Prólogo

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Masqué el chicle en mi boca e hice un globo enorme y rosado que terminó por estallarme en los labios. Recogí mi cabello en una coleta alta y comencé a observar a cada una de las personas en la habitación constituida por cuatro paredes grises y aburridas.

Algunos estaban recostados sobre sus mesas, otros con su celular, texteando y jugando a jueguitos infantiles, pero todos hacían algo para poder pasar el rato y evitar aburrirse. Finalmente me quedé observando a una persona de sexo masculino, de cabello rubio, con la barbilla un poco ovalada y los ojos clavados en la pulsera de cuero que le rodeaba la muñeca, con la cual jugueteaba por lo que parecía ser un largo tiempo.

Era atractivo, traía una camiseta blanca, impecable y de mangas cortas, mostrando sus brazos bien formados. Unos pantalones negros ajustados y unas botas militares negras azabache.

Me miró y no me molesté en apartar la mirada, de todas formas iba a pillarme mirándolo. Estaba segura de que él sabía lo apuesto que era. Sonreí de lado sin dejar de mascar el chicle a la espera de alguna reacción. Se recostó sobre su silla y mi mente comenzó a esforzarse por recordar su nombre.

––Parece que se han portado bien ––se burló, Wood, rayando una hoja y dejándola sobre mi mesa.

Fruncí el ceño y miré el papel, que me citaba a detención este sábado a las nueve de la madrugada, otra vez.

–– ¡¿Qué he hecho ahora?! ––estallé, golpeando la mesa y poniéndome de pie.

Extendió su mano con una sonrisa socarrona que me hizo salir de mis casillas.

––No se puede comer chicle en detención.

Me encogí de hombros y crucé mis brazos.

–– ¿Quien rayos lo dice? ––pregunté a la defensiva, tal y como una niña caprichosa.

––Yo.

–– ¿Usted? ––arqueé una ceja, rebajándolo con la mirada ––. Usted no es ni una mísera...

––Yo se lo di ––el rubio se puso de pie, interrumpiéndome.

Wood lo observó y se cruzó de brazos, arrugando la nariz.

Como si en su cara pudieran caber más arrugas.

–– ¿Ross Lynch? Y esto sigue sin sorprenderme ––dijo, sonriendo.

Ross Lynch. Nombre lindo para una cara bonita.

El rubio se acercó a la pequeña reunión, empujando algunas sillas y mesas que se interponían en su camino. Los que estaban durmiendo se despertaron, y ahora todos nos observaban con la mayor atención.

––Entonces bien, los veo el sábado.

Le dejó un papel rosado en su mano y el rubio sonrió.

––Será un placer ––dijo, para luego guiñarme un ojo y tomar su mochila, saliendo por la puerta al mismo tiempo en el que la campana sonaba.

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Detention »Raura«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora