmente apresuré el paso, encontrándome con un coche amarillo aparcado.

-Escúchame jodido imbécil, dime ya mismo donde estás o pienso partirte la cara en cuanto te vea por ser tan imbécil.

- ¡No me grites! -lloriqueó -. Dice, Coñac, no sé donde estoy, no te enfades conmigo.

Me toqué la frente con frustración.

-Estaré allí enseguida, no te muevas.

Colgué la llamada y golpeé la ventanilla del conductor, quien enseguida volteó a verme.

- ¿Está ocupado?

Esbozó una sonrisa y negó con la cabeza, abriéndome la puerta.

-Gracias.

- ¿No cree que es muy tarde para vagar sola por las calles? -preguntó.

Suspiré.

-Ni que lo diga. ¿Conoce el bar Coñac a una manzana de la avenida?

Detention »Raura«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora