-92-

637 73 4
                                    


Habían pasado dos días desde el final de la batalla. Dos días desde que habían acabado con el grupo de traficantes. Dos días desde que Alai había muerto.

Como Karen se había prometido así misma, había estado durmiendo esos dos días, encerrada en la comodidad de su habitación en el submarino. Pero con lo que no había contado era con no tener un sueño reparador, pesadillas azotándola sin parar provocando que se despertara cada pocas horas, haciendo que acabara más cansada de lo que ya estaba. La chica no había visto a Law ni a nadie de la tripulación desde que habían llegado al submarino hacía 48 horas, ni siquiera molestándose en salir a comer, solo levantándose para usar el baño o beber agua. Pero ahora se encontraba despierta, tumbada en su cama, sus tripas rugiendo tras estar tanto tiempo sin recibir alimento, y viendo que no habría forma de que volviera a conciliar el sueño, decidió levantarse e ir a la cocina.

Los pasillos del Polar Tang estaban vacíos, Karen no se encontró a nadie en el pequeño trayecto aunque tampoco le sorprendía del todo, pero cuando abrió la puerta del comedor vio que las luces estaban encendidas y que se oía a alguien trasteando en la cocina. La pelinegra se acercó hasta la barra que separaba una estancia de otra, apoyando sus codos encima de esta, observando como Raiden estaba agachado, sacando unas sartenes de uno de los armarios. Cuando el cocinero se levantó y vio una sombra por su rabillo del ojo pegó un respingo, chocando con la encimera y mirando sorprendido a la muchacha.

—¡Karen-chan!
—Lo siento, no pretendía asustarte. —El chico se recuperó rápidamente, sonriéndole a su amiga.
—No te preocupes, me alegra que hayas decidido salir de tu habitación por fin, empezaba a pensar que no querías probar más mi comida. —Bromeó.
—¿Y no probar más tu comida? Jamás haría algo así. —Karen le sonrió de vuelta, sentándose en un taburete pegado a la barra.
—Aún queda un rato para la hora de comer. —Dijo Raiden mirando al reloj de la cocina. —Pero puedo prepararte algo ligero ahora ya que no has comido, si quieres.
—Sí por favor, me muero de hambre. —El cocinero se rió, dándose la vuelta para comenzar a prepararle algo ligero a la estratega. Ambos sumidos en un agradable silencio, solo el ruido de los cacharros y el fuego inundaban la estancia.

—¿Has conseguido descansar? —Raiden fue el primero en hablar, aún dándole la espalda a su compañera mientras vertía aceite en una sartén.
—No del todo si te soy sincera, pero ya tendré tiempo de dormir cuando nos vayamos. ¿Cómo está todo el mundo?
—Todo sigue igual. El capitán está en el buque atendiendo a los heridos.
—¿Ha dormido siquiera? —Raiden se giró momentáneamente, negando con la cabeza, lo que le provocó un suspiro. —Nunca aprenderá.
—Han sido unos días complicados.
—Lo sé.

Y así había sido, porque desde el momento en que Dan se había entregado a la Marina tras matar a Yash todo se había vuelto una completa locura, las imágenes pasando por la cabeza de la estratega como un borrón. Para sorpresa de absolutamente todo el mundo fue Taro el que había ordenado a sus hombres a soltar a Dan cuando dos de ellos se habían acercado a él con intención de esposarle, Elena lanzándole una mirada interrogante pero sin intervenir en las decisiones de su compañero. Dan se había quedado mirándole confuso, al igual que todos los presentes, pero el marine solo se había encogido de hombros, diciendo que simplemente había visto cómo un civil había actuado en defensa propia. Law no lo quería admitir pero después de eso se había ganado un poco más su respeto.

Después de haber solucionado el tema de Dan, la atención se volvió a dirigir a Alai, mientras que la mayoría seguía llorando su muerte, tuvo que ser el propio Dan quién pusiera orden, asegurándose de que tendrían tiempo de llorar la muerte de su amigo una vez salieran de ahí y atendieran a todos los heridos, por lo que con ayuda de la Marina y los Hearts, comenzaron el camino de vuelta, llevando a los enemigos arrestados y cargando a aquellos que no podían caminar por su propio pie e incluso usando a los Vánice, que por algún extraño motivo no habían huido y se habían mostrado dispuestos a acompañarlos hasta donde tenían atracado el buque y el submarino, desapareciendo una vez su trabajo estuvo hecho.

El destino no existe (Law x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora