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––Bueno, creo que con eso fue suficiente ––me alejé, algo disgustada y respirando muy agitadamente.

Me limpié la boca con las manos adormecidas y suspiré, intentando encontrar mi siguiente respiración.

Ross me miró confundido y se relamió los labios.

––Eres injusta ––se quejó ––. No es suficiente para mí.

––Lo siento, pero no puedo seguir con esto ––admití y tomé mi bolsa para salir por la puerta.

Pero cuando logré cruzar un pasillo su mano atrapó la mía, me volteé.

––¿Seguir con qué?

––¿Qué se supone que es esto? Solo robas besos y luego te vas con las demás. Yo...yo soy diferente y no pienso seguir tus juegos estúpidos.

Me soltó, sonriendo un poco.

––No estoy con nadie más, engañitos. Tu eres la única a la que le robaría un beso.

Puse los ojos en blanco.

––Oh vaya, me siento honrada ––me burlé.

––Escucha, no te estoy proponiendo casamiento, ¿bien? Es algo simple, te beso y ya ––se encogió de hombros.

Me quedé mirándolo mientras sentía como mis mejillas se calentaban.

––¿Algo simple? ¡¿Algo simple?! ¡Vete al diablo! ––estallé, lanzándole mi almuerzo en la cara.

Me giré y me encaminé a la salida hecha una furia. Casi troté hasta mi casa y cuando llegué me encerré en mi habitación durante todo el sábado y domingo que quedaban. Me sentía confundida conmigo misma, porque en realidad Ross no me importaba tanto como para echarme a llorar, no estaba llorando de hecho, pero el punto era que lograba cabrearme de un momento a otro. Pasaba de ser halagador, dulce y delicado y luego se convertía en un ser al cual no le importaba, que solo era como un juego.

No había nada entre nosotros y jamás lo iba a haber, de eso podía estar segura. Y comenzaba a sentirme como otra persona, como si saliera de mi misma y me transformara en algo que definitivamente estaba ocultando con mi mal carácter.

El lunes asistí a la preparatoria vestida como ninja, mi cara casi ni se veía con toda la ropa que tenía puesta. Guardé mis cosas dentro del casillero y ni siquiera Grace me reconoció, aunque en este momento no me importaba llamar la atención ni contarle sobre mis estúpidas emociones a ella. Así que supuse que si en el receso me ocultaba en la biblioteca como todos los cerebritos, no iban a distinguirme.

La clase de francés comenzó, que sería la que daría fin al primer período. Me senté en uno de los pupitres del fondo, bien pegada a la pared mientras que un bochorno me hacía sentir en llamas por toda la ropa que llevaba encima. Mi estomago rugía, recordándome que no había desayunado. Me recosté un poco en la silla y me giré un poco para ver a Ross sentado en el pupitre de mi lado derecho.

Se veía como un completo imbécil, jugueteando con su pulsera como siempre solía hacer, que de pulsera solo tenía la forma ya que parecía ser un trozo de cuero cortado en una tira y luego le aplicó no sé si eso era un broche o algo parecido que unía las puntas. Entrecerré los ojos para ver mejor.

––¿Qué me ves? ––preguntó bruscamente.

Me aclaré la garganta y me enderecé. Lo desafié con la mirada, conteniendo las ganas de largarle un puñetazo en su cara, hasta que sonrió y relajó el gesto. Me rebajó con la mirada y se relamió los labios. Alcé ambas cejas, apretando la mandíbula.

Detention »Raura«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora