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Me puse de pie silenciosamente y apreté el paso hacia la puerta, donde aun me esperaba el moreno. Crucé el umbral y cerré la puerta.

—Acompáñame —pidió, mientras se echaba a caminar por el pasillo.

Lo seguí y nos detuvimos en la siguiente galería, abriendo una puerta para poder llegar a la otra parte de la preparatoria. Observando por encima de las puertas, los números, caminamos unos minutos hasta que el moreno empuñó su mano derecha y golpeó la puerta, la cual fue abierta segundos después.

— ¿Qué se le ofrece señor? —preguntó el profesor de corbata con una mirada algo enfurecida y cansada al mismo tiempo.

Mi acompañante carraspeó su garganta y le ofreció una sonrisa amable.

— ¿Ross Lynch se encuentra aquí? Lamento la interrupción, señor, pero el director me ordenó venir a por él.

El profesor enderezó su postura y asintió, volviendo la vista a su salón que permanecía en silencio.

—Ross Lynch, aquí, ahora niño —ordenó, señalando la puerta.

—Olvidó el por favor, señor —se burló.

El profesor se pasó una mano por la frente, frustrado, y yo intenté reprimir la risa que amenazaba con salir de mis labios. Finalmente el rubio se puso de pie y salió de entre las mesas y pequeños espacios de pasada, acercándose a la puerta.

— ¿Qué hice ahora? —inquirió con el ceño fruncido, y su mirada se encontró con la mía.

Instantáneamente una amplia y blanca sonrisa se formó en su rostro, demostrando alegría.

—Hola, engañitos. ¿Qué hicimos? —me preguntó, acercándose a mí, entusiasmado y besándome la frente.

—Bien, lléveselo por favor y de lo posible no lo regrese jamás —pidió el profesor.

Ross chasqueó la lengua.

—Sabe que lo amo, Abney, usted es mi favorito, el padre que jamás tuve, el hermano que quiero, el abuelo que..., bueno, murió —rió.

El llamado Abney nos cerró la puerta en la cara y el castaño nos observó, frunciendo un poco el ceño.

—No es forma de tratar a un adulto —murmuró.

— ¿Qué dijiste? —preguntó, alzando la voz.

—Nada.

—Ah, eso creí.

El moreno se echo a caminar, esperando a que lo siguiéramos, pero cuando di un paso, Ross me tomó del brazo con algo de fuerza, causando que me volviera a mi lugar. Lo observé con el ceño fruncido y colocó su dedo índice sobre sus labios, indicándome que hiciera silencio.

El chico se detuvo y se volteó a observarnos.

— ¿Qué hacen? El director espera —dijo, señalándonos el pasillo con su mano abierta y ambas cejas alzadas.

—Ni siquiera nos has dicho tu nombre y esperas que alguien como nosotros te sigamos, ¡puf! —dijo, poniendo los ojos en blanco.

Con una sonrisa ladeada, me crucé de brazos, y Ross apoyó su brazo sobre mi hombro. Lo miré de mala forma, recordándole que aun me ardía la piel. Él sonrió dulcemente y quitó su brazo.

—Hans.

— ¿Hans qué? —inquirió bruscamente, torciendo los ojos.

El castaño suspiró y apretó sus manos.

—Hans Adams —completó, entre dientes.

—Hans Adams —repitió Ross, mientras asentía y me miraba —. Dime, preciosa, ¿has oído de él?

Detention »Raura«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora