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Karen había vuelto en sí por fin. Sentía que había estado inconsciente un buen rato y le costaba aún percatarse de sus alrededores, de hecho, en esos momentos no sabía siquiera qué era arriba y qué era abajo. Podría haber estado flotando, dando piruetas en el aire, que no se habría dado cuenta por lo desubicada que estaba, y así se pegó un buen rato hasta que al fin consiguió entreabrir sus ojos, que volvió a cerrar enseguida, estaba tan mareada que sentía que podía vomitar todo lo que había comido el día anterior al mínimo movimiento.

Poco a poco iba haciéndose consciente de la situación en la que se encontraba su cuerpo, por alguna extraña razón tenía las articulaciones entumecidas y sentía que estaba sentada en alguna clase de silla, muy incómoda por cierto. Cada vez que intentaba moverse, no podía, o al menos no podía hacerlo como ella quería.
Tras un par de minutos más intentando recomponerse, la chica volvió a abrir los ojos, esta vez para dejarlos abiertos del todo.

—Uggh... —Bueno, quizás no del todo.
—¿Karen? ¿Estás bien? ¡Oi Karen!
—Hmm.
—¡Karen!
—Estaré bien cuando dejes de gritar. —La pelinegra oyó un suspiro de alivio proveniente de la misma persona. —¿A qué viene tanta preocupación, Law? —Hubo un silencio antes de que este volviera a contestar.
—Quizás si abrieras los ojos lo entenderías.

La chica abrió los ojos una vez más a regañadientes, aún estaba mareada y le costaba concentrar su atención para que no sintiera que todo daba vueltas. La muchacha intentó tranquilizarse mientras controlaba su respiración, mejorando su estado gradualmente en pocos minutos, aunque aún no se sentía bien al completo. Cuando ya estuvo segura de que no se vomitaría en cualquier momento, pudo observar todo lo que la rodeaba. Se encontraban en una sala hecha de piedra, probablemente sería otro piso en el subsuelo del cuartel, olía a humedad y hacía bastante frío, lo único que había en la estancia era una triste bombilla que colgaba sobre sus cabezas, suponía que la puerta se encontraba detrás, fuera de su campo de visión; alguien la había sentado en una silla de madera, atando sus manos por detrás de esta, reteniéndola con unas esposas. Law estaba a un par de pasos de ella a su derecha, también atado a una silla, su pelo al descubierto ya que no había rastro de su gorro por ningún lado. Todo mejoraba por momentos. Haciendo acopio de fuerza, la estratega intentó zafarse de sus ataduras usando las habilidades de su fruta, pero nada pasó. ¿Acaso las esposas eran de Kairoseki?

—No puedo usar mis poderes, ¿nos han puesto esposas de Kairoseki? —Law giró su cabeza para mirarla.
—No lo sé, pero yo tampoco puedo usar los míos.
—Tsk, maldita sea. —Karen intentó forcejear con los grilletes sin conseguir nada aparte de cansarse más, por lo que paró y echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo enfadada. —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Lo desconozco, me he despertado unos diez minutos antes que tú. No sé cuánto tiempo llevamos aquí.
—Genial. —Hubo un momento de silencio entre los dos, cada uno sumido en sus pensamientos. —Siento no haberte protegido. —Habló la chica por fin.
—¿Qué?
—Siempre me estás salvando y sacándome de apuros y yo ni siquiera fui capaz de sacarnos de ahí antes... Lo siento, me he vuelto débil.

Law se quedó callado, su boca entreabierta de la impresión que las palabras de su compañera le habían causado. De todos los disparates que había escuchado salir de la boca de la pelinegra, jamás había escuchado algo tan absurdo como lo que acababa de decir; si se hubiera podido mover, probablemente se hubiera acercado a ella para darle un golpe en la frente, pero se tuvo que conformar con insultarla.

—¿Qué cosas estás diciendo? Baka. —Esta vez fue Karen quién se giró para mirarlo. —Es la cosa más estúpida que has dicho desde que te conozco, y eso es decir mucho, porque dices un montón de tonterías al día.
—¿Así animas tú a la gente? —Law la ignoró y siguió hablando.
—Elena-ya me contó lo que hiciste antes, cuando los rescataste... Sacar esa bala le salvó la vida a Inoue-ya, fue un trabajo increíble.
—Solo me acordé de lo que me habías enseñado y usé mi fruta del diablo, no es para tanto.
—¿Por qué tratas de desmeritar las cosas que haces? —Se molestó el cirujano. —Puede que las clases que te he dado hayan servido, pero sacaste la bala de la herida sin causar más daño e incluso juntaste venas que se habían roto. ¿Creías que no me daría cuenta de lo absurdamente difícil que fue hacer lo que hiciste? Llevo toda mi vida estudiando esto, me doy cuenta de todo el mínimo cambio que recibe el cuerpo humano tras una intervención... Incluso un cirujano experimentado hubiera tenido problemas. —Law suspiró y siguió hablando, ahora más tranquilo. —No eres débil Karen, no sé cómo serías con tu tripulación, pero jamás he pensado por un momento desde que viajas con nosotros que lo seas, por eso te pedí ayuda, por eso quiero que sigas con nosotros.
—Pero... —La pelinegra se mordió el labio. —Siempre acabo herida y causándote problemas.
—Es cierto que acabas herida más veces de las que me gustaría. —Law desvió brevemente su mirada a la cabeza vendada de la chica y luego volvió a bajarla. —Pero la mayoría de veces acabas así porque estás tan ocupada salvando a la gente que te rodea que no tienes tiempo de salvarte a ti misma... Y esa es tu mayor debilidad. —Karen abrió más los ojos, sorprendida. —Así que al menos déjame protegerte a ti cuando eso pase. Ya hemos hablado de esto pero, te protegeré las veces que sean necesarias, Karen.

El destino no existe (Law x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora