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Oculté mis ojos en su espalda mientras que la velocidad y el viento me golpeaba en los brazos, traspasando por la tela y congelándone los brazos.

Pero la velocidad me hacía sentir una adrenalina increíble que era inexplicable. También contando con el perfume que desprendía su cuerpo, claro.

Al cabo de varios minutos finalmente disminuyó la velocidad y frenó. Apagando el motor.

––¿Estás bien? ––me preguntó mientras yo bajaba y me acomodaba un poco el cabello.

Solo un poco.

––Pft, ¿bromeas? ¡Debes prestármela algún día! ––dije emocionada.

Se echó a reír y pateó la palanca a ciegas para dejarla en su lugar y bajar por mi lado.

––Eres diferente a cualquier chica que conozca ––admitió, mientras caminábamos a una cafetería.

Alcé una ceja y lo miré.

––¿Y eso es malo?

Negó con la cabeza y empujó la puerta, dejándome entrar primero.

––De hecho es lo mejor que puedo tener ––murmuró en mi oído.

Me reí y nos deslizamos en los asientos de cuero rojo. Sentándonos pegados a un enorme ventanal con vista a la calle y enfrentados.

Un señor se nos acercó y trajo dos menús para luego largarse.

––¿Qué vas a pedir?

––Uhm... ––miré la carta y sonreí, dejándola en la mesa de nuevo ––. Ya que soy invitada, quiero que tu me sorprendas. Y sin baratijas por favor.

Se mordió el labio, aguantando reírse, lo que causó que un hoyuelo le apareciera en su mejilla.

Cerró el menú y apoyó ambos brazos en la mesa blanca, sin dejar de mirarme.

––Debido a que eres mi compañera del crimen ahora, voy a ceder a su petición.

––Estupendo.

Se puso de pie y tomó ambos menús, llevándolos al mostrador y pidiendo ahí. Sostuve mi barbilla sobre mi mano mientras observaba el ir y venir de los coches, preguntándome dónde podría conseguir una vida normal.

Pero era ridículo, uno no elige esas cosas.

Ross reapareció y se sentó en su lugar de nuevo, sonriendo y golpeteando la mesa con sus uñas.

––¿Así que tienes una motocicleta? ––pregunté en la misma posición, pero mirándolo a los ojos.

––¿Qué chico malo no tiene una?

Negué con la cabeza y solté una leve carcajada.

––Me gustan las motocicletas ––confesé observándola a través del vidrio.

––A mi igual. Supongo que desde siempre.

Nos quedamos observándola hasta que trajeron dos grandes bandejas con un desayuno completo. Capucchino para mi y un batido para él. Varias porciones de tartas dulces, tostadas, mediaslunas y mermelada.

––¿Por qué tanto?

Me miró mientras le untaba mermelada a su tostada y le daba un mordisco. Se encogió de hombros.

––Tenía hambre y tu no querías baratijas. Ahora te lo comes todo ––ordenó burlón con la boca llena.

––Es de mala educación hablar con la boca llena ––bromeé mientras le echaba azúcar a mi Capucchino.

Detention »Raura«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora