LXI.

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LA PEQUEÑA COPIA





































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Astra arrastraba sus uñas contra el banquillo quitando la pintura roja de el, todo aquel descolorido y feo parque estaba vacío, y cubierto de niebla, las familias se negaban a salir por el terror que les causaban las personas como ella.


–En algún momento fue tan hermoso–Habló alguien sentándose a su lado–¿Lo recuerdas?–

–Solíamos correr allá, me subía a los columpios y tú me empujabas–Contestó con una media sonrisa–Comienzo a creer que lo vemos tan hermoso como nuestra relación lo permite–

–O sea que porque ahora me odias este lugar se volvió horrible–Dedujo el otro y ella asintió haciendo que él ría–Sí, lo creo–


Se quedaron en silencio por unos segundos hasta que finalmente ella suspiró y le entregó unos pergaminos desordenados que obviamente ella no había escrito.


–¿Por qué haces esto Astra?–Preguntó el hombre a su lado–Arriesgar tú vida de esta manera al darme información de los ataques–

–Por qué así mis hijos están a salvo, deben destruir a Voldemort para siempre y yo podré vivir tranquila–


El mayor no contestó solo tomó con cuidado la mano de la mujer, pero ella lo apartó haciendo una mueca.


–As...–Él se quitó la capa que cubría su rostro–¿Crees que no quiero a nuestro hijo a salvo?–Preguntó James haciendo que ella ruede los ojos.

Mi hijo y de Severus–

–Acepto que Queji... Severus es su padre también–Admitió para luego suspirar–Pero lleva mi sangre, tiene un ciervo en su brazo como yo y todos los otros primogénitos Potter, claro que lo quiero a salvo–


El azabache se acomodó mejor en el banquillo para luego darle algo a la mujer que sonrió con satisfacción al recibir lo que quería.


–¿Para qué querías que sacará el guardapelo de Umbrigde?–Preguntó curioso.

–Será un regalo–Mintió con una gran sonrisa–¿Se te hizo fácil?–

–En realidad tengo una nueva ayudante en el departamento, se llama Elia, es muy leal y buena, me ayudó con eso–


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