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Ross prácticamente estaba sobre mi, poniendo su peso hacia delante para poder acelerar.

Dos cosas.

Comenzaba a sentir como el sudor de ambos se pegaba.

Asqueroso.

Y después estaba la velocidad.

Detalle minúsculo.

No.

––¡Vamos a morir! ––grité.

––¿Últimas palabras? ––me dijo al oído, sin rastro de burla.

El corazón me latió con fuerza en el pecho.

––¡No juegues conmigo! ¡Baja la velocidad ahora!

Estaba aterrada, y eso era poco. Intenté quitar mis manos de debajo de las suyas, pero simplemente ejerció más fuerza.

Cerré los ojos con fuerza. Este era nuestro fin.

Y casi cuando creí que todo iba a acabar, la velocidad disminuyó y frenó, apagando el motor.

––Ya ves que no morimos, preciosa ––susurró en mi oído.

Se bajó y abrí los ojos, tragando el nudo se había formado en mi garganta.

Respiré hondo, creyendo que la anterior iba a ser la última respiración que iba a tomar.

Ahora el miedo se había transformado en furia.

Me hervían las mejillas y no era por el calor.

Bajé de la moto, caminando hasta Ross que estaba de espaldas.

Y sin pensarlo dos veces me abalancé sobre él, tirando de su cabello y rasguñando su espalda.

Como lo pille desprevenido, se derrumbó y ambos caímos al suelo, quebrando algunas ramas muy pequeñas.

Entonces Ross desapareció entre las plantas. Abrí los ojos como platos y retrocedí, aterrada.

¿Pero qué...?

––¡Esto no es divertido! ––exclamé, aun en el suelo mientras observaba hacia todos lados.

Me arrastré hasta el punto en el que desapareció, pero cuando apoyé las palmas de mis manos me hundí.

Tardé muy poco en entender que estaba debajo del agua.

Salí a la superficie y me corrí el cabello de la cara, desesperadamente.

Ross se reía, a unos metros de mi.

––¿Quieres matarme acaso?

Le tiré agua.

––No puedo, tu expresión fue... ––siguió riéndose mientras aplaudía como una foca retrasada.

Fruncí el ceño y nadé hasta él para encajarle mi palma abierta en su mejilla.

––¡Me llenas de tierra, luego de sudor, casi me matas con la velocidad de la motocicleta y ahora tengo la ropa empapada por tu estúpida inmadurez!

Apretó los labios aguantando la risa mientras descansaba su mano en la mejilla.

Le había dolido.

No pude evitar sonreír interiormente.

––Te dije que me gustaba duro, preciosa.

Resoplé, alzando los brazos y mirando al cielo.

––¡Te odio! ––lo mojé.

Detention »Raura«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora