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La secretaria nos vio a ambos y luego comenzó a teclear su computadora. El rubio apoyó los codos sobre el mostrador, casi pegándose a mi cuerpo.

Me corrí un poco incómoda, contacto físico cero.

Deslicé los papeles en la madera y el chico hizo lo mismo. La secretaria suspiró como si su trabajo costara demasiado, y agarró nuestros papeles juntándolos y luego escribiendo en nuevos.

Me corrí el cabello algo cohibida. Y nerviosa. Odiaba que me observaran como él lo estaba haciendo justo ahora.

Carraspeé la garganta y lo miré. Sonrió y bufé.

¿Qué pensaba? ¿Hacerse el príncipe encantador con su tonta sonrisa?

Cuando me entregaron el papel salí disparada a la salida sin decir palabra alguna. Me acomodé la mochila a la espalda y agradecí que el grandulón no me siguiera.

Caminé casi por una hora, la preparatoria estaba lejos de mi casa. Pero no me dañaba caminar, a menos que hubiese mucho viento. Lo cual me pone de mal humor y debo ceder a que me lleven.

Cuando llegué a la casa blanca, empujé la puerta que estaba sin llave, y entré irritada.

––¿Quién dejó sin llave? ––grité, cerrando de un portazo.

Mi hermana apareció en la escena, con un cigarrillo en su mano a punto de encenderlo.

Le señalé la puerta con repulsión.

––Vete afuera con esa cosa.

Dejó salir el humo por sus labios una sola vez y abrió la puerta con su rostro inexpresivo.

––Gruñona ––murmuró y cerró la puerta.

Resoplé y subí las escaleras a mi desordenada habitación. Dejé la mochila en el suelo y abrí las cortinas y las ventanas.

No tenía inmensos ventanales como Grace, pero con la poca luz que entraba por la pequeña ventana me bastaba y sobraba.

Hice mi cama, y recolecté toda la ropa del suelo, llevándola directo al canasto rosa del pasillo. Me recogí el cabello en una coleta y ordené los libros y hojas que estaban sobre la mesa de luz.

Tomé la escoba y barrí todo el piso, sacando por poco a un muerto de debajo de mi cama. Me reí ante mi pensamiento e hice todo a un lado para lanzarme a la cama.

Literalmente desgastada de tanta limpieza. No era obsesiva en la limpieza, no iba a mentir. La odiaba, pero los viernes siempre limpiaba ya que tendría el fin de semana libre.

Seguramente Vanessa seguía afuera, hablando con su maldito teléfono y con su estúpido novio con un pircing en su lengua.

Asqueroso.

Mi teléfono vibró y la cara de Grace mostrando un labial rojo apareció en la pantalla.

––Grace ––dije, apoyando el aparato en mi oreja.

––¿Ya estás lista?

––¿Eh? ––pregunté desconcertada, sentándome.

––Estoy doblando la esquina. Te dije a las ocho, Laura.

––Mierda ––murmuré, poniéndome de pie y agarrando dos toallas ––. Cuando vengas, puedes entrar, la puerta está abierta. Debo ducharme, adiós.

Le corté sin tener que seguir escuchando su voz y lancé el teléfono a mi cama, corriendo por el pasillo para llegar al baño.

Me quité la ropa y en dos segundos estaba dentro, frotando el champú en mi cabeza a la velocidad de luz.

Detention »Raura«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora