Camino con calma observando a algunos alumnos moverse de un lado a otro, platicar, o simplemente rebuscar cosas en sus casilleros, mantengo las manos en mis bolsillos, sin pasar por alto las miradas que me lanzan, algunos me ven raro, mientras que otros me miran unos segundos y vuelven a sus mundos.
No quería venir a esta preparatoria, me queda lejos de casa y mis hermanos no pueden estar mucho tiempo solos, aún así terminé aquí, porque en las demás no quisieron aceptarme, creen que puedo traerles problemas, cuando lo único que quiero es graduarme para poder irme de lo que yo llamo "el pueblo maldito"
Me pongo los audífonos para evitar pensar cosas que no vienen al caso.
El lugar es gigante, hay demasiados pasillos, un campus enorme, y varios edificios con más de seis pisos, en el recorrido ví seis canchas, tres cafeterías, una biblioteca del tamaño de toda mi casa, e incluso una zona exclusiva, para los alumnos que deseen practicar natación, esgrima, o fútbol.
Este lugar grita prestigio, es un lujo estudiar aquí, porque sí no tienes la suerte de obtener una beca, debes pagar una cantidad exorbitante de dinero para entrar.
Lo cual no fue problema para mi padre, quién desde que se fue, no para de darnos lujos que a veces ni necesitamos.
Lo vemos cada que su trabajo se lo permite, ya que se niega a qué vivamos con él, anteriormente a mis hermanos y a mi nos afectó que nos hiciera a un lado, por querer hacer otra familia, ahora lo superamos, y gozamos de lo que nos da, mientras él con su nueva esposa, esperan un hijo, no es un mal padre, en realidad, sólo ha tenido malas decisiones.
Suspiro, y a lo lejos veo a un pequeño grupo, caminan en mi dirección, tres chicos lo encabezan, y dos chicas vienen un poco más atrás, paseo mi mirada por cada uno de ellos, su atractivo me distrae por un momento, hasta que los tengo demasiado cerca como para que un olor familiar, me haga reaccionar.
Siento cómo mi corazón da un brinco cuándo fija sus ojos en mi, paso saliva sin poder creerlo.
No puede ser él.
Sí, sí que puede, hay pequeños cambios en su apariencia, pero sin dudas es él, y que me sonría con cierta coquetería, me lo confirma.
Maldita sonrisa que por un segundo casi me obliga a salir corriendo, y maldito él, que pasa por mi lado con tranquilidad, dejando su fragancia en el aire, y mis manos temblando, porque sé que todo puede salir mal, si nos volvemos a involucrar.
Apresuro el paso hasta el salón que me indicaron, un señor de al menos cuarenta años me recibe, me presento y hace lo mismo, tenemos una breve charla, antes de irme al fondo, dónde me encojo en el asiento, intentando regular mi respiración.
Sí no nos acercamos, todo estará bien. Pienso.
Hago a un lado los nervios cuando el sitio empieza a llenarse, todos saludan bastante amables y alegres. El profesor los recibe de la misma manera, y algunos chicos se atreven a chocar los cinco con él, lo que me hace pensar que es de esos docentes que hacen las clases más llevaderas, y son considerados en los días pesados de sus alumnos.
Luego de un par de minutos cierra la puerta dando inicio a su clase, da un breve resumen de lo que vieron anteriormente, y mientras, camina entre los asientos, explica algunas cosas, da informaciónes, nos hace reír, y suelta algunas preguntas al aire.
Me relajo tomando algunos apuntes, memorizando algunas cosas, y prestando atención a las personas que participan, todos parecen cómodos y me hacen sentir igual.
Todo parece ir con normalidad, hasta que el portazo hace que todos nos llevemos un susto, el profesor mira mal a los chicos que vienen entrando y yo vuelvo a sentir el corazón en la garganta.
Menuda suerte de mierda.
Lo veo entrar acompañado de los que supongo, son sus amigos, sonríen inocentemente, más el señor a su lado no tiene el mismo gesto.
—¿Otra vez tarde?—Les reprocha—Al menos podían entrar como personas normales, ¿no creen?
—Una disculpa, Dilan, fuimos a dar una vuelta, y se nos pasó el tiempo—Justifica un chico mientras cierra la puerta.
—Algún día se quedarán sin excusas, o quizá una semana en detención los haga ver más seguido la hora—Los señala con el marcador—Ya vayan a sentarse.
Vuelven a sonreírle antes de clavar sus miradas en mi, siento que mi alma abandona mi cuerpo por un momento, y sé que ahora no tengo a dónde huir.
Los veo caminar a mi puesto, él no deja de verme, mientras el resto, quitan a los chicos que estaban sentados a mi alrededor, obligandolos a tomar otro asiento.
Se sientan sacando sus libretas, y él se deja caer en la silla que está a mi derecha, un escalofrío me recorre cuando lo siento muy cerca, y los recuerdos me toman de golpe.
Dilan vuelve a darnos la espalda para continuar escribiendo, momento que aprovecha el chico a mi lado para acercarse más, una parte de mi me grita que salga de ahí, y otra que me quede.
Sé que me está viendo, pero no me atrevo a voltear, no estoy lista para el impacto que causará.
Pienso en cambiarme de puesto, así que tomo mis cosas, queriendo buscar otro lugar, pero mi intento queda a medias, cuándo su mano se extiende y toma un mechón de mi cabello, para ponerlo detrás de mi oreja.
El acto me hace estremecer, y él parece notarlo, ya que suelta una ligera risa, que casi me arrebata una sonrisa.
Es peligroso. Me recuerda mi mente, volviendo a dejarme seria.
Siento cómo se acerca, y no dejo de ver a Dilan, queriendo que voltee. La calidez de su respiración, choca con mi cuello.
Y entonces sus labios hacen contacto con mi mejilla, antes de susurrar—Hola, rubia.
Me quedo inmóvil, ese apodo me trae buenos y malos recuerdos, y él lo sabe, por eso lo utiliza.
No le doy el gusto de verme nerviosa, así que giro mi cabeza haciendo que el avellana de sus ojos, conecte con el azul de los míos, envolviendonos en un ambiente tenso, pero que no me molesta, porque a su vez, siento que volví a mi hogar.
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Las cicatrices de Madelaine
Teen FictionPor mucho que le corras al karma, siempre llegará a ti, aún así Madelaine Jost, había vivido durante años, huyendo de aquello a lo que muchos le temen. Aunque su karma, tenía lindos ojos, pero una sonrisa siniestra, y el miedo de Madelaine entre sus...