38. Nuestro primer paso

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Fabio

— Camina rápido.

— ¿Por qué estás tan histérico?

Empujé la puerta de su habitación, dirigiéndome hacia su escritorio.

— No lo estoy — traté de abrir el cajón donde estaban las cartas, pero no se abría. Forcejee con fuerza y nada, la estupidez seguía atracada.

— Está con llave — gruñe Lucía empujándome. Sacó una pequeña llave dorada del portalápiz, y le dio varias vueltas. Antes que lo abra, yo me apresuré en hacerlo.

—Lo sabía.

Saqué todos los sobres poniéndolos sobre la mesa. Lucía tenía el ceño fruncido, sin entender.

— ¿Qué piensas hacer?

— Huele — ordené poniendo la carta encima de su cara — ¡Huele, Lucía!

— !A mí no me estés gritando! — golpeó mi estómago con su codo, me arrebato el sobre en regañadientes — No huele a nada, tonto. ¿Qué estás buscando?

— El que tenía aroma.

— ¿Cómo sabes eso? Nunca te conté de la última carta.

— ¿Última? — arrugué mi frente buscando el número más alto. 22, azul pastel — ¿Este?

— Ya no se siente su aroma. Max e Isabella me lo escondieron una semana, para ese momento llegué a percibir un poco del perfume dulce.

— ¿Dulce? ¿No querrás decir flores o frutas? — levanté mis cejas tratando de ser evidente.

— Estoy segura de que era dulce, se me hacía un poco familiar.

Tu vere stultus es.

Deja de insultarme. Si esta carta hubiera llegado a mis manos ese mismo día, sabría quién es la chica anónima.

¡Por lo menos sabe que es mujer! ¡Gracias universo del asco!

No voy a perder más tiempo con esta, es muy despistada. La anónima números está todo el día pegada a ella y no se percata de su perfume. Me dan ganas de pegarle en la cabeza, y así le prendo las neuronas.

(. . .)

Vanessa

Llegué temprano al auditorio donde serían las regionales, la segunda competencia del coro del instituto. Personas bien vestidas ingresaban con un folleto rojo, en donde venía el orden de los colegios.

Ayer, toda la tarde estuve escuchando a mi novia practicar el número que le tocó, junto con Izzie y André. A Lu no le agradaba la idea de cantar con él, dice no sentir buenas energías, le causa desconfianza, y yo no dudé en acompañarla hasta que acabara su ensayo.

"¿Cómo no te aburres?". Me preguntaba cada tres minutos.

Nunca me cansaré escucharla.

Tener los ojos cerrados, mientras ella canta con ese tono cálido y suave, me transmite paz.

Debería de repetírselo seguido.

Para esta presentación también le traje otro ramo de margaritas con un refresco de manzana, su favorito. Lo ama tanto como al café amargo.

A los otros dos ángeles negros les traje un juguito en cajita sabor a mango, Lu me contó que suelen tomar mucho ese refresco y decidí regalarles algo pequeño en esta ocasión.

Volteé a mirar hacia la entrada al escuchar algunos murmullos. Eran causados por la llegada de los cuatro Miller. «El señor Alejandro cumplió con su palabra». Atrás de ellos, me percaté de Max e Isabella, discutiendo en voz baja. O eso creo.

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